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Los primeros refugiados ucranianos empezaron a llegar a Euskadi el 4 de marzo y el 9 y 10 lo hicieron la mayoría. Llevan un mes entre nosotros. En la Fundación Ellacuría de la capitán vizcaína se han formado ya tres grupos que aprenden castellano. Otros ... tantos en otras localidades, promovidos por los ayuntamientos. Dan clase dos horas al día. En los colegios hay ya 284 niños escolarizados, según datos del Gobierno vasco.
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La buena gente es legión. Solo en la plataforma SOS Ucrania han contabilizado hasta 1.200 familias locales interesadas en acoger a estas personas psicológicamente destrozadas que han tenido que desplazarse de sus hogares por la fuerza. Tramitan su acogida temporal en la Policía, hablan con los centros educativos, les empadronan, comparten con ellos lo suyo sin esperar nada a cambio y, en la mayoría de los casos, por el tiempo que haga falta.
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La mayoría ansía volver, pero hay quien empieza a plantearse una vida aquí. «Mire mi instagram. Hace poco más de un mes mi vida era otra, vendía pasteles, salía de copas», dice Natalia Tsurkan, acogida con su hija en Las Arenas.
2.000ucranianos han llegado a Euskadi desde la primera semana de marzo. 535 están en los puntos de acogida habilitados para refugiados. El resto en familias voluntarias. Hay 284 niños escolarizados.
Veronika y Rehina Pershyna, Vlada y Andrii Marchuk y Yuliia Berehova | De Irpin a Getxo
Veronika Pershyna, ucraniana de 27 años que habla español con soltura, vive desde el 10 de marzo con su hermano de 14 años, su cuñada, de 15, su madre y una amiga de la familia, ambas de 51 años, en casa de la familia Solla-Ochandiano en Getxo, formada por dos adultos (Pablo y Kaitin) y cinco niños y adolescentes de entre 8 y 20 años (Guillermo, Cecilia, Lola, Manu e Iñigo). Son doce en casa, además de dos perros.
«Ellos viven en el piso de abajo, hemos habilitado el segundo para nosotros, y el de arriba está en obras. El ruido es tal que no sé ni cómo aguantan. Hay dos baños, nos arreglamos bien, empezamos a compartir momentos todos juntos. El fin de semana pasado fuimos juntos a la playa, para este ya tenemos planificado algo también. Llevan su carga mental encima, se les ve preocupados, para nosotros son ya de la familia. No lo dudamos, pudiendo, había que ayudar», observa Pablo Solla, comercial de profesión.
El sentimiento es recíproco entre Veronika y los suyos, que reconocen la suerte que han tenido por terminar en una familia «que es un amor». «Si le digo la verdad, no sé cómo acabamos aquí. Vivimos en casas de amigos en Ucrania unos días, sin luz, sin gas y sin comunicaciones. En una esquina encontramos un punto donde el móvil de mi marido tenía cobertura, le funcionaba la radio y podía mandar un mensaje al día. Entonces nos enteramos del corredor verde. Condujimos nuestros coches hasta la frontera, por suerte no tenían las ruedas pinchadas y pudimos hacerlo. Allí nos recogieron. Hace cinco años trabajé con una pareja de Bilbao como traductora, contacté con ellos y no sé qué hilos movieron», cuenta Veronika.
El marido de esta mujer, casada y sin hijos, permanece en Ucrania por la decretada ley marcial, que impide a los hombres abandonar el país durante la guerra por si es necesario llamarles a filas. Tenía una academia de inglés (Yellow Bus School) a la que acudían niños de 3 a 6 años. La enseña en una foto que da pavor. «No está derruida por completo, pero mire el techo del edificio anexo, simplemente ha desaparecido con las bombas», dice.
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El hermano y la cuñada de Veronika, Andrii y Rehina, de 14 y 15 años, siguen dando clases 'online' con sus profesores de Ucrania. La familia Solla-Ochandiano se ha movilizado para que Rehina, campeona de natación sincronizada, pueda acudir a entrenar tres días en la Náutica Portugalete. Veronika se encarga de los trámites y de velar por todos, «soy la que sabe el idioma», justifica. «Me licencié en inglés y en español. Siempre me pregunté por qué demonios elegí el español, no imaginé nunca que lo necesitaría».
