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Acabamos de alcanzar los títulos de crédito de 'Metroid Dread' y el orgullo nos embarga. Un estudio patrio (Mercury Steam, afincado en la localidad madrileña de San Sebastián de los Reyes) contribuye nuevamente a una de las franquicias más emblemáticas de Nintendo. Y no de ... cualquier modo. Esta entrega para Switch se erige como uno de los mejores capítulos de cuantos ha protagonizado nuestra cazarrecompensas galáctica favorita.
Hacía dos décadas que no controlábamos a Samus Aran en 2D (no bajo una entrega inédita, al menos). Más concretamente desde el 'Metroid Fusion' de Game Boy Advance, al que Dread sirve de continuación directa. No en vano, el título que nos ocupa zanja el arco narrativo iniciado con el Metroid original para NES, ahondando en las raíces de la protagonista.
Tras el buen hacer de Mercury Steam con el remake de 'Metroid II: Return of Samus' para Nintendo 3DS, los de Kioto no se lo pensaron dos veces al encargarles un proyecto que ha terminado abanderando el lanzamiento de Switch modelo OLED, la última revisión de la plataforma híbrida. Entendemos que el estudio era consciente, ya que el apartado visual de Dread parece concebido para demostrar las bondades del nuevo panel: claroscuros de impresión, ráfagas de luz cegadoras y unos entornos vibrantes que invitan a completar la aventura exclusivamente en modo portátil.
Sepan los recién llegados que las mecánicas de esta serie llegaron a concebir un género: el de las plataformas salpicadas de acción a lo largo de mapeados laberínticos, donde gran parte de la gracia reside en interconectarlos mientras escudriñamos sus secretos. De ahí que uno siga jugando hasta 'iluminar' todos los rincones, lo que apareja una especie de trastorno obsesivo compulsivo inverso: nos sentimos incapaces de apagar la consola no por la ansiedad que conlleva el mapa en blanco, sino por lo satisfactorio que resulta ir desbloqueando estancias a cada minuto de partida, como si completásemos un puzle que de primeras se antoja imposible pero al que no tardamos en comenzar a verle la forma.
Si nunca habéis manejado a Samus, decíamos, podéis atascaros a la mínima de cambio. Pero no por mucho tiempo. Pronto descubriréis que aquí las salidas pueden encontrarse en cualquier parte y que avanzar equivale muchas veces a agotar todas las opciones (disparar hasta al último bloque con la totalidad de vuestro arsenal). Esto, que el mismísimo David Jaffe criticase hace unos días por Twitter cual error flagrante de diseño, no hace sino apegarnos aún más a los mandos. Porque en Dread, como en cualquier otro Metroid, no hay imposibles que valgan: tan sólo estrategias lógicas en las que debemos reparar. Sirvan como ejemplo los fantásticos jefes finales de esta iteración, capaces de hacernos morder el polvo a un par de envites cuando los enfrentamos por primera vez. Sin embargo, una vez damos con la tecla y sin importar lo fieros que resulten sus ataques, acabar con ellos se antoja un mero trámite a poco que tengamos reflejos.
Puede que el diseño de niveles del juego guíe algo más nuestro avance que las entregas precedentes (a base de puertas bloqueadas o muros momentáneamente impracticables), pero no se merece menos que un sobresaliente. De hecho, la libertad de movimiento sigue estando presente, como demuestra la posibilidad de acabar súbitamente con cierto jefe si conseguimos hacernos por adelantado con algunas habilidades. Éstas determinan un sistema de progresión exquisito, que invita a volver sobre nuestros pasos para irles sacando partido en aquellos recovecos que hubiésemos dado por perdidos. Encontraremos así misiles y tanques de energía adicionales, con los que ponernos las cosas algo más fáciles durante los compases finales de la aventura.
Lo placentero del gameplay se ratifica en el manejo de Samus, gracias a la extrema fluidez de sus animaciones y a un control tremendamente preciso, donde encajan como un guante acciones como el apuntado en movimiento y el deslizamiento bajo los pies del contrario. Si en los primeros Assassin's Creed uno disfrutaba saltando de un tejado a otro, sin más, aquí obtenemos lo mismo atravesando todas las áreas del juego de cabo a rabo (aún cuando nos desentendiésemos de la progresión).
Con todo, el principal añadido de Dread son los E.M.M.I., unos despiadados robots que no cesarán en su empeño por darnos caza y lanzarnos a la pantalla de game over. Al saber del juego, muchos usuarios se preocuparon por la introducción de mecánicas de sigilo en una fórmula tan frenética como ésta, pero no hay de qué temer. Las secciones en que tendremos que vérnoslas con estos cuadrúpedos están perfectamente delimitadas, por lo que no dan lugar a persecuciones sin descanso que lastren el cómputo de la partida. Además disponemos de habilidades para hacerles frente (como el camuflaje óptico o un contraataque certero ) y, en cualquier caso, todos acaban fulminados gracias al poderoso cañón Omega. Será entonces cuando podamos campar a nuestras anchas por estas 'zonas E.M.M.I.', cambiantes como muchas otras secciones del juego, a medida que vamos activando mecanismos o se suceden los acontecimientos.
La variedad de estas estampas dinámicas, cada cual con sus rivales endémicos, también es de agradecer. No topamos aquí con un mero entramado de galerías cavernosas o laboratorios genéricos, sino que se apuesta por áreas gélidas, bañadas por lava, boscosas e incluso de índole mitológica, como manda la tradición de los Chozo. A este respecto, dos apreciaciones en cuanto a narrativa: cierto que Dread alberga una conclusión determinante para el 'lore' de la franquicia, pero también que las secuencias cinemáticas son minoritarias a lo largo del desarrollo, limitadas a sus momentos álgidos. Igualmente, uno puede seguir la trama sin complicación (aunque se pierda algunos guiños) pese a no haber jugado a Metroid, Return of Samus, Super Metroid o Fusion.
Amén de lo vistoso del juego en la pantalla de Switch modelo OLED, que comentábamos, toca aplaudir la nitidez y detalle de modelados y escenarios; todo ello a unos 60 frames por segundo constantes sin importar que juguemos en modo sobremesa o portátil. Acompañan los efectos de sonido que recordamos, lo que supondrá un plus de emociones a flor de piel para los incondicionales de la serie. Además el juego se ha doblado correctamente al castellano, si bien es verdad que no encontramos demasiadas líneas de diálogo.
El broche de Metroid Dread lo pone una banda sonora que va desde lo místico hasta lo tenebroso, pasando por instantes de acción descarnada que nos harán liberar adrenalina a base de apretar el gatillo.
Aunque Metroid Dread puede completarse en una decena de horas, conseguir el 100% (algo que os apetecerá con semejante porcentaje de probabilidad, lo que demuestra la excelencia del título) os puede llevar bastantes más.
Mercury Steam ha obrado una de las mejores entregas de la saga y el broche perfecto para los sucesos acontecidos desde el Metroid original: un gameplay tremendamente ágil, divertido y variado bajo un diseño de niveles de los que marcan escuela.
Qué duda cabe de que los madrileños seguirán ligados a la propiedad intelectual de Nintendo por varias entregas más. Méritos para ello han demostrado de sobra.
Hemos redactado esta crítica a partir de un código digital proporcionado por Nintendo España.
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