Según la prensa de la época, 15.000 personas asistieron al paso del cortejo fúnebre.
100 años del asesinato del gerente de Altos Hornos de Vizcaya
Tiempo de historias ·
Cuatro anarquistas confesaron bajo tortura la autoría de un crimen que conmocionó a la sociedad vizcaína. El jurado no admitió las confesiones y declaró no culpables a los acusados
El atentado se produjo a las 6.30 de la tarde del martes 11 de enero de 1921, ahora hace cien años. Resultó gravemente herido Manuel Gómez Canales, gerente de Altos Hornos de Vizcaya, que murió unos días después. El crimen fue un acontecimiento crucial, no sólo por la importancia empresarial del asesinado. Se temió que se extendiera por Bizkaia la ola de terrorismo social que estaba azotando Barcelona y, en menor medida, Zaragoza y Valencia.
Nunca llegó a aclararse quiénes fueron los autores del atentado, pese a que hubo dos juicios, pero la impresión general, que nadie discutió, lo atribuyó al sindicalismo anarquista, partidario de las acciones violentas. Por entonces se enfrentaban en Vizcaya la estrategia socialista, basada en la negociación, y la que propugnaban los anarquistas.
El asesinato y el entierro del gerente Altos Hornos constituyeron un motivo de duelo del que participaron diversas capas sociales, incluyendo grupos obreros. En el sentir general, en aquellos días estuvo en juego la dinámica social de Bizkaia.
Manuel Gómez era gerente de la principal empresa del País Vasco desde 1912 y su trayectoria era excepcional por muchos conceptos. Llegó a ejercer la máxima responsabilidad empresarial desde un origen muy humilde. Ingresó con muy pocos años en un puesto modesto y fue ascendiendo por su valía.
Nacido en 1868 en Barakaldo, era hijo de 'los pasiegos', pues así se les conocía a sus padres, por ser naturales de la Vega de Pas. Su padre fue peón de la fábrica El Carmen, la primera siderurgia de la margen izquierda del Nervión, y su madre tenía una tienda de ropa en Baracaldo. Manuel Gómez estudió en la Escuela de Comercio de Bilbao, donde obtuvo muy joven el título de perito mercantil. Empezó a trabajar con dieciséis años como pinche en la Oficina de Básculas de Altos Hornos de Bilbao -la empresa nacida de El Carmen-, con un sueldo de dos reales. Fue ascendiendo poco a poco hasta llegar a jefe de contabilidad. Cuando en 1902 se fusionaron Altos Hornos de Bilbao, la Sociedad Vizcaya y la Compañía Iberia, formando Altos Hornos de Vizcaya, tenía ya funciones de gran responsabilidad. Por entonces aprendió inglés, lo que le habilitaba para puestos ejecutivos de mayor importancia. Fue ayudante de Restituto Goyoaga -su 'mano derecha'-, el primer gerente (director administrativo) de AHV y le sucedió al jubilarse.
Padre de una familia numerosa -casó con la hija de un empleado de AHV y tuvo catorce hijos, de los que le sobrevivieron diez-, tuvo fama de hombre dialogante y partidario de la negociación con los obreros. También de que la empresa llevase a cabo una política social que incluía la promoción de viviendas para obreros, hospitales y escuelas. No respondía, pues, al perfil imaginario de un empresario rígido y hostil a los trabajadores y se movía dentro de lo que se llamó catolicismo social.
Con todo, tenía también fama de que, llegado el caso, no rehuía las tensiones. En los días previos al asesinato en Altos Hornos de Vizcaya se libraba un pulso con los sindicalistas anarquistas, que estaban reduciendo la producción de los hornos de coque. Al parecer, amenazó con numerosos despidos. Se dijo que esa situación fue el detonante del atentado, extremo que no puede confirmarse, pues no se esclareció la autoría.
Los socialistas, por su parte, opinaban que «en recientes huelgas [Manuel Gómez] se ha distinguido por la cordialidad con que presidió en sus negociaciones con los obreros». Era «precisamente el gerente de la Sociedad industrial que más empeño puso en establecer relaciones de armonía con los Sindicatos obreros». A juicio de 'El Liberal', el periódico republicano y socialista, era «un hombre honrado, caballeroso y bueno, que todo lo debe a su propio esfuerzo y que consagró su existencia al trabajo». Se vivían las tensiones entre socialistas y anarcosindicalistas y, dentro de estos, entre los partidarios de una suerte de lucha armada y quienes querían una línea de actuación más moderada. Y existía el temor de que se propagase en Bizkaia la violencia social que imperaba en Cataluña, donde eran frecuentes los atentados de este carácter. Por lo que se supo luego, Manel Gómez había recibido varias amenazas.
