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A comienzos de la segunda década del siglo XVI, los vecinos de Bilbao no estaban demasiado satisfechos con la asistencia que les prestaban los médicos con los que contaba la villa entonces. Se quejaban de que cobraban demasiado y sin causas jutificadas, no prestaban la ... atención suficiente a los enfermos y se ausentaban a menudo, con lo que «por falta dellos se fallesçian muchos que se podrryan sanar».
En consecuencia, el Concejo, reunido el 13 de julio de 1515, estableció las primeras ordenanzas que tuvo la villa para regular el trabajo de los médicos locales. Se hizo en presencia de los dos galenos que entonces prestaban sus servicios en Bilbao, a los que se pidió que las firmaran en señal de acatamiento. Uno de ellos, Pablo de Cortajenera (o Cartagena), no tuvo inconveniente, pero el otro, «el dotor de Çangrronis» (o Sangroniz), se negó.
Aunque sus reticencias pueden entenderse en parte porque este médico mantenía desde hacía años un pleito con el Ayuntamiento por cuestiones ajenas a su oficio (comercio irregular de vino), un repaso a las normas hace comprensible que pudieran parecerle excesivas, sobre todo porque no establecían una contrapartida salarial.
De entrada, se exigía a los médicos «non tener amistad nin conpania nin parçialidad con ningund boticario direte nin yndirete» y se establecía que el paciente podía escoger libremente a qué boticario encargar los remedios prescritos por el médico. A los boticarios, por su parte, se les exigía que un médico estuviera presente durante la elaboración de las recetas para garantizar su calidad.
Un punto llamativo es que se obligaba a los médicos a mantener un horario diario para examinar la orina de los enfermos: «Que se lebanten de mannana e esten en sus casas para ber las orynas que les lebaren e tengan su papel e escrybania, e vistas las orynas probean lo que sea nesçesario e conbenga para el paçiente». Este examen tenían que hacerlo hasta las siete en verano y hasta las ocho de la mañana en invierno.
Señala Juan Gondra en su libro 'Los médicos de Bilbao, siglos XV al XIX' (2005), que esta práctica era tan habitual «por entonces que el vulgo llegó a considerar la inspección de la orina como sinónimo de la visita médica. Un familiar del enfermo llevaba su orina al médico para que este la colocara en un matraz especial y, luego de removerlo, observara al trasluz su color y la forma de aclararse. En función del resultado del examen deducía si la enfermedad se agravaba o mejoraba, y prescribía un régimen o un tratamiento».
Las ordenanzas ponían límite a lo que los médicos podían cobrar a sus pacientes: «Por cada visytaçion que fesieren en esta dicha villa e sus rebales se les aya de dar medio real de Castilla e dende arriba fasta vn real de Castilla e non mas». Por otro lado, estaban obligados a realizar dos visitas al día a cada enfermo, «vna a la mannana e otra a la tarde». En caso de que el paciente quisiera ser reconocido más veces, pagaría por ello. Pero si las visitas de más eran por decisión del médico, no se abonaban. La norma contemplaba la posibilidad de que el galeno tuviera que ofrecer sus servicios «afuera de la villa e sus rebales» y establecía los honorarios en función de la distancia («çinco reales e non mas» para una distancia máxima de una legua).
En caso de tener que atender a un paciente durante todo el día, el facultativo podía cobrar hasta cinco reales y medio. Por su parte, el enfermo tenía que «darle de comer a su mula e a sus moços».
Como una de las quejas más graves de los vecinos era que los médicos se ausentaban con frecuencia, se dictó que no podían salir de Bilbao sin pedir permiso a las autoridades locales. Por último, estaban obligados a atender a los pobres «del ospytal por serbiçio de Dios e por lo que deben a virtud e bondad syn ningunos derechos». Es decir, gratis.
Todo esto, destaca Gondra, «sin recibir ninguna compensación económica de las arcas municipales». Mientras su colega, Pablo de Cartagena, no tuvo mayores reparos y juró cumplir estas normas, Sangroniz dijo que estaba dispuesto a jurar que iba a «vsar bien e lealmente en su ofiçio e de goardar el bien e probecho de la villa», pero no estas ordenanzas, que apeló. Así inició un tira y afloja con el Regimiento hasta que al final no le quedó otro remedio que acabar acatando las ordenanzas.
No se sabe mucho del doctor Sangroniz, ni siquiera su nombre de pila. En las fogueraciones –censo de fuegos u hogares, entiéndase unidades familiares– de las villas de Bizkaia de 1511 aparece avecindado en Bilbao, en una casa en Artekale y al mismo tiempo en otra en Allende la Puente. En la de 1514 aparece avecindado en Artekale un médico, «el maestre Francisco, pero no menciona al Dr.Çangronnis», comenta Antonio Villanueva Edo en el artículo 'La asistencia hospitalaria medieval en Bilbao' (2003). «En ambas relaciones hay varias personas a las que se da el título de Doctor, pero esto no indica que fueran médicos ya que también era una titulación propia de los hombres de leyes. Quizá el Dr. Çangronnis y el maestre Francisco fueran la misma persona, citada en 1511 con su apellido y en 1514 solamente con el nombre, o bien eran dos distintas que habitaban en la misma calle». En el pleito que mantuvo con el Ayuntamiento el doctor fue representado por su hijo, «el bachiler de Çangrronis».
Durante la peste de 1530 la actuación del doctor Sangroniz fue ejemplar y además logró que Lekeitio enviara como apoyo a Bilbao un médico y un cirujano, que fueron alojados extramuros. En aquella crisis, la villa decidió pagar por fin a sus médicos, quizá para evitar que huyeran, como había hecho un boticario. Sangroniz cobraría 8 ducados al mes de las arcas municipales.
Pero su suerte se torció unos años después: sospechoso de luteranismo, fue juzgado y penitenciado, junto a otro médico y un boticario, por el tribunal de la Inquisición en Calahorra. Aunque parece que las penas fueron leves, la condena social fue peor: los vecinos no querían ser atendidos por herejes y pidieron su expulsión de Bilbao. En 1539, Carlos V, a través de una provisión real, recomendó al corregidor que llamara a todas las partes afectadas y que una vez oídas, obrara en justicia. Pero no ha quedado constancia de lo que decidió.
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