En los últimos días hemos leído sobre varios casos de combustión espontánea respecto a las baterías de dispositivos electrónicos. Un niño británico se despertó con un agujero en su cama, tras dejar una tableta electrónica cargando toda la noche (apoyada en el cochón).
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Por su parte, los bomberos de Valladolid asombraron a propios y extraños con la publicación de una fotografía en su perfil de Twitter: puede verse la esquina de un colchón completamente carbonizada, hasta el punto de airearse el entramado de muelles. La causa, nuevamente, fue dejar el teléfono móvil cargando sobre la cama.
También se han originado incendios en el cargador del smartphone, fruto del sobrecalentamiento. Entonces, las consecuencias pueden resultar desastrosas si dejamos el cable de carga conectado y en contacto con la mesita de noche o el propio colchón.
Normal preguntarse si algo así podría ocurrirnos. Estadísticamente, tan sóla 1 entre 10 millones de baterías de litio acaban incendiándose, por lo que hablamos de una probabilidad realmente baja. Aún así existen condicionantes a los que prestar atención, como la vida útil de la batería; sus ciclos de carga; el empleo de accesorios no oficiales y la exposición a temperaturas extremas (hablemos de calor o frío).
Toda batería contiene sustancias químicas que, al mezclase por accidente, provocan que ésta deje de funcionar; se caliente en exceso, se hinche o explote a raíz de un cortocircuito.
¿Qué podemos hacer si nuestro terminal acaba en llamas? Lo ideal, por supuesto, es tomar preocupaciones ante ciertas señales de alarma. Ya hemos hablado de la hinchazón de la batería (o la propia carcasa del teléfono), pero también podemos notar una especie de silbido durante el proceso de carga. Tales casos suelen venir acompañados de un incremento considerable de temperatura, hasta el punto de quemarnos si tocamos el dispositivo.
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En dichas circunstancias, conviene desconectar el cargador (si lo hubiera); enfundarse unos guantes protectores y manejar el teléfono con sumo cuidado, para que los químicos de marras no se mezclen. A continuación apagaremos el aparato, lo introduciremos en un recipiente ignífugo (cualquiera metálico) y nos pondremos en contacto con el servicio de asistencia técnica de la marca, que nos indicará el proceso de reparación.
Si resulta que la batería ya ha prendido, la mejor opción es atajar el fuego con un extintor (clase «ABC», adecuado frente a líquidos inflamables y aparataje electrónico). No disponiendo de uno, haremos bien en usar agua potable. La cantidad de litio presente en las baterías es mínima, por lo que apenas corremos riesgo de avivar el incendio (hidrógeno mediante).
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La arena es nuestro último recurso, especialmente si nos encontramos en la playa, donde muchos bañistas acostumbran a dejar su móvil expuesto a los rayos del sol. Bastará entonces con enterrarlo por completo.
Como dicta el sentido común, hacer caso omiso a las señales anteriormente comentadas supone un riesgo potencial. Recuérdense las explosiones fortuitas dentro de bolsos o al portar el móvil en el bolsillo del pantalón; saldadas con quemaduras graves.
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Ante el menor indicio, debemos seguir el procedimiento de reciclaje vigente, informando del estado de la batería a los responsables del punto de residuos eléctricos. Bajo ningún concepto depositaremos el aparato en el cubo de basura doméstico o contenedor municipal, ya que podría acabar prendiéndose.
Una vez desatado el incentido, no intentes aplacar la situación envolviéndolo en toallas o mantas (al contrario de lo que se indica cuando se nos 'rebela' una sartén).
Las baterías calcinadas entrañan otro peligro: los gases tóxicos que desprenden y que podríamos inhalar durante la noche, sin percatarnos de lo que ocurre (como en el caso del niño británico). En estado consciente, evitaremos el humo empleando mascarillas y aireando la casa varias horas.
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Fiascos como el del Galaxy Note 7 pusieron en alerta a los fabricantes, de forma que las pruebas de seguridad a que se someten las baterías resultan más exigentes que nunca. De hecho, ya se trabaja en un diseño que reduciría a cero las probabilidades de que una batería de iones de litio acabe pasto de las llamas.
En las baterías 'corrientes', ánodos y cátodos permanecen separados por una fina lámina de plástico, la cual resulta altamente inflamable si dichos electrodos entran en contacto. Pues bien, el nuevo diseño incorpora un aditivo de sílice, capaz de solidifcarse ante golpes o caídas (cuando ambos electrodos corren el riesgo de 'rozarse').
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Atrae la idea de una batería que siga funcionando pese a los impactos y sin posibilidad de inflamación, sin embargo, aún podrían pasar años hasta que la investigación se materialice comercialmente.
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