'The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom' eleva el videojuego a nuevas alturas
Crítica ·
Semanas deambulando por Hyrule confirman un hito en el género de mundo abiertoCrítica ·
Semanas deambulando por Hyrule confirman un hito en el género de mundo abiertoHa despachado más de 10 millones de copias en sus primeros 3 días a la venta. TikTok y Twitter se han llenado de vídeos y memes con las increíbles creaciones de sus jugadores. Ha capitalizado la conversación cultural del mes de mayo y, probablemente, se termine coronando como el mejor videojuego de este 2023. 'The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom' lleva unas semanas entre nosotros, después de 6 años, y no son pocos los que se han preguntado si tanto tiempo de espera ha merecido la pena.
No obstante, todo tiene un principio, y este nos lleva a marzo de 2017. En esta fecha, Nintendo puso en las tiendas su nueva videoconsola, Nintendo Switch, obligada a reflotar la imagen (y las ventas) de la marca nipona tras el estrepitoso fracaso que supuso WiiU; así, las posibilidades de la máquina (jugar en la televisión del salón y llevarte después la partida a cualquier parte, no solo de la casa, sino del mundo como si fuese una consola portátil) tenían que verse refrendadas por un juego potente, uno capaz de poner de manifiesto la versatilidad de la Switch y convencer a aquellos jugadores indecisos, ya sea porque WiiU los espantó o porque la falta de músculo técnico de Switch en comparación con su competencia, Xbox One y PlayStation 4, no terminaba de convencerlos. Así, en la empresa de Kioto apostaron por una de sus sagas fetiche: The Legend of Zelda, una serie que siempre ha sido sinónimo de calidad y buen hacer. Breath of the Wild era el nombre del nuevo capítulo de la franquicia y la expectación era alta.
Publicidad
The Legend of Zelda: Breath of the Wild nació a caballo de dos generaciones de consolas, fue el canto de cisne de WiiU y la punta de lanza de Nintendo Switch, consola donde ha vendido la friolera de 29 millones de copias hasta la fecha. El mundo de los videojuegos aguardaba con impaciencia la llegada de la nueva consola de Nintendo, que venía acompañada de la promesa de un nuevo e impresionante Zelda. El medio está acostumbrado a que la serie creada en 1986 por el japonés Shigeru Miyamoto siempre marque un nuevo rumbo, no solo dentro de la saga de aventuras, sino también en el sector en general. Lo que aportó 'Breath of the Wild' fue una sorpresa para todos. La primera incursión de Nintendo en los videojuegos de mundo abierto fue una revolución de tal magnitud que aún hoy resulta sorprendente.
En la primera década de los 2000, videojuegos como 'Grand Theft Auto III' o 'Assassin's Creed II' ayudaron a sentar las bases de lo que hoy se consideran juegos de mundo abierto modernos. Existen muchos tipos de videojuegos de este estilo, pero se puede decir que sus convenciones se han consolidado durante las últimas dos décadas: mapas extensos llenos de íconos, numerosas actividades para realizar, tanto principales como secundarias, y una sensación de libertad genuina: tú, como jugador, puedes decidir qué hacer en todo momento. El encanto de este tipo de videojuego reside en su capacidad para permitir al jugador ser coautor de la obra. Las dinámicas que se crean entre la interacción del propio jugador con los diferentes sistemas y mecánicas de estos videojuegos de mundo abierto, generan un fenómeno de 'emergencia' en la propia narrativa del videojuego. De modo que son las propias acciones y decisiones del jugador las que van fundamentando la propia experiencia e historia que experimenta. No existe ningún otro medio artístico canónico que ofrezca estas posibilidades de cocreación, de una forma tan generosa, a su público.
En The Legend of Zelda: Breath of the Wild, Eiji Aonuma e Hidemaro Fujibayashi, a la sazón productor y director de la obra, tomaron las convenciones establecidas de los videojuegos de mundo abierto y, con una audacia tremendamente vanguardista, las llevaron a un nivel completamente nuevo, abriendo nuevos horizontes para el propio medio.
