Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
iratxe lópez
Jueves, 30 de noviembre 2017, 17:52
En momentos difíciles se agudiza el ingenio. Cuando el hambre aprieta hay que moverse, aunque sea a través de la montaña. Buscar alternativas para llenar el estómago. Sobrevivir. La necesidad abre caminos, mentales y de tierra, como la 'Ruta del estraperlo', un recorrido de ... siete kilómetros por Espinosa de los Monteros, paralelo al río Trueba, donde el aprieto tenía como acompañante a la belleza natural. Conocerás esta senda de vicisitudes gracias a un guía, mientras escuchas historias de antaño, de ésas que suenan bien siempre que uno no las haya sufrido en carne propia. Con parada en el pueblo de Las Machorras donde aguarda destino opuesto al de quienes dieron nombre a la excursión: menú pasiego típico, paisanaje local y fin de visita para conocer una explotación ganadera.
Cada paso marca historia, ¡siéntela bajo tus pies! Pisarás tierras que corrieron estraperlistas, montes que tras la guerra refugiaron a maquis, a la guerrilla de 'El Cariñoso'. «Descubriremos la forma de vida pasiega, sus valles y arquitectura», asegura el cicerone, Rafa Sánchez, cuyas explicaciones comienzan en la Torre de los Velasco, edificio medieval defensivo ornado por cinco escudos, los más antiguos de la comarca. Arranca la marcha con curiosidad, cuyo origen se encuentra en un escándalo político de la Segunda República, cuando la ruleta marca Straperlo recaló en España con la ayuda de miembros del Partido Radical, que decidieron explotarla a cambio de porcentaje en el negocio. La policía clausuró el juego tras demostrar que la rueda se controlaba con un botón por lo que la banca ganaba cuando quería. En 1935 las Cortes culparon a los acusados y la palabra quedó como sinónimo de chanchullo o negocio fraudulento.
Tras breve introducción sobre la historia local, con vacceos, romanos, visigodos y árabes de por medio, llega el momento de hablar sobre los pasiegos. «Mencionados por primera vez en 1011 con la donación del conde Sancho de Castilla de los derechos de pastoreo libre, recibe este nombre el habitante en los valles cántabros de los ríos Miera, Pisueña y Pas, y en los valles burgaleses de Rioseco, La Sía, Lunada y Estacas de Trueba. También los de áreas colindantes con vida dedicada a la ganadería de vaca de leche y la transterminancia».
Gentes peculiares que, además de mover el ganado entre pastos a diferentes alturas, se mudaban ellos mismos pues su sistema de explotación requería ordeño diario. «Era habitual encontrar familias y animales cambiando hasta veinte veces al año de cabaña. Eso dibujó un paisaje de cercados en piedra, en cuyo interior se levanta esa cabaña rodeada de prados. La familia es esencial al no relacionarse apenas. El aislamiento supuso un carácter reservado».
El ganado manda, pero la escasez económica engrosa las filas del contrabando. Viene de antaño, según cuenta Rafa en el Molino de Bárcena. A finales del XVII cargaban mercancías en los cuévanos, tabaco y telas de Bayona. Caminaban hasta tierras vascas y francesas, donde los aranceles eran menores, en marchas de varios días sin dormir apenas, arriesgando la vida por peligrosos senderos. Comenzaron además a dedicarse a la venta ambulante de productos elaborados por ellos mismos como queso o manteca. Con la ayuda de un burro recorrían grandes distancias. Los agualojeros u oficiales de loja traficaban con un refresco de agua, miel o azúcar con alguna sustancia para aromatizarla. En el siglo XIX su popularidad como comerciantes, vendedores y contrabandistas era enorme.
Estalla la Guerra Civil y su sombra de tiempos difíciles. La miseria no perdona, instauran el racionamiento y la montaña pasiega, paso natural entre Cantabria y la meseta castellana, resulta estratégica. El trigo calma la hambruna, es el rey del estraperlo, aunque trafican también con cebada, manteca, queso, nueces, castañas, patatas... «Los estraperlistas ponían un nudo corredizo al material sobre el burro; si aparecía la guardia civil lo deshacían para salir galopando. Los apresados no soltaban prenda, vale más cuartillo de silencio que arroba de chivato, decían. Las multas eran de hasta mil pesetas, requisando cereal y animales. Quien no tenía dinero iba a la cárcel, es decir, casi todos».
Buscaban senderos poco transitados. Avanzaban en grupo, de noche, en silencio, sin hacer fuego. Preferían la niebla y la luna nueva pues la llena iluminaba su delito. El turista en cambio adora el fulgor solar, necesita admirar el entorno. El Puente de Bárcenas. Los avellanos que dan sombra al río Trueba. De su madera surge un juego, el salto pasiego, que prueba la destreza en el manejo del 'palancu', vara utilizada para librar obstáculos en los hostiles caminos, como arma defensiva contra animales y en reyertas en las que arrebatarla suponía humillar al contrincante.
Multitud de anécdotas preceden a la llegada al Molino de Las Machorras, donde se explica la arquitectura pasiega, su cabaña en mampostería o sillarejo. Sobria como sus moradores, dicen de ellos que conservan carácter desconfiado, responden con preguntas y se conocen por motes. Hombres y mujeres acostumbrados a la dureza del trabajo y de la vida, de los caminos y los montes a los que el senderista dirá adiós tras degustar productos locales y visitar una explotación ganadera.
Lugar: Espinosa de los Monteros
Cuando: Todo el año
Incluye: Excursión guiada de 7 kilómetros y bajo nivel de exigencia, degustación de menú típico pasiego, visita a explotación ganadera familiar y regreso a Espinosa de los Monteros en autobús.
Duración: 7 horas
Precio: 30 euros
Información y reservas: raspano.es y 947143606
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.