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Don Diego López de Haro, una estatua demasiado inquieta.
Así se celebró hace 119 años el sexto centenario de Bilbao

Así se celebró hace 119 años el sexto centenario de Bilbao

Tiempo de historias ·

El 15 de junio de 1900, se celebraron los seiscientos años de la fundación de la Villa. Fue una jornada tranquila, sin grandes actos ni espectáculos. Demasiado austera para lo que muchos esperaban

Domingo, 23 de junio 2019

El 15 de junio de 1900, Bilbao celebró sus seiscientos años de una manera un tanto pobre. Nada hubo de extraordinario. Las tiendas abrieron, las oficinas también, los talleres y las fábricas no cesaron su actividad, y los escolares tuvieron clase. Lo único diferente fueron las colgaduras y las banderas que ondearon en muchas de las ventanas de la Villa, además de la lectura solemne que en las escuelas se hizo de la Carta Puebla. «Claro está –como ya se ha dicho estos últimos días en las columnas de 'El Nervión'-, los niños y niñas de las Escuelas públicas, no han comprendido, no pueden comprender la significación de lo que atentamente escuchaban». No era para menos. A todos los escolares de Bilbao se les leyó el documento fundacional de la Villa de cabo a rabo.

Palabras en castellano antiguo, conceptos jurídicos medievales y una seriedad aplastante, formaron a buen seguro, un ambiente aburrido en lo que lo único que mereció la pena fue la pérdida de la clase correspondiente para ese día. Nada más. Como señaló 'El Nervión', lo único que quedó fue la esperanza de que más adelante, aquellos niños pudieran tomar conciencia de la importancia y trascendencia que tuvo lo que un señor llamado Don Diego López de Haro hizo en 1300. Por lo demás, como se escribió en el citado diario, «la hermosura del día fue hoy quizás la nota más saliente de los modestos festejos populares con que ha sido conmemorada en esta villa la fecha de la carta puebla expedida para la fundación de Bilbao en 15 de junio del año 1300».

Gloria a Bilbao

Como era costumbre, a las ocho de la mañana recorrieron la población la banda municipal y la de Garellano al son de alegres marchas. Hora y media después, tal y como se había dispuesto, se procedió a la lectura de la Carta Puebla en todas las escuelas. Obviamente, como la ocasión lo merecía, todos los niños y niñas vistieron sus ropas de fiesta. No era para menos. De todos los centros escolares, destacó la escuela de la Ribera, centro en el que se encontraba el maestro más veterano de la Villa, D. Lorenzo Múgica que, como no pudo ser de otro modo, fue el encargado de proceder a la dichosa lectura. Y es que no fue una lectura cualquiera. El texto era una copia casi perfecta del documento original de 1300, hecha en papel pergamino por el casi centenario señor D. Canuto María de Achútegui y Eguileor. A continuación se procedió a cantar un himno dedicado a la grandeza de Bilbao: «¡Gloria a Bilbao, gloria! ¡Gloria a su fundador! Honremos la memoria del caudillo y señor». El siguiente acto importante tuvo lugar a las doce del mediodía. A esa hora se celebró un Te Deum en la Basílica de Santiago al que acudieron todas las autoridades municipales.

El resto de la animación la pusieron los bilbaínos. Desde el mediodía, el Arenal estuvo muy animado. Por la tarde, los niños disfrutaron de lo lindo con el Gargantúa, «pues en diferentes sitios se tragó gran número de chiquillos», señaló 'El Noticiero Bilbaíno'. Por la noche la alegría aumentó. La gente salió a la calle en tal número que, dijeron, se hacía difícil caminar por el Arenal, la calle de la estación y la Plaza Circular. Muchos asistieron a contemplar la iluminación con la que se adornó la estatua de Don Diego López de Haro. «Alrededor de la estatua del fundador de Bilbao se habían colocado gallardetes con guirnaldas de follaje y flores, y al pie del pedestal había una colección de estas últimas». Una vez llegada la noche se encendieron unos aparatos de iluminación a gas colocados en dos círculos en la cara anterior del pedestal de la estatua que, junto a cuatro candelabros colocados en las esquinas de la base, formaron una bella imagen de la figura del fundador. No fue espectacular pero mereció la pena verlo.

Otra de las notas distintivas de ese día se produjo en los centros de beneficencia. En el Hospital de Basurto, por orden del Ayuntamiento, se repartió una peseta a cada enfermo. En total fueron 291 pesetas. A cada uno de los 200 beneficiarios de la beneficencia domiciliaria se le obsequió con 200 gramos de carne y un cuartillo de vino. Por su parte, en la Casa de Misericordia, además de los platos de costumbre, se les dio una buena ración de carne con guisantes, pasteles y vino. Y en el Asilo de huérfanos, «donde hay 108 niños de ambos sexos, se les dio como extraordinario sopa de fideo, principio de lengua de ternera, postre de fresas y pasteles, además de los platos de ordinario». Para merendar se repartieron rosquillas.

Quizás la única nota discordante y original de aquel sexto centenario de la Villa la puso 'El Nervión'. El diario bilbaíno aprovechó la ocasión para reivindicar una propuesta con la que ya llevaba un tiempo. Sabedora la dirección del citado diario de que se iba a proceder a retirar el quiosco de la Plaza Elíptica, propuso trasladar la estatua de Don Diego López de Haro hacia ese nuevo lugar. Era lógico, argumentaban. Por un lado, la ubicación de la estatua en la Plaza Circular no era la mejor. Era un sitio pésimo pues, por la configuración de las calles, la figura siempre se apreciaba torcida. Por otro lado, trasladar la estatua de Don Diego a la plaza que llevaba su nombre se antojaba casi obligado. Y es que, en 1900, la conocida popularmente como Plaza Elíptica se llamaba en verdad Plaza Don Diego López de Haro. «¿Hay por consiguiente nada más natural que llevar a Don Diego a la plaza de su nombre?», preguntaba el diario. Y visto que no había más lugares adecuados para colocarla, para los artífices de la propuesta, éste era el más razonable. Por desgracia para ellos, los señores concejales no hicieron ni caso pues, tal y como estaba previsto, en el centro de la Plaza Elíptica se colocó el monumento de Casilda de Iturrizar. No hubo nada que hacer. Así, a los seiscientos años de la fundación de la Villa, su artífice, Don Diego, seguía sin encontrar el lugar adecuado.

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