Pocos juegos me tocaron el corazón como Shenmue, germen de un género a manos de Yu Suzuki. Huérfano de padre como su protagonista, aquella gesta de venganza se convirtió en propia, hasta el punto de finiquitar la primera entrega en cuestión de pocos días. ... Más de lo mismo con el segundo capítulo, aparecido en Dreamcast hará diecisiete años.
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Dicho de otra forma, «Shenmue» fue uno de los motivos por los que quise convertirme en periodista del videojuego. Desde entonces he priorizado los desarrollos repletos de significado; en pos de las sensaciones que me transmitió la leyenda de los dos espejos. Imaginad mi reacción al saber del crowdfunding que resucitará la franquicia.
Con idéntico júbilo recibí la nueva de Shenmue I & II para PlayStation 4, Xbox One y compatibles. Una oportunidad de oro para que las nuevas generaciones descurban por qué ambos títulos se auparon a la categoría de culto. Recién llegados a los que conviene aleccionar de primeras: enfrentarse al primer Shenmue sin ponerlo en perspectiva; sin comprender la visión de su creador, equivale al desastre.
Dos décadas después, el género de mundo abierto ofrece entornos mucho más amplios y detallados, pero basta comparar «Shenmue» con sus contemporáneos para darse cuenta del logro técnico que supuso. Éste no es un juego de artes marciales al uso, sino un simulador de vida en el que los días y meses transcurren, afectando al quehacer de nuestros conciudadanos. Debemos alcanzar al asesino de nuestro padre para descubrir los porqués de la tragedia y darle su merecido, pero eso no implica una sucesión de combates hasta los títulos de crédito. De hecho, éstos se reservan para los instantes de clímax, como recompensa a una labor de investigación por las calles de Yokosuka.
A fin de cuentas, Suzuki quiso que nos hiciésemos uno con el entorno, que dialogásemos con cada personaje no controlable y escudriñásemos cada rincón. Así, pista a pista, alcanzamos la siguiente cinemática o confrontación. Cuando nos queramos dar cuenta habremos empatizado con Ine-San (nuestra cuidadora), Nozomi (nuestra 'posible') y compañía, hasta el punto de angustiarnos cuando el reloj marque horas intempestivas, por si la primera se encuentra desvelada esperando nuestro retorno.
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Porque sí, el paso del tiempo es otro aspecto fundamental de la producción: cada establecimiento tiene sus horarios y los NPCs siguen rutas fijas a diario, de forma que no siempre podremos interactuar con ellos. Esto conlleva tiempos muertos en los que es imposible avanzar la trama principal, cuando entran en juego pasatiempos como el salón recreativo, los entrenamientos en el Dojo familiar o las diversas misiones secundarias. Acostumbrados como estamos al frenetismo, no me cabe duda de que algunos usuarios tirarán la toalla por aburrimiento. Pensarán que este «simulador de paseos» no se ha hecho para ellos y que, puestos a deambular por un mapa, siempre será más divertido sembrar el caos en Los Santos. Para más inri, no hay indicadores que valgan: el acostumbrado minimapa se sustituye por callejeros y las propias indicaciones de nuestros vecinos. Localizar un bar clandestino puede llevarnos más minutos de la cuenta, pero ahí reside parte de la gracia: en perderse.
Tampoco se trata de engañar a nadie: el ritmo pausado del juego ya suscitó quejas allá por 1999. Especialmente la obligación de manejar una carretilla elevadora en el puerto, durante horas, para engordar nuestra cuenta corriente. Dichas tareas se mitigaron en una secuela que incorporó algunos atajos de interés, como la posibilidad de acelerar el paso del tiempo. ¿Lo hubiésemos agradecido en la remasterización de «Shenmue I»? Tal vez, pero el juego hubiese perdido gran parte de su esencia. La opción de viaje rápido en la casa de los Hazuki ya compromete no pocos instantes: obviar una calle cierto día a cierta hora supone perdernos algunas secuencias memorables.
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Sea como fuere, Shenmue II es el mejor ejemplo de secuela meritoria. Mucho más grande, variada y repleta de actividades para nuestro divertimento. El considerable mapa de Hong Kong obligó a incorporar, (esta vez sí) un minimapa y algunos NPCs se ofrecen a guiarnos hasta la meta en curso. De hecho, su número se quintuplica en pos de la ambientación: estamos en una urbe bulliciosa como ella sola.
Aunque no faltan los momentos contemplativos (sobre todo en el último tercio de la aventura), Shenmue II profundiza en los enfrentamientos de infarto, que nos obligan a dominar el listado de movimientos. Las conversaciones ya no se limitan a la frase de turno; los secundarios están mejor esbozados; tenemos más formas de pasar el rato y los consabidos Quick Time Events (pulsar botones en el momento justo) impactan de forma más significativa.
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A nivel técnico, el empuje de resolución arroja una nitidez sin precedentes, lo que también tiene su parte negativa (las texturas no han envejecido del todo bien). Lo mismo puede decirse de los modelados y las animaciones, un tanto robóticas. No ayuda el control con stick analógico, que se ha implementado a medias: correr y manejar la cámara es misión imposible, por no hablar de orientar a Ryo en los sitios más angostos, cuando solemos chocar contra las paredes al intentar entrar en una estancia. Insistimos en cualquier caso: hubieron de pasar años hasta que un juego batió el nivel gráfico de Shenmue.
La remasterización de la secuela nos llega a partir del código de Xbox, que mejoró aspectos como los sombreados, la distancia de dibujado, la profundidad de los colores o la textura del agua. Todo ello en Full HD y a 30 frames por segundo constantes. Sí, las nuevas plataformas dan para más, pero el código original está limitado a dicha tasa, lo que imposibilita alcanzar los 60 frames sin descoyuntarlo.
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Cuestión aparte los tiempos de carga y el caprichoso sistema para guardar partida, que 3dt ha resuelto de forma satisfactoria. Si en su momento debíamos esperar hasta 20 segundos al cambiar de escenario o acceder a un establecimiento, ahora todo es cuestión de un segundo. La pantalla de carga se mantiene por su carácter informativo y nostálgico, de hecho. La posibilidad de salvar progreso en cualquier momento también facilita las cosas, sobre todo ante algunos picos de dificultad.
No quiero terminar esta reseña sin venerar la impresionante banda y ambientación sonoras. Una pena que, a falta de un parche, algunos efectos no se reproduzcan convenientemente. Tampoco ha podido hacerse nada por la pista de audio en inglés, comprimida en exceso de origen (las interpretaciones se escuchan un tanto enlatadas). Como buena nueva, la posibilidad de recurrir al doblaje original en japonés.
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Shenmue sentó las bases del género predominante hoy día: el del sandbox o mundo abierto. Una superproducción que cambió las reglas del videojuego hará veinte años, al tiempo que elevó el listó técnico de la época.
Su remasterización es una buena noticia en tanto lección de historia, que los más jóvenes recibirán con extrañeza por su ritmo pausado. Sin embargo, superados los primeros compases del original, uno queda rendido al universo de Ryo Hazuki. Con Shenmue II, Suzuki desplegó toda su ambición y nos dejó, literlamente, con la miel en los labios.
Hasta la continuación de la historia en agosto de 2019, «Shenmue I & II» debería bastar... pese a ciertos defectos técnicos pendientes de solución y algunas decisiones cuestionables.
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