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Alas nueve y media de esta mañana «llegaron a Bilbao Ios primeros rumores acerca de una dolorosa catástrofe ocurrida en la línea férrea de Bilbao ... a Lezama», decía el diario vespertino 'El Nervión' en su página primera del 7 de julio de 1894.«Acudimos al lugar del suceso inmediatamente», añadía el redactor anónimo de aquel «periódico de la tarde» bilbaíno, «y por desgracia tuvimos el triste sentimiento de comprobar que los primeros rumores, por esta vez al menos, no se han exagerado». Un tren con 34 pasajeros y 4 ferroviarios a bordo había descarrilado en una curva y habían muerto varias personas, una decena en el primer recuento.
«Hoy he nacido», decía un superviviente cuyo testimonio recogió 'El Nervión', uno de los pocos pasajeros que resultaron ilesos.Según el periódico «a la hora reglamentaria, o sea a las 8.30» había salido de Lezama hacia Bilbao «el tren de viajeros número 7 compuesto de la máquina Lezama número 3», dos coches de viajeros, un furgón y tres vagones cargados de piedra. «Estos tres últimos vagones fueron agregados en San Roque».
La línea llevaba poco más de dos meses funcionando. Tal y como precisan Joseba Barrio y Juanjo Olaizola en su libro 'El funicular de Artxanda, 1915-2015', la concesión gubernamental «para la explotación de un ferrocarril entre Bilbao y Lezama fue obtenida por Juan de Urrutia y Burriel en febrero de 1891». Las obras se ejecutarían según proyecto aprobado en una Real Orden anterior de 30 abril de 1890 que contemplaba «establecer estaciones en Bilbao, Begoña, Artxanda, Derio, Zamudio y Lezama». El trazado incluía fuertes desniveles y era muy sinuoso. El 28 de marzo de 1893, con las obras muy avanzadas, se constituyó en Bilbao, con un capital social de 500.000 pesetas, la Compañía del Ferrocarril de Bilbao a Lezama, a la que Juan de Urrutia traspasó su concesión. Entre los principales accionistas «se encontraban destacadas personalidades del mundo financiero e industrial de la época, como los hermanos Víctor y Benigno Chávarri, el naviero Francisco Martínez Rodas y otras personalidades como Federico Solaegui, Casilda Iturrizar y Emilio Olano, elegido presidente de la sociedad». La primera sección de la línea, entre Begoña y Lezama, entró en servicio el 2 de mayo de 1894. El tren empezó a ser utilizado por baserritarras del Txorierri para acercarse a Bilbao a vender sus productos. Como el sábado 7 de julio, el día de la catástrofe.
«Se rompió el freno Cyton»
El tren, llevado por el maquinista Cipriano Padura y un fogonero –Rufino Asenjo según 'El Nervión', 'Guillermo Landeta según 'El Noticiero Bilbaíno'–, descarriló cuando circulaba cuesta abajo «en la revuelta de Zurbaran, en el kilómetro 1», detalló 'El Nervión'. «Parece ser que se rompió el freno Clyton, por lo que en el kilómetro 2 comenzó a tomar el tren gran velocidad». Viendo la imposibilidad de detenerlo, Padura recurrió a «dar contra vapor», lo que no evitó el descarrilamiento, pero sí que el convoy se estrellara contra la estación de Begoña.
El pasajero cuyo testimonio recogió el vespertino recordaba que «venía el tren desde el primer túnel como una exhalación. Los últimos vagones, cargados de piedra, contribuían poderosamente a su mayor velocidad».
«El terror se apoderó de los viajeros, que asomaban las cabezas por las ventanillas poseídos de un espanto indescriptible. Se me ocurrió aconsejarles que se metieran debajo de los bancos, pero o no me oyeron o no me hicieron caso. Yo lo había leído no sé dónde y a esta circunstancia le debo tal vez la vida».
Según el historiador Imanol Villa, en el proceso abierto por el juzgado de instrucción, para depurar responsabilidades, «se sospechó que la compañía propietaria de la línea podía haber incurrido en un delito de negligencia». A partir de las declaraciones del maquinista, se supo que en los vagones que portaban las piedras faltaban 'el tornillo de cada carruaje y las galgas que deben de llevar los mismos', algo que el testigo afirmó haber pedido en repetidas ocasiones porque eran piezas de vital importancia para dotar de mayor seguridad a un transporte de esa clase. «El proceso demostró que el accidente se podía haber evitado si todo se hubiera hecho de forma correcta». Pese a la gravedad del accidente, las obras de la línea continuaron y el 30 de marzo de 1895 entró en servicio el tramo entre Begoña y Bilbao-Calzadas
Las ruedas rechinaban, los pasajeros gritaban, «de pronto sentí un brusco movimiento de balance que me hizo estremecer». El último vagón descarriló y arrastró al resto del convoy, que rodó por un terraplén de tres metros de altura. «El coche en el que yo viajaba volcó; yo perdí en sentido».Al recobrarlo, el pasajero descubrió que yacía entre los cadáveres ensangrentados de cuatro hombres. Ayudó a salir del coche volcado a una mujer, y también al maquinista, que había quedado bajo la locomotora aferrado a la palanca del freno. Después, se alejó del tren porque alguien gritó que la caldera iba a explotar, lo que no sucedió.
El auxilio llegó con rapidez. Primero desde los caseríos vecinos, luego de Begoña y Bilbao, de donde se acercaron varios médicos, entre ellos el de la propia compañía ferroviaria, y señoras «de la benéfica asociación Cruz Roja», con todos sus botiquines y camillas disponibles. «Se hicieron las primeras curas y comenzaron las operaciones para trasladar los heridos a Bilbao, rivalizando todo el mundo para atender á los desgraciados, proporcionándose colchones de los caseríos cercanos», contaba 'El Nervión'. «El público contemplaba emocionado el paso de las camillas. Dos heridos fallecieron en el caserío donde habían sido recogidos». Mientras llegaban los médicos, «el sacerdote don Pedro Jáuregii, administró la Extrema unción a ocho heridos». Tanto 'El Nervión' como al día siguiente 'El Noticiero Bilbaíno' recogían la tremenda historia de la madre que arrojó a su bebé de seis meses por la ventanilla antes de que el tren volcara. La mujer murió, pero la niña sobrevivió. El balance final fue de 13 muertos y 18 heridos.
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