'Final Fantasy XVI': Juego de Tronos en Valishtea

Crítica ·

El JRPG por antonomasia regresa este jueves a PlayStation 5

Miércoles, 21 de junio 2023, 16:00

Escribía Curzio Malaparte, en su monumental 'Kaputt' sobre su experiencia como corresponsal en la Segunda Guerra Mundial, que la guerra no aparece en su libro más que como personaje secundario. Como espectadora de un paisaje. En definitiva, como paisaje objetivo del libro.

Algo similar ocurre con el conflicto entre los diversos reinos y dominios que pueblan Valisthea. La guerra está ahí, de fondo, sabemos de los ejércitos confrontando entre ellos, conocemos sus escaramuzas, incluso participamos de algunas; nos llegan los ecos de las victorias y de las derrotas, es una realidad ineludible que marca las vidas de todos los habitantes del mundo-continente. Pero el verdadero conflicto, el realmente importante, es el que se da a escala humana. Durante el proceso de promoción de 'Final Fantasy XVI' nos hemos hartado de escuchar comparaciones entre la obra de Naoki Yoshida y la serie de HBO, 'Juego de Tronos'. Y, más allá de algún que otro escarceo sexual, del gusto por los estallidos violentos y de ese tono oscuro y fatalista, el gran acierto ha sido inferir que lo más interesante del conflicto en Juego de Tronos es todo aquel que se desarrolla fuera de las batallas y de los ejércitos; que lo que convirtió a la serie en un fenómeno vibrante eran las tensiones familiares, la gestión diplomática de zapa y las diferentes casas, nobles y linajes enfrentadas por el control de Poniente.

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El arranque de Final Fantasy XVI ejemplifica a la perfección todo esto. Las principales autoridades diplomáticas de dos reinos se sientan en una mesa de negociación donde reina una tensión insostenible. Fuera, sus ejércitos se masacran sin piedad. Podría parecer que el conflicto es ya imparable, pero lo que se está tratando de dirimir, en esa tensa reunión, es si las hostilidades se dispararán hasta niveles incontrolables cuando alguien apriete el botón nuclear y salgan a relucir las armas de destrucción masiva: los eikons.

Por supuesto, todo termina explotando. Shiva y Titán, las cabezas nucleares de estos reinos, los eikons, terminan colisionando en una pantagruélica batalla que destroza todo a su paso, montañas, cañones, ejércitos… una confrontación tan violenta y brutal que, incluso, deja K.O. a Clive Rosfield, protagonista de Final Fantasy XVI. El título aprovecha este impás para retroceder el tiempo 13 años y mostrarnos a un Clive adolescente, responsable de la seguridad de su hermano pequeño, Joshua, heredero del eikon de fuego, el Dominante del Fénix, símbolo del poder Rosaria y, por lo tanto, legítimo heredero del ducado. Aunque puede parecer que la paz reina en el respetable Gran Ducado de Rosaria, el archiduque es consciente de los peligros que cercan las murallas de su reino y que amenazan la estabilidad de su casa, por lo que decide tomar la iniciativa y llevar la guerra más allá de sus fronteras. En este flashback vemos que, sin embargo, las cosas en Final Fantasy se parecen mucho a aquella famosa frase de Cersei Lannister: «Cuando se juega al juego de tronos solo se puede ganar o morir. No hay puntos intermedios». Una traición acaba con los planes del archiduque, desatando un infierno y una tragedia en la vida de Clive.

Final Fantasy XVI nos cuenta la historia de una guerra (la de las naciones que buscan mantener el control de los Cristales Madre) y la de la venganza de Clive a lo largo de dos décadas, pero también habla sobre elegir cómo quieres afrontar tu vida, sobre tomar las riendas de tu destino, sobre el miedo y la opresión al diferente… temas universales que de un modo u otro ya se han abordado en la propia franquicia Final Fantasy. Es en la forma en que se aproxima a estos asuntos, despojándose de complejos, con un pulso narrativo firme, valentía y fidelidad a su visión creativa, donde el juego brilla con respecto a sus predecesores. Que haya sido calificado por primera vez en la serie como un videojuego para mayores de 18 años no tiene por qué ser, per se, garantía de nada, pero remarca una intencionalidad clara. La suerte para nosotros es que Yoshida y su equipo en Creative Business Unit 3 lo han sabido llevar a buen puerto.

