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En la carpeta de recursos de 'Stray', los desarrolladores han incluido fotografías de sus propios gatos. Uno de ellos (Murtaugh) sirvió de referencia para modelar al felino protagonista, mientras que Oscar (mascota de uno de los animadores) prestó sus mejores poses. Evidencia ésto que el ... juego nace de una pasión indubitable por los acechadores de cuatro patas, lo que en último término se traslada a cada segmento del gameplay.
Buenas nuevas para cuantos amantes de los gatos caímos rendidos ante las primeras imágenes de Stray, lo último en el inmaculado portfolio de Annapurna Interactive. Una aventura que traspasa a felinos antropomórficos como Klonoa o Blinx para permitirnos controlar a un espécimen con todas las de la ley: se mueve a cuatro patas, siente predilección por las superficies mullidas y no duda en tirar de garras cuando algo se tuerce.
La pregunta que muchos os haréis, sin embargo, es si el título merece por algo más que su peculiar héroe de acción. Desde luego, aunque la primera hora os la pasaréis experimentando con una sonrisa en los labios: al comprobar que se nos permite afilarnos las uñas en las alfombras, echarnos la siesta en cualquier cojín, teclear incongruencias al pisar un teclado, llamar a las puertas mediante arañazos o subirnos a mesas solo para estampar tazas contra el suelo. Más adelante, al interactuar con los primeros personajes no controlables, descubriréis el arte de la manipulación al rozaros contra sus extremidades inferiores o simplemente maullarles.
Una de las premisas del juego queda por tanto más que satisfecha: reflejar la mayoría de comportamientos habituales de los gatos y convertirlos en mecánicas propiamente dichas. La facilidad de estos seres para colarse entre barrotes o aberturas estrechas, como si pudiesen deformar su cuerpo a placer, se antoja de lo más útil cuando buscamos una ruta de entrada (o salida). Otro ejemplo: necesitamos despertar a un individuo que duerme la mona en un bar. Nada tan fácil como alcanzar la repisa sobre éste y patear unos cuantos objetos para que le caigan encima.
Sí, lo mejor de Stray es cómo requiere que nos metamos en la piel y la mente de un gato para afrontar sus situaciones (de lo contrario seguramente tardemos más de la cuenta en dar con la tecla). Por todo lo dicho, la jugabilidad resulta eminentemente vertical: podemos escalar a placer y saltar entre tejados, si bien BlueTwelve Studio ha querido facilitar las cosas disponiendo un sinfín de tablones, tuberías e incluso cubos a modo de tirolina. El desplazamiento es tan grácil como cabría esperar, pues basta con mantener pulsado el botón de marras y dirigir el stick analógico hacia la siguiente superficie remontable.
Una vez familiarizados con los controles y articuladas todas las cucamonas, nos queda un desarrollo que combina efectivamente secciones de plataformas con rompecabezas e instantes de sigilo. Nada especialmente complicado, a lo que contribuye la ayuda de un pequeño dron (B-12) siempre dispuesto a arrojar pistas, servir de traductor, transportar objetos e incluso proporcionarnos opciones defensivas a partir de cierto momento en el juego.
Y es que, sin quererlo ni beberlo, nuestro maullador acaba atrapado en una misteriosa urbe amurallada. No hay rastro de humanidad salvo por los robots que ésta fabricó en su día, quienes irán esclareciendo lo ocurrido y nos ayudarán a volver a casa. Este ambiente post-apocalíptico sienta como un guante a una propuesta que luce excepcionalmente bien para haberse desarrollado en términos independientes. Quedaréis prendados de los neones que reinan por doquier y de su reflejo en los charcos, amén de muchos otros efectos de partículas (el modo en que dejamos pequeñas huellas de pintura al pisar sobre ésta resulta encantador). Claro que no siempre habrá tiempo para el deleite: algunas zonas están infestadas de unas larvas conocidas como Zurks, capaces de hacernos morder el polvo en un santiamén. Es aquí cuando el desarrollo apremia a esquivarlos sin demasiado tiempo de reacción, lo que a menudo pasa por resolver a la carrera alguno de los mentados puzles.
También nos han convencido los instantes de exploración que Stray arroja en varios entornos abiertos, por los que deambulamos a placer buscando ítems que intercambiar en pos de seguir avanzando. Errores puntuales de físicas y cierto retardo en la carga de texturas a un lado, el mero hecho de movernos de aquí para allá se antoja de lo más placentero; tanto que resulta fácil apartarse del camino principal para hacernos con los 'recuerdos' y coleccionables diseminados a conciencia. Será entonces cuando las escuetas siete horas del juego se conviertan en más de una decena, duración que encontramos más que acertada para lo que se nos quiere contar.
Porque ésta es una historia de las que dejan poso, como no podía ser otra forma bajo el amparo de Annapurna. Las fases finales inciden en el poder autodestructivo del hombre y nuestro compromiso para con el planeta, todo ello desde la perspectiva de un diminuto animal y con una banda sonora electrónica (a cargo de Yann Van Der Cruyssen) que refuerza la atmósfera opresiva de los escenarios.
Stray es una aventura de plataformas con instantes de sigilo, exploración y rompecabezas que os robará el corazón. Su diseño de niveles en torno a la óptica y posibilidades de un felino, sumado a la fidedigna representación de sus comportamientos, enamorará a cualquier amante de los animales. Al tiempo le cautivará con una estética cyberpunk que encierra un potente mensaje.
Por enésima vez durante el último lustro, un producto independiente planta cara sin miramientos a la industria del triple A.
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