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Cuando la tarde del lunes 1 de agosto de 1938 el piloto bermeano Juan Antonio Ibarreche se dirigió a su avión Polikarpov R-5 'Rasante', el mecánico que lo acababa de revisar le advirtió de que algo no iba del todo bien con el aparato: « ... Juanan, aunque éste acaba de llegar de revisión de Alcantarilla, y allí Chindasvinto se las sabe todas, bueno será que lo controles un poco». El joven sargento vizcaíno ocupó su puesto de piloto y detrás, en el puesto de observador y bombardero, se acomodó el también sargento Amado Trillo. El avión se alineó con sus acompañantes en la cabecera de la pista del aeródromo de El Carmolí, en Cartagena, y despegó. Ibarreche y su compañero estaban a punto de convertirse en náufragos.
Cuando vivió la aventura de supervivencia que lo haría destacar entre los demás pilotos de la Segunda República en la Guerra Civil, Ibarreche ya era un aviador experimentado, a pesar de su juventud. Nacido en Bermeo el 29 de junio de 1916, cuando comenzó la guerra civil «era un estudiante de 20 años que preparaba sus exámenes de náutica y estaba embarcado como marinero en el Cabo Sacratif, de la compañía Ybarra», precisa su nieto Iñigo de la Fuente. «Al atracar el buque en Valencia en julio de 1936, vio en el vestíbulo de la Comandancia de Marina un cartel que solicitaba jóvenes valerosos para combatir por la República». El bermeano se alistó.
«Marchó a Alicante en barco, pasando a continuación a la base aérea de San Javier, donde aprobó el examen de ingreso. Luego se adiestró, primero superando el curso básico de piloto en la base de Alcantarilla, y a continuación el de transformación en la base de San Javier», detalla Francisco Manuel Vargas Alonso en 'Bermeo y la Guerra Civil'. Combatió en Asturias y fue alcanzado en un brazo, sobre Oviedo. Dada la gravedad de sus heridas, fue trasladado al hospital santanderino de Valdecilla, de donde tuvo que escabullirse cuando la capital cántabra iba a ser tomada por los nacionales.
«Embarcó en el bou Gain ganekoa da, junto a su hermano Conrado, que servía en transmisiones y un centenar de personas», detalla Iñigo de la Fuente. Desde Burdeos, el piloto bermeano regresó a España y se reincorporó a su escuadrilla, en El Carmolí, para volar en monoplanos americanos Vultee y, por fin, en los R-5 'Rasantes', aviones de bombardeo y reconocimiento.
En el vuelo del 1 de agosto de 1938 las cosas empezaron a ir mal cuando el avión llevaba cerca de una hora en el aire. El motor empezó a despedir humo e Ibarreche lo cortó para evitar una explosión, mientras avisaba a su compañero para que intentara alcanzar los salvavidas, descuidados en el compartimento de cola. El avión se fue al agua antes de que Trillo pudiera hacer nada. Ibarreche lo orientó para hacer un amerizaje de emergencia. «El impacto fue brutal, los planos inferiores se partieron y los superiores salieron por los aires, al tiempo que nosotros, despedidos también, nos vimos de pronto en el agua, a pocos metros del destartalado avión», recordaría el piloto en un testimonio recogido por Luis Ignacio de Azaola.
Los otros dos aviones de la patrulla dieron vueltas sobre la zona del accidente, pero no los vieron. Para Ibarreche y Trillo empezó un calvario marino de 22 horas, incluida una noche. Trillo era de Úbeda (Jaén) y no sabía nadar. Ibarreche lo mantuvo a flote y le enseñó a hacerlo por sí mismo. Vieron un hidroavión, posiblemente un vuelo de rescate, pero pasó de largo. Anocheció.
«Católico, apostólico y bermeano», el piloto vizcaíno se acogió a la fe. Animó a rezar a su compañero y evitó que se abandonara a la muerte, cuando ya no podían más. Trillo era agnóstico, pero acabó rezando jaculatorias populares vascas: «Esaik bat: Gure Jauna bera dok bat, berak salbauko gaiozak. Esaik bi: Erromako altarak bi, gure Jauna bera dok bat, berak salbauko gaiozak...»
Así, rezando en euskera, el vizcaíno y el jienense superaron una noche infernal. Al día siguiente, llegada ya la tarde, oyeron unas voces lejanas que los náufragos creyeron delirios efectos del agotamiento. Pero no, los gritos venían del pesquero San Manuel, cuyo patrón los había visto en el agua. Ibarreche y Trillo fueron rescatados. Su aventura tuvo cierta notoriedad en el momento, y hasta fueron visitados mientras se recuperaban por una celebridad, la actriz Margarita Xirgu.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el servicio secreto británico contactó con Ibarreche. Buscaban pilotos experimentados para traer bombarderos americanos desde Canadá hasta Gran Bretaña. Ibarreche estuvo a punto de aceptar la oferta, pero prefirió quedarse en Bermeo y ocuparse de su madre y su familia.
Llegó el fin de la guerra e Ibarreche decidió no huir y entregarse a los franquistas. Fue condenado a 12 años de prisión, que acabaron reducidos a seis años y un día, primero, y a tres años después, que cumplió en la prisión de Totana.
Después, Ibarreche volvió a navegar. «Tras una vida plenamente dedicada a la mar, como patrón de pesqueros en Gran Sol e Islandia, al frente de su negocio de instrumentos náuticos y como agente para cartas náuticas y publicaciones del Almirantazgo Británico en Bilbao, se jubiló embarcado como sobrecargo en el Monte Toledo, entonces ya con bandera libia y rebautizado Toletela», detalla su nieto. 40 años después de su aventura, pudo volver a abrazar a su compañero, Amado Trillo, en Valencia, en una de las primeras reuniones de la Asociación de Aviadores Republicanos. Juan Antonio Ibarreche falleció el 4 de mayo de 1993.
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