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Tomás Ondarra
Tiempo de historias

El complicado paso del barón de Rosmithal por Balmaseda

Camino de Castilla en 1466, la negativa del noble bohemio y su séquito a pagar el cruce del puente de la villa estuvo a punto de acabar a tiros y flechazos

Domingo, 3 de diciembre 2023, 18:37

Si existe en checo un dicho parecido a nuestro «en todas partes cuecen habas», seguro que el barón León de Rosmithal de Blatna (¿1425?-1486) debió de recordarlo en más de una ocasión durante su viaje de año y medio por Europa, sobre todo a ... su paso por Castilla, donde se encontró con una guerra civil entre los partidarios de Enrique IV y los del infante Alfonso. Él venía de Bohemia, dividida entre las facciones que se habían enfrentado en las guerras husitas.

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El barón Jaroslav Lev z Rožmitálu a na Blatné –su nombre en checo– había nacido durante ese conflicto y era cuñado de Jorge de Podiebrad (1420-1471), rey de Bohemia, partidario moderado de los husitas, que intentó llevar a cabo una política conciliadora pero acabó excomulgado por el Papa. El barón estaba acostumbrado a la violencia y con ella se encontró en varias etapas de su viaje. Una de esas ocasiones se dio durante su paso por Balmaseda.

León de Rosmithal salió de Praga el 26 de noviembre de 1465 con un objetivo doble: por un lado, el diplomático, visitando a la mayor cantidad de príncipes y reyes que pudiera, por otro, el religioso. Entre otros lugares santos, quería ver el sepulcro del apóstol Santiago en Compostela. De paso, también tenía intención de estudiar los usos militares de cada región por la que pasara. El noble bohemio no iba de incógnito, precisamente. Viajaba acompañado por 40 personas, señores y caballeros la mayor parte, y llevaban 52 caballos.

Conocemos los detalles de este viaje porque dos de los acompañantes del barón, Vaclav Schaschek, posiblemente su secretario, y Gabriel Tetzel, comerciante y banquero, dejaron sus impresiones por escrito. El texto del primero, del que se conserva la versión en latín, es el que recoge el paso de la expedición por «Biskeis», «Vizcaya» –todo el País Vasco actual–, «región cercada por montes altísimos», a principios de 1466.

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Al barón y sus acompañantes les llama la atención la cantidad de manzanos: «Un solo vecino o labrador es dueño de millares de ellos. La causa de sembrar tantos manzanos es que, no teniendo vino y no conociendo la cerveza, hacen con las manzanas una bebida fermentada». También les sorprende la apariencia de las mujeres: «Aquí vimos por primera vez las mujeres y las mozas con las cabezas rapadas, salvo algunos mechones que se dejan de cabello largo, y su vestido es tan extraño que no lo hay semejante en ninguna de las regiones que visitamos». La expedición atraviesa Gipuzkoa y entra en Bizkaia, pasando por «Dunaco» –Durango–, una «aldea que está entre los montes en un valle pantanoso y dista cinco millas de Divaium –Bilbao–, ciudad no muy grande, pero bien poblada, situada entre montañas y por la cual pasa un río llamado Belbada, sobre el cual hay un puente de piedra».

17 pasos del Cadagua

«De Divaium a Balmaseda hay cinco millas», precisa Schaschek. «Es un pueblo murado, aunque pequeño y pasa junto a él un río llamado Cadecum –Cadagua–. En un espacio de cinco millas vadeamos 17 veces este río, en el cual nos ocurrió un caso notable».

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Para salvar el río «hay un puente de madera no muy largo y en uno de sus extremos una torre de bella arquitectura, en la que residen los que cobran el pontazgo a los caminantes; cuando llegamos al puente, como no habíamos pagado esta especie de tributo en ninguna parte, nos negamos a hacerlo, y los caballos que llevaban nuestros bagajes fueron tomados por los publicanos y demás gente que había en la torre, que nos quiso matar». Los viajeros amagaron un intento de defensa: «Apuntamos contra ellos nuestras 'schioppettum' –armas de fuego portátiles de cuyo nombre deriva la palabra 'escopeta'–».

Un viaje complicado

Tras el País Vasco, el barón de Rosmithal recorrió Castilla, Extremadura y Portugal para llegar por fin a Compostela, encontrándose el país alborotado, con el arzobispo apresado y su madre sitiada en la catedral, que estaba fortificada y llena de gente armada. Visitar el templo le supuso la excomunión automática, por haber hablado con sus sitiadores, castigo que le fue levantado con igual rapidez por los sacerdotes sitiados antes de entrar descalzo en la catedral. El barón recorrió después Aragón y Cataluña, pasando por el Rosellón a Francia a finales de 1466. Su viaje prosiguió por Francia, Italia, Austria y Hungría, donde no fue recibido por el rey Matías, enemigo de su cuñado. El regreso a Praga, en 1467, estuvo marcado por el inicio de la segunda guerra husita (1467-1471). A lo largo de todo su viaje se entrevistó, entre otros, con Eduardo IV de Inglaterra, el duque Felipe III de Borgoña, Luis XI de Francia, Enrique IV de Castilla, Alfonso V de Portugal, Juan II de Aragón y el emperador Federico III.

Pero el barón «prohibió que se dispararan y que se tiraran flechas; porque, si heríamos a alguno de aquellos, nos matarían a todos, lo cual confesó después uno de ellos, diciendo que habían concertado que si uno solo recibía una herida, todos moriríamos y aplicarían lo que llevábamos en nuestros cofres y alforjas para pago del pontazgo». Satisfecho el tributo «nos volvieron los caballos y recibimos las cartas preinsertas para que, si nos acontecía otra cosa semejante, estuviéramos con su protección más seguros».

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En su libro 'Balmaseda medieval' (Sans Soleil Ediciones), el historiador Igor Santos Salazar anota que el paso en cuestión puede identificarse como «el Puente Viejo de nuestra villa, sobre todo gracias a la descripción de la torre, que aún hoy conserva la puerta y la sala de las guardias encargadas del cobro del pontazgo. El testimonio de los viajeros bohemios sirve también para comprobar la génesis arquitectónica del puente». El texto habla de una pasarela de madera que debió de ser destruida durante «las riadas documentadas en época de los Reyes Católicos». «El arco central podía haber sido construido, por lo tanto, después de esas mismas riadas, durante los últimos años del siglo XV o a principios del siglo XVI».

«El testimonio que nos ofrece este viajero, llegado dede Praga, es muy aleccionador», considera el medievalista. Para alcanzar Balmaseda desde Bilbao «era necesario atravesar el río diecisiete veces con unas infraestructuras que solo en los últimos años han conocido mejoras inimaginables hace solo pocos decenios». Los puentes «eran fundamentales y, como en el caso del Puente Viejo, no solo permitían el paso de viajeros y mercancías; consentían también que las autoridades concejiles y señoriales impusiesen cargas fiscales que no todos estaban dispuestos a satisfacer y que pudieron dar pie, como el mismo León cuenta, a escenas de gran tensión emotiva».

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