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Aquel gesto entre Maroto y Espartero fue mucho más que el final de la guerra.
Bergara, 31 de agosto de 1839: el abrazo que cambió la historia

Bergara, 31 de agosto de 1839: el abrazo que cambió la historia

Tiempo de historias ·

El acuerdo firmado entre el carlista Maroto y el general Espartero en Bergara abrió las puertas a un debate profundo sobre los fueros vascos. Para muchos, aquello fue el principio del fin

Domingo, 1 de septiembre 2019, 01:00

El 15 de junio de 1835, la noticia de que Zumalacárregui había muerto corrió como la pólvora por las calles de Bilbao. Las sospechas, equivocadas pues el líder carlista no había muerto aunque lo haría días más tarde, levantaron el ánimo de los liberales bilbaínos y, de alguna forma, cambiaron definitivamente el curso de la primera guerra carlista. A partir de ese momento, el conflicto entró en una fase de estancamiento que sólo benefició al bando liberal. Y aunque los carlistas lo intentaron una y otra vez, Bilbao fue liberada en las navidades de 1836. San Sebastián, por su parte, tampoco cayó en manos de los seguidores del pretendiente Don Carlos. Con todo, la guerra entró en una fase de desgaste en la que los carlistas llevaron la peor parte. El Gobierno, consciente de que los fueros eran una parte fundamental en el discurso que ambos bandos tenían en el País Vasco, se aventuró a dar un golpe de efecto. Paz y fueros, esa fue la oferta que, rápidamente, abrió una brecha en las filas carlistas que se dividieron entre intransigentes y moderados. Aquella duda les condujo directamente a la derrota.

El general carlista Maroto, pese a la opinión contraria de Don Carlos, empeñado en mantenerse firme en sus pretensiones, tomó la iniciativa de entablar contactos con los liberales representados en la figura del general Baldomero Espartero. El resultado de las negociaciones se concretó en un gesto que ha pasado a la historia como un ejemplo de claudicación. Los dos líderes militares sellaron su acuerdo con un abrazo que ratificó el 'Convenio de Vergara', el 31 de agosto de 1839.

Lo cierto fue que aquel abrazo dejó muy clara la derrota de los carlistas al mismo tiempo que abría una etapa llena de incertidumbres, pues en el fondo no eran poco en el País Vasco los que dudaban de la veracidad de la oferta favorable a los fueros hecha por el gobierno. De hecho, en el acuerdo firmado en Bergara, las referencias a los fueros eran demasiado ambiguas y confusas como para dar el asunto foral por zanjado. «El Capitán general Baldomero Espartero recomendará con interés al Gobierno el cumplimiento de su oferta de comprometerse formalmente a proponer a las Cortes la concesión o modificación de los fueros».

Palabras tales como «recomendar», «conceder» y «modificar», lejos de aclarar, aumentaban aún más las dudas sobre el futuro de la organización foral de los vascos. Lo único claro es que, a partir de ese momento, todo quedaba en manos de las Cortes, depositarias de la soberanía nacional y que, de entrada, eran bastante reacias a ni siquiera admitir la posibilidad de confirmar los fueros. Y es que, para los liberales, no se podía dar nada por sentado y mucho menos admitir como perpetua una organización particular que, a ojos de la mayoría, no era más que un resto del Antiguo Régimen.

De hecho, en la Constitución de 1837, no se contemplaba la posibilidad de excepción alguna ya que se estableció con claridad que todo el territorio habría de regirse por unos mismos códigos. Como mucho se abría la puerta a la discusión sobre las posibilidades de encajar un sistema tan singular dentro del marco constitucional. Con todo, las dudas se multiplicaron. ¿Qué había de cierto en el compromiso firmado en Bergara? ¿De qué forma se pretendía la convivencia entre un régimen excepcional y el principio de igualdad entre todos los españoles?

Estado liberal

Todo pareció resolverse el 25 de octubre de 1839. La Cortes promulgaron una ley por la que «se confirman los fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía». Sin embargo, las palabras dejaban entrever que algo muy importante había cambiado. La confirmación de los fueros por parte del Estado liberal dejaba claro que todo dependía de una decisión, una concesión que nada tenía que ver ya con el uso y la costumbre. Y así, del mismo modo que entonces se admitían los fueros, llegados al caso podrían muy bien desaparecer. Además, la ley planteaba la necesidad de introducir algunas modificaciones en los fueros, para lo cual el Estado se mostraba dispuesto a escuchar –negociar–, a las provincias vascongadas y a Navarra.

En el País Vasco, los liberales admitían que los fueros necesitaban de una puesta al día aunque se reconocía la dificultad de hacerlo desde una perspectiva liberal. ¿Cómo encajar un ordenamiento basado en usos y costumbres dentro de un Estado liberal en el que no se admitían entidades intermedias entre él y el individuo?

Así, pese a lo que pudiera parecer, el acuerdo sellado en Bergara hace ciento ochenta años, abrió la puerta a un intenso debate sobre la pertinencia o no de los fueros vascos dentro del marco establecido por el Estado liberal. La natural puesta al día de ese entramado jurídico, económico y social vasco ya suponía cambios profundos que, inevitablemente, habrían de terminar con una alteración de la situación mucho más radical de la que entonces se esperaba. El abrazo de Bergara vino a confirmar que la apuesta de los liberales vascos iba a alcanzar de forma inevitable a toda una forma de entender la realidad que imponían los fueros. De alguna manera, el abrazo entre Maroto y Espartero abrió las puertas de un camino que condujo, con sus más y sus menos, hacia la abolición total de los fueros. Pero esa es otra historia

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