Hay muchos factores clave en esta ruptura de convenciones por parte de Breath of the Wild, uno de ellos fue su enfoque en la exploración. A diferencia de muchos juegos de mundo abierto que llenan el mapa con multitud de iconos y misiones para completar, Breath of the Wild incentivó la exploración libre y sin guía. El título anima a los jugadores a escalar montañas, cruzar ríos y descubrir secretos ocultos sin ninguna dirección específica. Esta llamada a la aventura, tan genuina y sin restricciones, estableció un nuevo estándar en la forma en que los videojuegos de mundo abierto pueden estructurar y presentar su contenido.
Publicidad
Por tanto, lo realmente importante no es tanto llegar a tu objetivo como el propio camino; la propia experiencia que vives intentando alcanzarlo. Para conseguir captar la atención del jugador y guiarlo con mano invisible, sin romper esa ilusión de libertad absoluta, Aonuma y su equipo trabajaron muy bien la arquitectura y topografía del mapa de Breath of the Wild, de modo que cada montaña, valle, atalaya y accidente geográfico captase su interés e incitase a descubrir todos los secretos. Así, el juego plantea una serie de continuos desafíos de navegación por su mapa que hace que el jugador tenga que estar continuamente planificando su próximo movimiento: ¿qué me interesa más, arriesgarme a una escalada escarpada y directa que pueda terminar con una tormenta que me aboque a una caída inevitable? ¿Tal vez es mejor tomar ese rodeo, arriesgándome a cruzar ese misterioso pantano que parece plagado de peligros? ¿Y si me lanzo con mi paravela (una suerte de parapente) y me arriesgo a desviarme bastante de mi objetivo o a quedarme a medio camino en tierra de nadie? Aquí no hay respuestas correctas, porque, sea cual sea la decisión que tomemos, siempre seremos recompensados: da igual si alcanzamos la meta, nos topamos con un tesoro, descubrimos una actividad secundaria interesante o nos quedamos un rato admirados con el atardecer que nos regala esa cumbre tal alta, recuperándonos del 'stendhalazo'... da igual porque la sensación de logro es tan genuina y única para cada jugador que ya es un éxito por sí misma.
Otro factor clave que diferenció a Breath of the Wild fue su énfasis en la física y la interacción ambiental, creando una simulación perfecta de su mundo. El reino de Hyrule se siente vivo con sus propias leyes naturales y físicas. Elementos como la gravedad, el fuego o el viento pueden ser manipulados para sacar ventaja en un enfrentamiento con los enemigos, resolver un puzle o ayudar a Link, el avatar del jugador, a alcanzar ese lugar que, a priori, parece inaccesible. De este modo, los jugadores podían interactuar con el mundo de formas innovadoras y creativas: podían cortar árboles para crear puentes, utilizar su escudo para deslizarse por pendientes y aprovechar la física de los elementos para resolver acertijos. Esta interactividad con el entorno se convirtió en una parte fundamental de la experiencia del juego y añadió una dimensión extra a la ya vasta libertad que ofrecía.
Publicidad
Seis años después llegamos a Tears of the Kingdom, su secuela directa, y no es extraño preguntarse si tanto tiempo de espera no habrá sido en balde.
Nintendo es conocida por su meticulosidad y por tomarse el tiempo necesario para perfeccionar sus proyectos. Sin embargo, cuando se mostraron las primeras imágenes y secuencias de Tears of the Kingdom, muchos jugadores experimentaron una sensación de déjà vu. La reutilización de diseños, mapas y bases técnicas era tan evidente que muchos se preguntaron si seis años para un juego que parecía más de lo mismo no era una especie de broma por parte de la compañía japonesa. Por eso, semanas antes de su lanzamiento, Aonuma decidió mostrar personalmente las novedades que ofrecía su juego. Y, contra todo pronóstico, lo que parecía totalmente igual resultó ser completamente nuevo.
Tal vez, si reducimos Tears of the Kingdom al fondo y a lo puramente estético, podríamos pensar que es una copia exacta de Breath of the Wild. Sin embargo, es en el momento en que tomamos el control y comenzamos a jugar cuando nos damos cuenta de que estamos ante algo distinto. Algo que, una vez más, se siente único.