Al terminar la jornada laboral, el 11 de enero Manuel Gómez salió de Barakaldo hacia Bilbao. Le acompañaban en el coche su hijo Federico y tres directivos de la empresa, además del chófer. Tras pasar Róntegui, frente al puente de la Luchana Mining, el automóvil fue tiroteado en un lugar donde era preciso ralentizar la marcha. Intervino un grupo de entre cuatro y seis, si bien no hubo testigos fiables del atentado, en el que seguramente se dispararon más de quince tiros.
A Manuel Gómez le alcanzó una bala, aunque no perdió la conciencia. Al percatarse de la herida, el coche siguió hasta el hospital de Basurto. La situación era crítica -la bala atravesó el riñón y quedó en el abdomen-. Fue operado por el doctor Vicente San Sebastián, que en todo momento advirtió de que el pronóstico era gravísimo. Manuel Gómez murió el viernes 15 de enero y la conmoción en Bizkaia fue general, por la personalidad del finado, la importancia de la empresa y las implicaciones del atentado.
A la conducción del cadáver asistieron más de 25.000 personas. Las imágenes muestran una concentración humana totalmente excepcional en el Bilbao de la época. Asistieron las fuerzas vivas y una enorme muchedumbre: el coche fúnebre fue primero del Hospital a Zabálburu. Tradicionalmente, niños de la Casa de Misericordia solían encabezar los cortejos fúnebres, pero la costumbre se había abandonado el año anterior. Sin embargo, en aquella ocasión volvieron a salir. Seguían en formación centenares de obreros con hachones blancos. Participaron del cortejo las autoridades, los diputados, los senadores, lo más granado del mundo empresarial y representantes de las corporaciones locales. Llamativamente, cerraba el cortejo el automóvil en el que iba Manuel Gómez cuando sufrió el atentado: «el coche era inspeccionado con gran curiosidad por el público». La procesión siguió hasta la plaza del Instituto, de donde partía el ferrocarril de Lezama que conducía el féretro al cementerio de Derio.
Al margen de la escenificación empresarial del dolor público, todo indica que la conmoción fue muy amplia y que participaron sectores muy diversos.
Rumores y torturas
Otra cuestión fue la investigación del crimen. Hubo rumores de reuniones anarquistas que habían preparado el atentado, pero verosímilmente fueron para tratar asuntos sindicales, pues las violencias de este tipo no solían tratarlas en amplios conciliábulos. Se habló también de testigos del atentado, pero nada quedó claro. Eso sí: las detenciones fueron muy abundantes, pero por el procedimiento de considerar sospechosos a quienes destacasen en el anarquismo, sin que se les probase relación alguna con el atentado. La táctica policial, muy frecuente por entonces, impidió a la larga que se dilucidasen los hechos. Fueron acusados del atentado cuatro anarquistas, pero la única prueba de tal relación fue su propia declaración, que alegaron había sido obtenida en interrogatorios durísimos en los que se empleó la violencia. Adujeron que sus declaraciones habían sido para acabar con la tortura.
El juicio, ante jurado, tuvo lugar en abril de 1923. En realidad, la cuestión que se dilucidó fue si autoinculpaciones obtenidas mediante tortura, las únicas que existían, podían admitirse como pruebas. La izquierda y los elementos progresistas de la ciudad entendían que la tramitación del proceso había sido irregular y que no había quedado probada la participación de los inculpados en el «monstruoso asesinato». Los días del juicio fueron de gran tensión.
El jurado dictaminó que los acusados no eran culpables. El mes siguiente, el 28 de mayo, se llevó a cabo un nuevo juicio, el resultado fue el mismo y los acusados quedaron en libertad.
No llegaron a aclararse los hechos. Fueron quedando en el olvido tras comenzar una nueva etapa política con la Dictadura de Primo de Rivera, que empezó en septiembre de 1923. El crimen fue en Bizkaia uno de los momentos más críticos dentro del enrarecimiento del clima social y político que tenía lugar hace un siglo, del que formó parte, también, el asesinato de Eduardo Dato, presidente del Gobierno, a comienzos de marzo del 21.
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