Es en el aspecto narrativo donde Final Fantasy XVI busca despojarse de lo constreñido de algunas de las convenciones del género, mientras que en otros aspectos es más conservador, si no torpe directamente. El desarrollo de la propia historia, con algún altibajo propio de una trama que se alarga 30 horas, junto con un desarrollo de personajes, tanto héroes como mefistofélicos villanos, que intenta huir, a veces sin éxito, de los tropos inevitables de estas ficciones, rozan un gran nivel.

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Los valores de producción del juego también deslumbran. Te meten de lleno en estos conflictos entre reinos, en las ciudades y pueblos arrasadas por la guerra, en las colosales llanuras de Valisthea o en la exuberante elegancia de los palacios y salones de la nobleza. Por no hablar de una puesta en escena e interpretación actoral muy cuidada, heredera por momentos, ya sea por movimientos de personajes o por los diálogos, del teatro más clásico. De todos modos, en Final Fantasy XVI también hay espacio, mucho francamente, para la extravagancia del blockbuster, la fantasía de luces y explosiones exageradas que desbordan la pantalla y el mando cuando los eikons, las fuerzas de la naturaleza que encarnan algunos de los personajes y rivales, colisionan en frenéticos y extenuantes combates.

Un sistema de combate, rodeado de controversia, pero que cumple con lo prometido: dinamismo y energía desaforada. Lejos de ser un «machaca botones», como podría parecer esta apuesta por la acción alejada de la pausa y reflexión que brindan los turnos, el sistema se despliega más como una inteligente danza que premia la combinación de ataques, poderes mágicos y esquivas. Ryota Suzuki, responsable de esta nueva dirección en el combate de la franquicia, ha declarado recientemente que lo logrado en Final Fantasy XVI es su «obra maestra personal». Puede sonar a boutade, pero viendo el curriculum que atesora y el resultado final no parece descabellado.

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Este giro gustará a algunos y ahuyentará a otros, pero al igual que con el aspecto narrativo, hay que reconocer la audacia de Naoki Yoshida y los suyos para llevar a la franquicia hacia otros horizontes.

Esa audacia que han mostrado me hubiese gustado encontrarla en otros ámbitos del título más grises, que incluso deslucen en cierta medida el acabado final. Aunque Yoshida se ha encargado de recordarnos que, a pesar de inspirarse en obras como 'The Witcher 3' o 'Elden Ring', tuvieron claro desde un principio que quería desmarcarse del concepto mundo abierto para poder contar mejor la historia que han planteado. Una decisión creativa respetable, pero que no termina de brillar del todo en esos escenarios cerrados, pero lo suficientemente amplios para ser pequeños microcosmos dentro de Valisthea. Final Fantasy XVI se queda a caballo entre una experiencia lineal y una propuesta que quiere invitar al jugador a recorrer su mundo (sus diferentes escenarios) para descubrir sus secretos y recovecos. La exploración no es del todo satisfactoria y tampoco ayudan los encuentros predefinidos con los enemigos y rivales que pueblan el entorno. De alguna manera, esta exploración no se ve recompensada con nada interesante. En este sentido, no podía dejar de pensar que se veía todo demasiado acartonado y poco orgánico.

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La gran decepción, sin embargo, me la llevé con lo que tiene que ver con las misiones secundarias. Viendo el desempeño de Final Fantasy XVI a nivel narrativo, era lógico esperar que las actividades secundarias desplegasen, también, su mejor versión. Nada más lejos de la realidad. Puede que sea por falta de inspiración, por pura desidia o, seguramente, por alargar artificialmente un juego que ya cuenta con unas generosas 30 horas de juego, pero que, completando estas actividades y misiones, pueden estirar la experiencia hasta las 70 horas fácilmente. Lo de vender los juegos al peso, sigue siendo una cuestión a tratar seriamente.

Final Fantasy XVI se presenta como una obra audaz y renovada que se atreve a explorar nuevos horizontes. Ahí reside su principal valor, si algo había que pedirle a Yoshida era aprovechar los mimbres de una saga con 35 años de legado a sus espaldas para ofrecernos no solo una adición valiosa a la serie, sino un hito en el medio. Tal vez sea pronto para saber si estamos ante un nuevo estándar en la franquicia, pero el potencial y la creatividad están ahí. A pesar de sus fallos, Final Fantasy XVI ha asumido unos riesgos con valentía e innovación que me hacen esperar con entusiasmo más entregas capitaneadas por Naoki Yoshida y Creative Business Unit 3.

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