«No vivimos del aire, para volver el panorama tendría que mejorar»
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Ane Rodrigo, licenciada en Biotecnología, ha encontrado en Sudáfrica la oportunidad para desarrollar su trabajoLEIRE FERnÁNDEZ
Lunes, 27 de noviembre 2017, 00:14
Ane Rodrigo tiene 29 años, es licenciada en Biotecnología, ha cursado un máster en Biología molecular y el doctorado en la Unidad de Biofísica (UPV/EHU-CSIC) bajo la supervisión del investigador de Ikerbasque Marcelo Guerin. Pero a pesar de un envidiable currículum ha tenido que salir de Euskadi para tener la oportunidad de investigar aquello en lo que se ha especializado: la biología estructural de una proteína esencial para la supervivencia de la bacteria causante de la tuberculosis.
«Al terminar la tesis tuve la oportunidad profesional de incorporarme al nuevo grupo de investigación que el profesor Clifton Barry estaba creando aquí, en Ciudad del Cabo. Barry es un investigador importante en el campo de la tuberculosis a nivel mundial y, en este sentido, Sudáfrica, y en concreto Ciudad del Cabo, es una de las regiones más afectadas por esta enfermedad. Aquí estamos en un punto estratégico para el desarrollo de ensayos clínicos y de nuevos fármacos. La aplicación directa de las investigaciones sobre los pacientes, unido a mis ganas de conocer otros países, hizo que la oferta fuese muy interesante. A esto hay que añadirle que las expectativas laborales en Euskadi no eran muy alentadoras. Se necesitaría una inversión, reconocimiento y remuneración acordes a nuestra preparación», reconoce.
A pesar de que este es un lugar que le ofrece una buena oportunidad, aún le cuesta ver «la pobreza extrema y las consecuencias de la segregación racial. Las condiciones en las que vive la gente más pobre, en lo que se conoce como ‘townships’ o barriadas, son precarias. Además, las áreas siguen estando muy delimitadas en función de la raza de sus habitantes: la gente negra vive en determinados barrios, la gente mestiza vive en los suyos y lo mismo ocurre con indios y blancos. Ha pasado muy poco tiempo desde que terminó el ‘apartheid’ y las consecuencias siguen presentes en la sociedad, lo que antes era ley, ahora es costumbre», lamenta.
Su día a día en esta ciudad a 12.000 kilómetros de casa es «de lo más normal». «Entre semana, de casa al trabajo y viceversa. Es cierto que, sobre todo en verano, hay muchos eventos como mercadillos, catas de vino y cerveza. Suelen venir bien para tomar algo, desconectar del trabajo y disfrutar de la ciudad y del ambiente. Ciudad del Cabo es muy cospomolita y vibrante con una oferta amplia de ocio y cultura».
En lo que se refiere a nuestras similitudes y diferencias, Ane lo tiene claro. «Están atrás en algunos aspectos como el feminismo y me cuesta mucho encajarlo. Les cuesta entender que una mujer joven y extranjera trabaje, viva sola y salga a divertirse. En cambio, aquí se respira el sentimiento de pertenecer a una comunidad y a barrios pequeños. Todos se conocen, cuidan los unos de los otros, hay más cercanía. Llevo aquí viviendo unos meses y agradezco que me salude el carpintero o la de la tienda de la esquina. A fin de cuentas, ahora somos vecinos y si tenemos un problema recurriremos los unos a los otros. Allí se está perdiendo poco a poco».
Por otro lado, «como en Euskadi, aquí los planes giran en torno al buen comer, beber y los deportes, aunque hacen las cosas de otra manera, en grupos más pequeños, cenas en casa de amigos... los ritmos van más marcados por la luz del día, por el tema de la seguridad. Sudáfrica tiene un índice de criminalidad alto y acabas desarrollando un sexto sentido para no meterte por calles poco transitadas, vigilar la espalda al entrar al portal o al abrir el coche».
Una de las razones por las cuales se fue es «que en Euskadi, y en Europa, el trabajo de investigador no está reconocido lo suficiente y está mal remunerado», lamenta. «Pasamos casi 10 años formándonos y en el mejor de los casos puedes conseguir una beca o tener un buen supervisor que se preocupe por ti y te haga un contrato. Mucha gente nos ve como frikis que lo hacemos por amor al arte y no entienden la repercusión de este trabajo en la sociedad. Por supuesto que nos gusta lo que hacemos, pero nadie vive del aire. Me encantaría aportar mi grano de arena en Euskadi, pero el panorama tendría que mejorar. Así, todos los que estamos fuera por razones similares volveríamos en condiciones más justas».
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