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En una fecha que no se ha podido determinar aún del año 79, una erupción del volcán Vesubio destruyó Pompeya, Herculano, Estabia, Oplontis y otras localidades y villas menores cerca de la actual ciudad italiana de Nápoles. Pompeya fue sepultada bajo gruesas capas de piroclastos ... y cenizas, y muchos de sus desdichados habitantes murieron abrasados o asfixiados por la nube piroclástica o aplastados por las ruinas de sus propias casas, en las que trataron de refugiarse inútilmente. Los conocemos porque en 1860 el arqueólogo italiano Giuseppe Fiorelli propuso rellenar con yeso los huecos que dejaron sus cuerpos al descomponerse en la ceniza solidificada, obteniendo así moldes y vaciados que mostraban con gran precisión sus últimos momentos de vida, como si se tratara de esculturas realistas. La observación de sus posiciones y aspecto llevó a tratar de deducir quiénes eran estas personas y que relación podían tener entre ellas. Se quiso reconocer así a grupos familiares, parejas, esclavos con sus dueños, madres con hijos... Ahora, la genética ha venido a completar, aclarar y hasta a corregir algunas de estas deducciones.
Gracias a esta técnica de moldeado se conocen unas 2.000 víctimas de la erupción del Vesubio en Pompeya. Ahora, un equipo formado por investigadores de la Universidad de Florencia (Italia), la Universidad de Harvard (EE UU) y el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania) ha estudiado el ADN que se ha logrado extraer de restos óseos diminutos, incrustados en 14 de 86 de estos moldes que están en restauración. El análisis de las muestras ha permitido establecer con precisión relaciones genéticas, determinar el sexo y rastrear la ascendencia de estas víctimas. Los resultados corrigen algunas de las interpretaciones que se habían hecho sobre ellas a partir solo de su aspecto y posición en las ruinas.
«Esta investigación muestra cómo el análisis genético puede enriquecer significativamente las historias construidas a partir de datos arqueológicos», afirma el profesor David Caramelli, del Departamento de Antropología de la Universidad de Florencia. «Los hallazgos desafían nociones perdurables como la asociación de las joyas con la feminidad o la interpretación de la proximidad física como prueba de relaciones familiares». «Además», añade Caramelli, «las pruebas genéticas añaden una capa de complejidad a las simples narraciones de parentesco. Por ejemplo, en la llamada Casa del Brazalete de Oro, el único sitio en el que tenemos información genética de múltiples individuos, las cuatro personas que tradicionalmente se creía que eran los dos padres y sus hijos en realidad no tienen vínculos genéticos entre sí».
«Los datos que aportamos no siempre coinciden con las suposiciones comunes», añade David Reich, de la Universidad de Harvard. «Un ejemplo notable es el descubrimiento de que un adulto que llevaba un brazalete dorado y sostenía en brazos a un niño, tradicionalmente interpretados como madre e hijo, eran un varón adulto y un niño no emparentados. Del mismo modo, se descubrió que una pareja de individuos que se creía que eran hermanas, o madre e hija, incluía al menos un varón. Estos hallazgos desafían las suposiciones tradicionales sobre género y familia».
Los datos genéticos también proporcionaron información sobre la ascendencia de los pompeyanos, que tenían distintos antecedentes genómicos. El hallazgo de que descendían principalmente de inmigrantes recientes del Mediterráneo oriental confirma el carácter cosmopolita del Imperio Romano.
«Nuestros hallazgos tienen importantes implicaciones para la interpretación de los datos arqueológicos y la comprensión de las sociedades antiguas», considera Alissa Mittnik, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva. «Destacan la importancia de integrar los datos genéticos con la información arqueológica e histórica para evitar interpretaciones erróneas basadas en suposiciones modernas. Este estudio también subraya la naturaleza diversa y cosmopolita de la población de Pompeya, reflejo de patrones más amplios de movilidad e intercambio cultural en el Imperio Romano».
«Desde este punto de vista, este estudio marca un verdadero cambio de perspectiva, en el que el propio yacimiento desempeña un papel central en el avance de la arqueología y la investigación», destaca Gabriel Zuchtriegel, director del Parque de Pompeya. El arqueólogo, que acaba de publicar en España 'La magia de las ruinas: lo que Pompeya dice de nosotros' (ed. Taurus), recuerda que el estudio de este complejo arqueológico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997, «lleva años incluyendo el análisis del ADN antiguo en sus protocolos de estudio, no sólo de las víctimas humanas, sino también de las animales». El parque gestiona diversos proyectos de investigación a través de su propio laboratorio. Entre ellos figuran el análisis isotópico, el diagnóstico, la geología, la vulcanología y, en particular, la ingeniería inversa. Subraya que «todos estos elementos juntos contribuyen a una interpretación exhaustiva y actualizada de los hallazgos arqueológicos. Estos esfuerzos están convirtiendo Pompeya en una auténtica incubadora para el desarrollo de nuevos métodos, recursos y comparaciones científicas».
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