Cuentan los más viejos del lugar, los de Leza, que la peña de enfrente, llamada Artesilla, en la sierra de Cantabria (o Toloño), marcaba las horas del campo en verano. Cosas del Sol y sus sombras. Al mediodía, en lo alto, como que se dibujaba sobre la roca la figura de una mujer con un cesto en la cabeza y hacia las tres se proyectaba, en cambio, la de un cazador. El caprichoso juego de luces avisaba del final de la siesta y la vuelta a la labranza. ¿Y si el cielo se encapotaba de mañana, qué?
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Hace mucho también, aunque menos, el embrujo del monte llevó a una cuadrilla de jóvenes del pueblo a bautizar con su nombre una sociedad gastronómica. Desde 1978, Artesilla posee el don de la ubicuidad y desde hace poco suyo es el honor de desplegar el mapa de la cocina entre amigos hasta Rioja Alavesa. El concurso que organiza EL CORREO y patrocina la Diputación le da la bienvenida, como hizo con Errementeri (Legutiano) y Gatzalde (Salinas de Añana) hace un año.
Irremediablemente, el visitante asocia al primerizo Artesilla, un txoko en tres alturas donde hubo un fortín y después trilladoras, a un perolo de patatas con chorizo y sus consabidas chuletillas al sarmiento. Y todo, claro, regado con rioja. Pues no. Aunque sus socios le dan a esto y a clásicos como callos, morros y asados con leña de vid, en su menú hay espacio, por supuesto, para el bacalao y el vacuno.
El oriundo de las aguas del Atlántico Norte, contó Ernesto Chávarri, fue confitado y acompañado de una cama de verduritas pochadas y la piel del pescado frita por encima antes de mostrarlo al jurado. Se trata de que quede «jugoso», aclaró el chef. De segundo, el equipo de cocina de Artesilla se atrevió con solomillo de pulmón a la brasa y tocado con una salsa de castañas y otra de boletus. «Al monte no hemos ido, que quede claro, pero a la plaza de abastos, sí», advirtió Jorge Díaz de Guereñu, que se da por satisfecho con mantener el tipo en esta primera participación.
Seguro que sí, porque es gente atrevida en su madurez, aunque fue loca en su juventud. Al cabo de más de treinta años se sigue recordando en Leza aquel descenso de goitiberas que los de Artesilla montaron por la vertiente empinada de Herrera. Aunque la autoridad lo prohibió, el gentío congregado en el puerto aconsejó a la Ertzaintza hacer la vista gorda y dejar un rato que los cacharros bajaran desbocados. Hubo una segunda edición, pero ya no más.
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Lo que corre por Leza es tinto de la barrica a la copa, tanto de año como crianza, en este caso rioja de la cercana Villabuena servido por los amigos de Bodegas Zintzo, con su laureado 5.Zintzo e Izena vendimia seleccionada. Fruto ambos de una cosecha de uvas de hasta cinco localizaciones distintas tratada cada año con el esmero de la familia Martínez de Cañas. El diputado foral de Agricultura, Eduardo Aguinaco, se echó un trago. «Esta es una comarca que tiene las mejores condiciones del mundo para hacer excelentes vinos y también un gran futuro si somos capaces de seguir apostando por la calidad, la diferenciación, la notoriedad y por hacer marca Rioja Alavesa», proclamó sin necesidad de brindis.
Riguroso, Sabin Unamuno cató y valoró las creaciones de Artesilla. Le gustaron. «El bacalao estaba rico, muy jugoso. Le han puesto cariño y se nota, aunque la verdura estaba un poquitín al dente. El solomillo a la brasa, en sus tres puntos, jugoso, tierno y con sabor a leña», concretó el experto.
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