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El capitán Antonio Echevarrieta era germanófilo. O por lo menos tenía fama de serlo. Tanto que, según publicaría la prensa con cierto regodeo, llevaba a bordo de su mercante una caja de botellas de champán para regalársela al comandante del primer submarino alemán con el que se topase en su ruta entre Bilbao y Glasgow. Claro que eso era antes de que su barco, el vapor Isidoro, con matrícula de Bilbao y cargado con mineral de hierro, se convirtiera el 17 de agosto de 1915 en el primero de los 97 buques españoles hundidos por los sumergibles del káiser durante la Primera Guerra Mundial.
El Isidoro fue a pique algo más de un año después de desencadenarse el conflicto, durante el cual los negocios navieros fueron viento en popa en Bilbao gracias a la neutralidad española. Construido en 1897, con 3.700 toneladas de peso muerto y 2.523 de registro bruto, el Isidoro fue uno de los cuatro primeros buques comprados por la naviera bilbaína Echevarrieta y Larrinaga en 1905 para iniciar sus actividades. El bermeano Antonio Echevarrieta sería su único capitán durante diez años.
El 19 de agosto de 1915 'El Pueblo Vasco' publicó un breve en el que se decía que la casa armadora Echevarrieta y Larrinaga había recibido un telegrama de Milford Haven: «El vapor Isidoro se ha hundido a la entrada del canal de San Jorge. Toda la tripulación se ha salvado». Al día siguiente 'El Noticiero Bilbaíno' contaba que «según nota del Almirantazgo, el citado vapor fue torpedeado en el canal de San Jorge. La tripulación fue salvada. En la casa de Echevarrieta y Larrinaga no tienen noticia alguna directa acerca de este suceso, ignorándose si quien torpedeó al Isidoro fue un submarino alemán o inglés».
Pasaron un par de días de desconcierto hasta que por fin se pudo contar con el testiminio del capitán de barco, recogido por 'El Noticiero Bilbaíno' el día 27 de agosto, tras entrevistarlo a su llegada con parte de su tripulación desde Baiona. «Llevaban una travesía muy feliz. Estaban a 23 millas al Norte de Small y eran las seis menos veinte de la tarde», narró el periódico. «El horizonte estaba limpio y ni un barco se veía en todo alrededor. De pronto el ruido de un cañonazo les sobresaltó». Era un submarino alemán. Dos disparos después el Isidoro «se detuvo a unas setenta brazas del sumergible. Entonces este, por medio de banderas, pidió que le llevasen a bordo la documentación del Isidoro, orden que se apresuró a cumplir el capitán Echevarrieta destacando un bote con el segundo oficial».
«Eran jovencillos»
El segundo del Isidoro se encontró ante el comandante del submarino, «que era muy joven, apenas tendría unos 23 años y sus demás tripulantes eran jovencillos, de 18 a 19». El alemán «se expresaba en correcto castellano»: «Han de saber ustedes que no se puede ir a Inglaterra», dijo al marino mercante. «Falta la lista de la tripulación», añadió al examinar la documentación del vapor. El segundo del Isidoro la había olvidado. «Voy enseguida a buscarla».
Apenas regresó el bote del segundo al costado del Isidoro, «del submarino por medio de banderas dieron orden al capitán de abandonar el buque inmediatamente, concediéndole para el salvamento ocho minutos de término».
La tripulación del Isidoro descolgó tres botes, «sin tiempo más que para poner en cada bote dos panes y un barril de agua». El capitán Echevarrieta quiso negociar el salvamento del barco y la carga pero no «tuvo tiempo para intentar tal gestión». Pasados los ocho minutos, el submarino disparó el primer cañonazo, «que abrió en el Isidoro extenso boquete», al que siguieron otros cinco. El vapor bilbaíno «se hundió a los doce minutos, saltando hecho pedazos el puente y siendo lanzada la chimenea a gran altura».
El hundimiento del Isidoro se ha atribuido a dos submarinos, el U-24 y el U-38, siendo el segundo el responsable más probable. Construido en 1914, el U-38 hundió 134 mercantes en la Primera Guerra Mundial. En agosto de 1915 su capitán era Max Valentiner, el tercer comandante de submarinos con mayor número de presas de la guerra. Aunque en agosto de 1915 tenía 32 años, no 23.
El submarino se sumergió y los 24 tripulantes del Isidoro quedaron «a merced de las olas. El primer bote, que llevaba el sextante y la brújula, se puso en cabeza y le seguían los otros dos». Se hizo la noche y «cerró intensa niebla y aunque los botes procuraron conservar distancias orientándose con silbatos, no tardaron en perderse». Pasaron varios barcos a los que se pidió auxilio con bengalas, pero no hicieron caso. A las cinco y media de la mañana, ya de día, fueron recogidos por un barco pesquero y por un yate auxiliar del almirantazgo británico.
«¿Y ustedes tenían izada la bandera española?», preguntó el periodista a Echevarrieta. «Izada estaba y con la bandera izada se hundió el Isidoro. Hacía tres meses que no la arriábamos», respondió el bermeano, de 42 años.
– Me habían dicho que era usted germanófilo.
– No lo crea usted. Por discutir con los aliados me decía germanófilo, lo mismo que al discutir con los germanófilos decía que era aliado. En lo sucesivo a los germanos les haré la cruz.
– ¿Y las botellas de champagne, que se dijo llevaba usted a bordo para obsequiar al comandante del primer submarino que viese?
– Nos las habíamos bebido en el viaje a la salud del káiser y de Poincaré.
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