Sarfield se me está atragantando. Un pequeño paso para el hombre, pero una molesta china en mis zapatos. Según el contador de horas, ayer apagué la consola con 13 horas de juego largas, rayando las 14 y siento que ya va siendo hora de plantarme; de abandonar esta odisea espacial y a otra cosa mariposa, que no será por juegos (Baldur's Gate III te miro a ti). En fin, son tantas las cuestiones que me sacan fuera de la experiencia que, aunque suene exagerado, me está costando un triunfo dedicarle tiempo sin que termine refunfuñando por tal o cual decisión de diseño o por tal o cual problema, por lo bajito, de madrugada, mientras mi hijo duerme.

Starfield aterrizó en nuestras vidas con la telúrica necesidad de tener que ser el mejor videojuego del año, el mejor videojuego de Xbox y, también, un vende consolas' incontestable. Puede que quizás, solo quizás, hayamos puesto demasiada presión sobre los hombros de un estudio que ya carga con el pesado legado de su propia historia y leyenda. Dar a luz majestuosas obras como 'Skyrim', 'Fallout 3' u 'Oblivion' tiene esas cosas: de pronto te ganas el aplauso de la crítica, vendes millones de copias y consigues la atención del mundo del videojuego cada vez que anuncias un nuevo proyecto. Y todas las ilusiones y expectativas nunca serán pocas y pesarán como una losa. Esa es la responsabilidad heredada de un legado sin mácula, si obviamos, ejem, 'Fallout 76'.

Publicidad

Tal vez la culpa sea nuestra: estamos siempre esperando que cada nueva entrega sea una revolución; una epifanía que nos haga olvidar todo lo que conocíamos hasta ahora. Y tal vez, solo tal vez, eso es pedir demasiado. Porque en el fondo, todos sabemos que no todo lo que brilla es oro, y que incluso las estrellas más brillantes pueden apagarse con el tiempo.

Pero, ¿somos realmente culpables de nuestras expectativas? ¿O es simplemente la consecuencia natural de haber sido testigos, en primera fila, de la evolución y el crecimiento de una industria que no deja de sorprendernos?

Una de estas sesiones de madrugada me quedé dormido con el mando en las manos. Más por el cansancio de toda la jornada que por culpa del juego. Desperté mecido por la cautivadora banda sonora de Inon Zur, pero en lugar de retomar la partida, decidí volver a ver las presentaciones de Starfield en Youtube y ahí caí en algo: Bethesda ha alimentado, por omisión, las expectativas en torno al juego. Si nos ponemos exquisitos, ni Todd Howard, ni nadie del equipo, prometieron expresamente las características de navegación o exploración que ahora se echan de menos y que muchos internautas critican en redes sociales. Esto es así. Pero también lo es la omisión silenciosa de algunas de las controversias que se iban a dar. En Bethesda sabían muy bien que la gente estaba echando a volar su imaginación en Reddit o Twitter. La forma en la que habían enseñado el juego, con vídeos cuidadosamente editados, no era inocente. En la omisión de detalles se encerraba un mensaje: 'rellena los huecos e imagina cómo será el juego. Déjate llevar por el hype'.

Y ahí radica la trampa, la seducción de lo no dicho; de lo implícito. Como en una novela de Juan Rulfo, donde cada silencio, cada pausa, cuenta una historia propia, Bethesda nos invitó a soñar, a construir castillos en el aire. Nos vendieron una promesa, un espejismo de grandeza que no ha encontrado su reflejo en la realidad.

Publicidad

«Bethesda nos invitó a soñar, a construir castillos en el aire. Nos vendieron una promesa, un espejismo de grandeza que no ha encontrado su reflejo en la realidad»

En este punto, me encuentro rumiando varias preguntas: ¿Es este el juego que nos prometieron, o simplemente el juego que quisimos ver? ¿Qué hubiera pasado si Bethesda hubiera sido más honesta, más transparente? ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de alimentar nuestras fantasías, nos hubieran mostrado la realidad desde el principio?

Quizás, en el fondo, todos somos un poco culpables. Culpables de dejarnos llevar por la fantasía; por la promesa de algo más grande y mejor. Pero también somos víctimas. Víctimas de una industria que, a veces, parece más interesada en vender sueños que en cumplirlos.

Publicidad

Y ahí me encuentro, en la penumbra de la madrugada, con la consola aún tibia y la televisión proyectando destellos de un universo que prometía ser infinito. Un universo que, por momentos, parece haber perdido su esencia. Como si Bethesda, en su afán por crear algo monumental, hubiera olvidado lo que realmente importa: la conexión, la emoción, la magia que se esconde en los pequeños detalles, en esos momentos inesperados que con pulso firme y genuino han creado en otras de sus obras y que nos hacen olvidar, aunque sea por un instante, que estamos frente a una pantalla.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad