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Tomás Ondarra
Bilbao se confina frente a la peste
Tiempo de historias

Bilbao se confina frente a la peste

La villa sufrió en 1530 una de las más devastadoras epidemias de su historia, que desató el pánico y causó numerosas muertes

Domingo, 10 de marzo 2024, 01:22

Una plegaria medieval decía «líbranos, oh, Señor, de la guerra, de la hambruna y de la peste». De la tercera no se libró Bilbao durante el siglo XVI, que la sufrió por lo menos en tres ocasiones, en 1507, 1530 y 1598. Gracias a que fue necesario justificar los gastos que supuso afrontar el segundo de estos brotes, sabemos cómo aquella epidemia terrible afectó a la villa, de la que se adueñó el pánico y en la que se dieron muchísimas muertes, aunque su número exacto se desconoce.

Es muy difícil saber cuánta gente vivía en Bilbao en 1530. Para casi unas cuatro décadas antes –en 1493–, Elena N. Catalán y Ramón Lanza estiman que la villa tenía unos 5.700 habitantes, como mínimo. Bilbao, entonces amurallada, se estaba consolidando como un puerto comercial de primer orden –el Consulado se había constituido en 1511– y es posible que la peste, que se había extendido desde Italia a partir de 1529 y al año siguiente campaba por Francia y Alemania, llegara en barco a Bizkaia.

«Sobre el brote de 1530 tenemos mayor información en el escrito de descargo presentado por los fieles Juan Martínez de Bilbao la Vieja y San Juan de Erquiñigo, quienes se encargaron de dirigir la actividad del Ayuntamiento en la lucha contra la epidemia, desde el 1 de enero de 1530 hasta el 30 de abril de 1531», escribe el médico e investigador Juan Gondra. Es por estas cuentas, supervisadas por el síndico Pedro de Bustinza, que sabemos que los primeros contagios se detectaron en marzo en Zorroza. Las muertes se sucedieron, algunas fulminantes y siempre con síntomas espantosos –postillas purulentas, esputos de sangre...–. En Bilbao el primer caso registrado es el de una mujer, cuyo cuerpo quedó abandonado porque su marido se negó a tocarlo. El concejo improvisó una medida que acabaría regulando: unos presos de la cárcel del portal de Zamudio se encargarían de recoger y sepultar el cadáver. Fueron los primeros 'pujentes', o enterradores de la peste. El 12 de abril falleció una moza en la cárcel; tres días después, un tal Sancho de Arana; el 18, la hija del pregonero, que fue inhumada en una huerta; ese mismo día apareció sin vida en el camino de la Peña otra joven... En la capilla de San Francisco encontraron a un peregrino muerto de rodillas, con los brazos cruzados. En verano los fallecimientos se multiplicaron. Se dieron muchos casos de cadáveres abandonados en la calle o mal enterrados y devorados por los perros.

La enfermedad

La peste es una infección causada por la bacteria 'Yersinia pestis', que sobrevive en el aparato digestivo de las pulgas y se transmite a través de sus picaduras, el contacto directo con tejidos infectados o la inhalación de gotículas respiratorias infectadas. Se trata con antibióticos, que no se desarrollaron hasta el siglo XX, tras la aparición de la penicilina, con la observación de Alexander Fleming de la actividad antibiótica del moho 'Penicillium'.

Las autoridades bilbaínas reaccionaron como pudieron. «Cuando un sistema médico se ve desbordado ante un evento contagioso grave para el que no hay un tratamiento, lo más razonable suele ser activar un protocolo bien conocido desde la Antigüedad: higiene, confinamiento, levantamiento de hospitales –o lazaretos– de emergencia, cuarentenas, cuidados adicionales en la manipulación de enfermos y de muertos, etc.», escribe el historiador Francisco José Alfaro Pérez. Es «algo que hoy parece muy actual y muy moderno con motivo de la pandemia de Covid-19, pero que en realidad es tan viejo como la propia humanidad».

Vecinos a la fuga

Como muchos vecinos huyeron, se establecieron patrullas para vigilar las casas vacías. Los regidores prohibieron abandonar la villa y se cerraron sus puertas. Los bilbaínos que se quedaron se confinaron en sus casas y las de los enfermos fueron marcadas con cruces. Se encerró a los presos de la cárcel, donde se habían dado «mezclas» –contagios–, en la torre de Irusta, en Barrenkale. La ermita de San Roque –patrón de los peregrinos enfermos, sobre todo de cólera y apestados–, a la que acudían los enfermos, fue aislada. Se formó un cuerpo de 'pujentes' con algunos presidiarios a los que se obligó a vivir apartados del resto de los vecinos. Divididos en dos cuadrillas al mando de un jefe, debían acudir sin falta a donde se les llamase.

Dado que algunos de los residentes huidos eran comerciantes importantes, se creó una guardia de 30 hombres que vigilaba sus almacenes y los muelles. Eso sí, varias mercancías fueron requisadas y vendidas para obtener fondos. En los bajos de San Antón, cuyos suelos se cubrieron con paja, se estableció un albergue para los pobres a los que se alimentó con pan costeado por el Ayuntamiento. El procurador síndico Bustinza ordenó que la limpieza pública fuera extrema y se retirara de las calles y de los solares vacíos toda basura, desperdicio y madera podrida para evitar las «cosas ponçoñosas que engendraban las cosas biejas». A los apestados no se les permitió salir de sus casas hasta pasados dos meses de su recuperación.

Bilbao tenía un boticario y tres médicos cuando llegó la peste. El primero, Domingo Aguirre, huyó a Plentzia. Los tres médicos eran el cirujano Ramiro de Madariaga, maese Pedro de Plaza y el doctor Sangroniz –de cuyo nombre de pila no ha quedado constancia–. Plaza murió contagiado en agosto. Se enviaron emisarios a Bermeo y Durango en busca de un sustituto que se toparon con murallas y puertas cerradas a cal y canto, porque se temía que el mensajero llegara 'mezclado'. Sangroniz logró que Lekeitio enviara a un médico, Gonzalo Nieto, y un cirujano, que fueron alojados extramuros. No se descuidó el aspecto religioso: se contrataron confesores para los moribundos y se celebraron procesiones y rogativas. También se organizó una corrida de toros el día del Corpus, para levantar el ánimo, pero no funcionó. La enfermedad remitió en diciembre y para el día 23 la mayor parte de los vecinos que habían escapado ya estaban de vuelta en sus casas.

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