Viernes, 23 de diciembre 2022, 00:31
Aunque el dato no es preciso y es objeto de debate, convencionalmente se da por cierto que el primer belén montado para celebrar la Navidad se debió nada menos a que a Francisco de Asís (1181-1226). El santo montó su pesebre en la Nochebuena ... de 1223, en una cueva junto a una ermita en Greccio, en la región de Lacio, Italia. Nació así una tradición que se extendió a partir del siglo XV, cuando ya aparecen los primeros talleres especializados en fabricar las figuras –en París hubo uno ya en 1465–. La costumbre se difundió en España en el siglo XVIII, de la mano del rey Carlos III y de su esposa María Amalia de Sajonia.
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Desde entonces el belenismo se ha desarrollado hasta tal punto que los tipos y clasificaciones de los montajes son todo un mundo. Los hay abiertos o los hay cerrados; populares o artísticos; historicistas o modernos... Muchos añaden elementos locales o folclóricos.
Pero todos cuentan la misma historia, el Nacimiento de Jesús, y sus elementos esenciales son siempre los mismos, aunque el significado de algunos de ellos se nos escapa o no acabemos de saber muy bien de dónde han salido. Estas son algunas claves básicas para entenderlos.
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La parquedad de los dos evangelios que narran el nacimiento de Jesús, el de Mateo y el de Lucas, favoreció que el aspecto del lugar donde sucedió el felicísimo acontecimiento quedara abierto a la imaginación. El texto de Mateo se limita a decir que «Jesús nació en Belén, un pueblo de Judea» y que los sabios de oriente, al ir a adorarlo guiados por la estrella, «entraron en la casa» donde se encontraba.
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Por su parte, Lucas cuenta que, estando en Belén, «le llegó a María el tiempo del parto». Así dio «a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada».
Otras tradiciones situaban el nacimiento en una cueva. Así se recoge, por ejemplo en el Protoevangelio de Santiago. San Francisco escogió este escenario para su belén, el primero de la historia.
Son indispensables en cualquier belén y como los hemos visto ahí siempre, desde que éramos niños, no nos paramos a pensar de dónde han salido y cuál es su significado o simbolismo. En los evangelios no salen, pero figuraban ya en alguna representación del nacimiento en las catacumbas. San Francisco los incluyó en su nacimiento de Greccio.
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Por supuesto, como casi todo en un belén, tienen un significado. Benedicto XVI, el Papa emérito, lo explicaba así: «A los ojos de la fe, la mula y el buey revelan el cumplimiento de las profecías en Cristo, porque son una alusión a una frase del profeta Isaías: 'El buey conoce a su señor y el asno, el pesebre de su dueño; ¡pero Israel no conoce, mi pueblo no entiende!'». Por su parte, el profeta Habacuc anunción «Te manifestarás en medio de dos animales».
Aunque una asombrosa lista de eminencias de la astronomía, que incluye a Kepler y Tycho Brahe entre otros, ha intentado explicar la estrella de Belén como algún fenómeno celeste –conjunciones planetarias, un cometa, una supernova–, el astro que guía a los sabios en el evangelio de Mateo es un fenómeno sobrenatural: se mueve por el firmamento a voluntad y se detiene «encima de donde estaba el niño». Y solo parecen poder verla los magos. Es una manifestación de Dios o un mensajero de este, un ángel.
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La forma que se le da en los belenes, una estrella con cola, sí parece estar basada en el avistamiento real de un cometa. El pintor italiano Giotto di Bondone pudo observar el paso del Halley en 1301 y lo reflejó en su 'Adoración de los Reyes Magos', fresco pintado en la capilla de los Scrovegni, en Padua.
El evangelio de mateo es el único que alude a los sabios de oriente, sin identificarlos ni precisar cuántos eran. Solo detalla los regalos que presentan al niño:oro, incienso y mirra. Por fuerza, unas figuras tan sugerentes dieron lugar a numerosos relatos popualres, algunos de los cuales fueron recogidos en varios evangelios apócrifos. Se les darán diversos nombres y también variará su número: 2, 3, 4... incluso 12.
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La primera representación gráfica en la que los Reyes Magos aparecen identificados como Melchor, Gaspar y Baltasar, vestidos con ropajes persas, es un mosaico del siglo VI que se encuentra en San Apolinar el Nuevo, en Rávena (Italia).Tal como se les representa tradicionalmente en los belenes, representan a cada una de las tres etapas de la vida y a las tres partes del mundo conocido en la Edad Media: Melchor, el anciano, por Europa; Gaspar, el hombre maduro, por Asia; y Baltasar, el joven, por África, de ahí que a partir del siglo XV sea negro.
Jesús, María y José. Obviamente, el núcleo del belén. Aunque al hablar del nacimiento de Jesús las pocas pinceladas que aportan los evangelios de Mateo y Lucas sugieren una escena de lo más natural, una madre que acuesta a su recién nacido tras envolverlo en pañales, la tradición ha fijado una composición más hierática para resaltar la importancia de la escena.
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El niño suele ser representado en el centro, recostado en el pesebre y dando la bendición, tal y como se contaba que sucedió cuando San Francisco, en su Belén de Creccio tomó en brazos la imagen de Jesús. Entonces, la figura cobró vida, sonrió al asnto y bendijo a los asistentes.La Virgen y José aparecen en actitud orante, uno a cada lado. En ocasiones, él, que suele ser representado como un hombre mayor, parece estar dormido. Se alude así al pasaje de Mateo en el que a José se le aparece en sueño un ángel del Señor para avisarle de la amenaza de Herodes y de que ha de huir con su familia a Egipto.
En Mateo, Jesús es adorado por unos sabios; en Lucas, lo es por unos pastores. Usualmente, los belenes suman en una misma escena ambos relatos, así que es costumbre incluir también a estos personajes con sus ovejas, bien adorando a Jesús o en la distancia, recibiendo el anuncio del nacimiento. Según Lucas, estos pastores se encontraban en «aquellos campos», se entiende que cerca de la posada en cuyo pesebre estaba Jesús, «velando unos rebaños» cuando se les apareció un ángel del Señor para anunciarles el nacimiento de «un Salvador, que es el Mesías, el Señor».
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Los pastores se acercan al pesebre, ven al niño y regresan «glorificando y alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído correspondía a cuanto les habían dicho».Los pastores representan la humildad, la sencillez y la entrega a los demas. Según el Papa Francisco, siendo «hombres humildes y despreciados, fueron los primeros en llevar un poco de calor a aquella fría gruta de Belén».
Si en Mateo es la estrella la que actúa como mensajero celestial, en Lucas cumplen esa función los ángeles, cuando se aparecen a los pastores. En el relato evangélico hay un primer mensajero –'ángel' significa eso literalmente– al que sigue «una multitud del ejército celestial que proclama «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor».
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La aparición de los ángeles asusta a los pastores. Esto puede resultar sorprendente, pero se entiende porque en la tradición judía los ángeles eran seres de apariencia monstruosa, y no evanescentes jóvenes alados, así que, al manifestarse tenían que aclarar que eran 'buenos' y no 'malos' diciendo «no temas», como se puede leer en diversos pasajes de la Biblia.
Obviamente, en los belenes los ángeles tienen la bella apariencia que les ha dado la tradición artística occidental. Pueden incluirse uno o varios, simbolizando a la «multitud del ejército celestial». En belenes muy elaborados era tradición también incluir dos sobre el pesebresosteniendo una tela con el texto «Gloria in excelsis Deo», es decir «Gloria a Dios en las alturas».
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