Publicidad
Es en esta interacción entre fondo y forma donde observamos que todo en Tears of the Kingdom opera con la precisión de una joya de relojería. Esta nueva entrega de la serie Zelda es la sublimación de las nuevas convenciones establecidas por Breath of the Wild: todo trabaja a nivel orgánico para entregar una experiencia insuperable. Las nuevas mecánicas despliegan un espectro de opciones para el jugador que resulta abrumador. Ya no es solo que podamos interactuar con el entorno y reaccionar a lo que nos ofrece como ocurría en Breath of the Wild, ahora tenemos la capacidad de moldearlo, ponerlo del revés y llevarlo hasta sus límites gracias a la posibilidad de construir cualquier tipo de dispositivo y artefacto fusionando diferentes piezas y objetos, podemos crear nuevas armas combinándolas con otros objetos y armas; también tenemos la capacidad de hacer retroceder el tiempo en los objetos, influyendo en su trayectoria (esto parece algún tipo de brujería, ya que el juego está calculando constantemente trayectorias, permitiéndonos influir en todas) y, además, podemos atravesar los techos de cuevas y casas. Estas nuevas mecánicas no solo añaden una capa adicional de profundidad a la jugabilidad, sino que también permiten a los jugadores interactuar con el mundo de Tears of the Kingdom de formas que antes eran impensables. Cada cueva, cada uno de los 150 santuarios, cada rincón del vasto mundo del juego se convierte en un lienzo en blanco para la creatividad del jugador. Ya no estamos simplemente explorando Hyrule; estamos redefiniéndolo.
Esta redefinición de Hyrule también se da a un nivel más formal, al triplicar el tamaño de su mapa e incorporar dos capas adicionales: un archipiélago de numerosas islas flotantes y un mundo subterráneo. Este último parece haber tomado inspiración de 'Elden Ring', el aclamado mejor videojuego de 2022 y alumno aventajado de Breath of the Wild, capaz de tomar las mejores lecciones del título de Nintendo para avanzar otro pasito más en esta nueva configuración de los mundos abiertos. Ahora, este nuevo Zelda bebe directamente de Elden Ring, evidenciando que el videojuego, como artefacto cultural, funciona como una red de vasos comunicantes de influencias estéticas, de diseño y mecánicas.
Publicidad
La trama, aunque mantiene ese estilo fragmentado tan distintivo, se presenta ahora mucho más intrigante y compleja que en Breath of the Wild. Esto puede deberse a una escritura más cautivadora, a que los personajes desempeñan un papel más significativo en el lienzo narrativo que Tears of the Kingdom busca pintar, o, sin duda, a que representa la culminación de la anticipada reaparición de Ganondorf, el eterno villano.
Tears of the Kingdom se siente familiar. Muy familiar. De esa manera en que lo es volver a casa años después y descubrir que, aunque algunas cosas han cambiado, lo esencial permanece intacto de una forma u otra. La obra de Aonuma y Fujibayashi está perfectamente armada y ajustada para ofrecer una experiencia única. No hay nada dejado al azar, aunque logren transmitir esa impresión al jugador. En mi opinión, esa es una de las grandes proezas de Tears of the Kingdom; cualquier encuentro, santuario, mazmorra, colina, cueva, enfrentamiento, esa puesta de sol deslumbrante, la hierba suavemente oreada por la brisa… todo ha sido cuidadosamente pensado y colocado por un desarrollador experto que mantiene la ilusión de ofrecer total libertad mientras dirige de manera sutil la experiencia de juego.
Noticia Patrocinada
Seis años después, el impacto de Breath of the Wild todavía se está digiriendo y estudiando. Es probable que necesitemos otros seis años para poder explicarlo con la misma destreza con la que nos fue presentado. Para bien o para mal, Tears of the Kingdom ha llegado para agitar de nuevo el panorama y las piezas vuelven a reorganizarse.
The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom ha demostrado que, a veces, lo que parece familiar puede ser sorprendentemente nuevo. Es una experiencia que desafía las expectativas y redefine lo que significa ser un videojuego. Y aunque solo el tiempo dirá si la espera de seis años ha valido la pena, una cosa está clara: ya ha dejado una huella imborrable en el paisaje de los videojuegos y la cultura popular.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.