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sara borondo
Martes, 28 de enero 2020, 00:53
Lo innovador puede provocar miedo, como ha quedado claro en varias ocasiones a lo largo de la historia de la Humanidad. En el siglo XIX, cuando los primeros ferrocarriles empezaban a rodar, la Academia Médica de Lyon mostró su miedo por las consecuencias en el ... cuerpo humano de la gran velocidad a la que se desplazaban los trenes (unos 20km/h en aquella época): trastornos de la vista, de la digestión y del aparato respiratorio e, incluso, paros cardiacos. Y no fueron los únicos, ya que las revistas médicas publicaron artículos sobre los peligros de los trenes, afirmando que los pasajeros podrían morir ahogados si viajaban a más de 32km/h; la retina se inflamaría por la rápida sucesión de imágenes; desarrollarían algún tipo de fobia o las embarazadas podrían abortar.
Es uno de los ejemplos más claros de tecnofobia, aunque no el único. En el siglo XX también despertaron desconfianza las ondas hertzianas de la radio y el miedo a la electrocución fue un freno (fugaz en este caso) a la llegada de la electricidad a los hogares. En el siglo XXI, con multitud de nuevas tecnologías alrededor, hay movimientos también contrarios a algunas de las innovaciones que están llegando, y en la mayoría de ocasiones no hay ninguna evidencia científica. Estas son tres de las preocupaciones sobre los efectos de la tecnología en la salud que hay actualmente en la sociedad:
A mediados de enero, el Ayuntamiento de Barcelona colgó en su web un artículo de La Fàbrica del Sol, un equipamiento municipal promovido por el Área de Ecología, Urbanismo y Movilidad de la ciudad condal. Bajo el título 'El 5G no es inocuo', defendía a 'Stop 5G', un movimiento internacional (con fuerza sobre todo en Italia y Estados Unidos) que ha pedido una moratoria por los daños concretos sobre la salud de las personas y los ecosistemas que se asocian a la tecnología 5G de transmisión de datos. Lo paradójico es que el Ayuntamiento de Barcelona también apoya la plataforma '5G Barcelona' para desarrollar esta tecnología en la ciudad, sede del Mobile World Congress. Según Stop 5G, usar móviles con 5G puede provocar cáncer, enfermedades cardiovasculares, daños neurológicos, deterioro cognitivo, trastornos del sueño, infertilidad o estrés oxidativo. El Ayuntamiento de Barcelona no tardó en retirar el artículo.
Una de las investigaciones que forman la base de las teorías de Stop 5G, el estudio 'Cell Phone radio frequency radiation' del Programa de Toxicología Nacional (NTP por sus siglas en inglés) del Departamento de Salud y Servicios Sociales, publicó en 2018 un estudio con los efectos en ratas de la radiación por radiofrecuencia (RFR) de 900MHz y 1.900MHz que utilizan las redes de telefonía móvil 2G y 3G. El estudio encontró una relación clara entre la exposición de los ratas macho y la aparición de tumores cardíacos, así como alguna evidencia de cáncer en el cerebro y las glándulas suprarrenales. No estaba claro si había alguna relación entre la exposición de ratas hembra a los 900MHz y de ratas de ambos sexos a los 1.900MHz. El NTP también dejaba claro en el estudio que estos resultados no se pueden aplicar a las personas por dos razones: «Los niveles a los que se expuso a los animales fueron mucho más altos de los que puede recibir una persona de su teléfono móvil y además se radió todo su cuerpo, «que no es lo mismo que la exposición más localizada que puede recibir un humano al tener el móvil en el bolsillo o cerca de la cabeza». Además, las frecuencias utilizadas en el estudio no son las mismas que en las tecnologías 4G y 5G.
Las redes necesitarán nuevas antenas y estaciones, pero también precisan un nivel de energía inferior a las redes 4G. Las 5G utilizan un espectro más alto de frecuencias que llegan a otras mucho más altas. Según el mismo estudio del NTP, Las ondas milimétricas, las correspondientes a esas frecuencias altas, «no viajan tan lejos y no penetran en el cuerpo tan profundamente como las longitudes de onda de las frecuencias más bajas. Es probable que las ondas milimétricas no penetren más allá de la piel», aunque el NTP sigue profundizando en esta línea de investigación.
En 2018, al conocer los resultados de este estudio, la American Cancer Society señaló que los hallazgos no eran concluyentes y que no se ha detectado mayor riesgo de cáncer por usar el móvil, aunque la gente que esté preocupada por esta cuestión puede utilizar un auricular al usar el teléfono. La Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) también ha señalado que la mayoría de los estudios epidemiológicos no han establecido una relación entre la exposición a la radiación de la radiofrecuencia de los móviles y algún problema de salud. A la misma conclusión han llegado el Centro de Estados Unidos par el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) y la Comisión Federal de Comunicaciones del mismo país.
El departamento de Salud del Gobierno Vasco actualizó en 2015 el informe 'Campos electromagnéticos y efectos en salud. Evidencia científica' de 2011, que comprende varios tipos de exposición. En la de radio frecuencia (RF) y efectos de la salud se concluye: «Los efectos epidemiológicos sobre la exposición a RF [radio frecuencia] no indican un mayor riesgo de tumores cerebrales, y tampoco indican un aumento del riesgo para otros tipos de cáncer de la cabeza o del cuello u otras enfermedades malignas, incluyendo el cáncer infantil».
La actualización del informe sostiene que hay «falta de evidencia de que la RF de los teléfonos móviles afecte las funciones cognitivas en humanos» y remite a la afirmación de Comité Científico de la Comisión Europea de Riesgos Emergentes para la Salud de que las investigaciones «no indican efectos en salud para la población en general relacionados con la exposición a campos electromagnéticos de RF procedentes de red wireless, radio y transmisores de TV o la redes de wireless local de la escuela o casa».
