'Age of Empires III: Definitive Edition': Vuelve el clásico de la estrategia

Durante la pasada beta, los desarrolladores prometieron una mejora respecto a la fidelidad histórica del original. Algo que siempre se agradece de una compañía es que mime su producto hasta el más mínimo detalle, pero como aquí carecemos de doctorandos en historia, voy a limitarme a resaltar aquellos aspectos que merecen ser cuidados en todo remake.

Podemos decir que Age of Empires III: Definitive Edition destaca en tres frentes: su apartado técnico, primando unas texturas y partículas renovadas; el espectacular plano sonoro y la cantidad de contenido inédito. Todo esto respetando al máximo los pilares fundamentales del original. Si las anteriores remasterizaciones pecaban de ciertos problemas que lastraba nuestras sensaciones en el juego, la experiencia acumulada con dichas adaptaciones provoca que nos encontremos ante la entrega más pulida de la saga.

Lo primero que destaca es su renovado apartado artístico. No hablo únicamente de elementos estéticos superficiales, como las banderas de las facciones o los fondos de los menús; todos los elementos del juego se han redibujado, modernizando su imagen frente a los diseños poligonales de principios de siglo (inaceptables hoy en día). Las texturas del terreno, por ejemplo, son mucho más vistosas y están plagadas de detalles, marcando claramente una diferencia respecto a la versión de 2005. La evolución se nota además en la mejora de partículas en algunas animaciones, como en la destrucción de edificios o en los disparos de las unidades de artillería.

Lo gráfico se ve potenciado gracias a un potentísimo apartado sonoro, mejorado para el gozo y disfrute de nuestros oídos. El sonido de los cañones, granaderos y ametralladoras Gatlings hacen que la guerra sea todo un espectáculo, tanto visual como auditivo. En este aspecto sí puedo afirmar que se ha añadido un toque de realismo a las contiendas.

Esta edición Definitive cuenta con añadidos que resultarán de interés a los conocedores de la franquicia. Por un lado, ahora encontramos un total de 16 facciones: a la batalla se suman el ejército de los suecos (bastante popular durante la fase de beta) y el de los incas como nueva entidad indígena (además de los aztecas ya incluidos). Los primeros están enfocados a la artillería pesada y son muy eficaces contra estructuras e infantería ligera, mientras que los segundos viene con importantes fortalezas en el combate cuerpo a cuerpo. Cada una alberga sus respectivos cambios de era y revoluciones, además de nuevas cartas ('perks', a obtener durante la partida) en sus barajas.

A su vez tenemos disponibles dos nuevos modos de juego: el primero es el conocido 'Batallas históricas', en el que emulamos conflictos fidedignos (con ciertas licencias, claro está) a través de las mecánicas inherentes a la estrategia en tiempo real. Por su parte, 'El arte de la guerra' ofrece una serie de desafíos que sirven como tutoriales, invitando al jugador a profundizar en aspectos más detallados de la jugabilidad. Se trata de algo similar a los desafíos de Starcraft II, obligatorios tanto para principiantes como para iniciados.

Tened en cuenta que conservamos todo el contenido de las expansiones lanzadas para el original (que no es poco), para terminar de redondear la mejor remasterización del estudio hasta la fecha. Eso sí, podemos achacarle algunos peros, como que la inteligencia artificial se ha visto resentida con el paso del tiempo, que el control de la cámara aérea no es tan fluido como cabría esperar y que el movimiento de las tropas sigue resultando impreciso (un mal del que adolecen este tipo de remasterizaciones y que se antoja endémico en el género).