En las frecuencia intermedia la recomendación del gobierno vasco es realizar estudios con biomarcadores y efectos en salud y complementar con estudios experimentales, mientras que en la exposición a frecuencia baja el informe sostiene que los estudios epidemiológicos «no muestran evidencia de mayor riesgo de enfermedades degenerativas, incluyendo demencia. Tampoco se encuentra evidencia de efectos adversos en el embarazo» ni en la función reproductiva en humanos.
Los adolescentes actuales están todo el día con el móvil, mirando las redes sociales o participando en ellas. La última encuesta sobre 'equipamiento y uso de tecnologías de información y comunicación de los hogares' del Instituto Nacional de Estadística revela que el 66% de los chavales entre 10 y 15 años dispone de teléfono móvil. Estos adolescentes sufren más ansiedad y depresión que las generaciones anteriores. Se ha extendido en la sociedad la creencia de que el uso que realizan de la tecnología ha creado una «generación perdida» de jóvenes que no están preparados para afrontar la adultez. Lo cierto es que se han realizado diversos estudios que hablan de esta relación, pero no se han detectado vínculos entre la salud mental de los adolescentes y los smartphones.
Candice L. Odgers, investigadora de la universidad de California, Irvnie (EE.UU.) y Michaeline R. Jensen, de la Universidad de Greensboro de California del Norte (EE.UU.), han analizado 40 estudios para examinar posibles vínculos entre el uso de las redes sociales y la depresión y la ansiedad entre los adolescentes. Las conclusiones, publicadas en el Journal of Child Psychology and Psychiatry, muestran que se trataría de una unión mínima e inconsistente y que en ningún caso explicaría la alarma social que hay en esta cuestión.
Otra investigación de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, analizó el uso que realizaban del móvil 170.000 adolescentes y estableció que el impacto del móvil era muy pequeño comparado con otras actividades cotidianas. No obstante, este estudio solo habla del tiempo que los chavales invierten con el móvil y no del contenido que ven a través de él.
Puede haber ocurrido que se haya culpado al factor nuevo más llamativo, el uso intensivo de teléfonos móviles de los que generaciones anteriores no disponían, antes de buscar otras causas que también podrían explicar los problemas mentales y de ansiedad de los jóvenes (como el alto desempleo juvenil, los bajos salarios e inestabilidad laboral o la presión académica).
Es probable que quien trabaje muchas horas delante del ordenador haya experimentado un mayor cansancio o sequedad ocular. Parece evidente que hay alguna relación, y muchos lo achacan a la luz azul que emiten los monitores. Es una teoría tan extendida que hasta se venden protectores de pantalla y gafas que se suponen eliminan la luz azul. Lo cierto es que no hay ninguna evidencia científica que avale la toxicidad de la luz azul para el ojo, que está expuesto a más fuentes de luz azul; un tercio de la luz visible se considera de alta energía o 'luz azul', incluida la solar.
Lo que sí puede que provoquen los ordenadores es problemas de sueño al estimular el cerebro antes de irse a la cama, ya que la luz de onda corta (azul) que emiten las pantallas inhibe la melatonina, una hormona que regula los ciclos de sueño. Aquí sí pueden ser útiles los filtros. Según una investigación del instituto Politécnico de Rensselaer, en Nueva York (EE.UU.), los niveles de melatonina en adolescentes eran un 23% más bajos tras una hora frente a la pantalla cuando no llevaban unas gafas de color naranaja (lo que anula el rango azul de la luz). Tras dos horas, eran un 38% más bajos que los días que no llevaban las gafas. La recomendación de los expertos es no utilizar pantallas desde dos horas antes de irse a dormir.
Los problemas físicos que padece el ojo ante el ordenador tienen un origen diferente. Los ojos tienen la capacidad de enfocar distintos objetos que están dentro del campo de visión gracias a que el músculo ciliar modifica la curvatura del cristalino. El ojo, normalmente, está enfocado para ver de lejos, y cuando fijamos la vista a un punto que está cercano, el ojo tiene que realizar un esfuerzo para mantener ese enfoque durante mucho tiempo; y se llega a producir la fatiga del ojo.
Además, al mirar una pantalla la vista permanece fija y se parpadea mucho menos (algo básico para mantener el ojo hidratado). Tras un minuto sin parpadear se empieza a notar la sensación de sequedad lagrimal en la córnea (la membrana transparente que forma la parte anterior del globo ocular y está delante del iris) y aparecen molestias, irritación, visión borrosa y enrojecimiento en el ojo.
En circunstancias normales se calcula que el ojo humano parpadea cada cinco segundos, al leer se parpadea entre 15 y 20 veces por minuto, y al mirar la pantalla esta acción se realiza menos de cinco veces por minuto, lo que puede llevar a sufrir sequedad ocular. Los síntomas son picor, escozor, lagrimeo e incluso dolor y, en esos casos, hay que acudir a un oftalmólogo. El problema no está en la pantalla ni en la luz que emite, sino en la frecuencia del parpadeo.
Los expertos recomiendan para evitar estos problemas utilizar lágrimas artificiales cuando se note sequedad ocular, mantener una posición ergonómica delante del ordenador y disponer la pantalla a una distancia correcta (30 centímetros en el caso del móvil, 40 para tablet y 50 para ordenador). También relajar la visión mirando al menos a seis metros de distancia. Así durante 20 segundos cada 20 minutos que pasemos frente al panel de turno.
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