Valentina y Dasha Cheremovlie y Anna Michalevich | De Kiev a Bilbao
El martes la pequeña Dasha celebró su noveno cumpleaños. Después de Semana Santa empezará las clases en la ikastola Artxandape, en el bilbaíno barrio de Uribarri. Unos días antes, el pasado 28 de marzo, ha sido su madre, Valentina, la que ha cumplido los 37 en un lugar del que nunca hasta hace unos días había oído hablar. Valentina Cheremovlie partió de Ucrania en compañía de su hija y de su prima Anna Michalevich. «En el tren cerré los ojos un momento y no miré atrás», recuerda. «Queríamos llegar a Barcelona, nuestros maridos nos dijeron que no nos quedáramos en países cercanos a Ucrania, que fuéramos lo más lejos posible, y nos decidimos por España. La única que sabíamos decir era Barcelona», arranca Valentina.
En la frontera de Polonia dieron con los voluntarios de la caravana humanitaria (12 vehículos) auspiciada por la Fundación Lions Club International que viajó desde Bilbao y se trajo consigo a medio centenar de mujeres y menores. «Allí nos hablaron de este lugar, parecía un buen destino, y aquí terminamos, con Aurora», continúa. Se refiere a Aurora Garay, que les ha abierto la puerta de su casa el tiempo que necesiten. «Aquí no les va a faltar nada, pueden estar el tiempo que quieran, que les vamos a ayudar. Les he facilitado un móvil con datos ilimitados. Lo que pasa es que tienen su orgullo, quieren contribuir, pero si no pueden, ¿con qué?», subraya esta mujer.
Aurora y su marido se comunican con sus nuevas inquilinas con el traductor de Google con voz. No es infalible, pero es un buen método. Como gesto de agradecimiento, Valentina, que en Ucrania era cocinera, ha elaborado para ellos las sopas tradicionales de su país. Asiste a clases de castellano en la Fundación Ellacuría, va y viene sin ayuda de Aurora. La atención a su hija la mantiene ocupada buena parte del día. Cuando la niña empiece la ikastola después de Semana Santa quiere ponerse a buscar trabajo «en lo que sea». De ánimo está mejor que su prima Anna, aunque ambas toman tranquilizantes para dormir. Anna necesita también tener una luz encendida. Dasha estará con otra niña ucraniana en la escuela, casualidad, en su clase. Le aterra empezar el colegio.
Natalia y Lisa Tsurkan | De Dnipro a Getxo
Repostera de profesión, Natalia Tsurkan entrega con los ojos tristes, empañados en lágrimas, una tarjeta del negocio que hasta hace poco más de un mes regentaba en Dnipro, su ciudad natal, junto a su hija Lisa. Las últimas galletas las hizo el 22 de febrero. Con forma de corazón y pintadas con los colores azul y amarillo, la bandera de Ucrania. Lisa, su hija, acababa de obtener su licenciatura de ingeniería informática. Ayudaba desde hacía años a su madre en el negocio. Ahora que está en Bizkaia, Natalia, que necesita sentirse ocupada, cocina para su sobrina Anna, asentada en Bilbao desde hace año y medio. Anna tiene una academia a la que acuden niños y Natalia les ha llevado galletas varios días. También colabora, con Lisa, con los voluntarios de SOS Ucrania en el centro de recogida de enseres. Vive estos días, algo desorientada y como pollo sin cabeza (no encontramos una expresión similar en ucraniano, pero dice sentirse reflejada en esta). No puede despegarse del móvil para ver las noticias que llegan de Ucrania y mantiene la aplicación que le avisa cuando su ciudad está siendo atacada.
El jueves, madre e hija tenían su primera cita en la comisaría de la Policía Nacional en Bilbao para iniciar el trámite de la acogida temporal. Insisten en que en estas líneas figuren los nombres de los que ellas llaman sus «ángeles de la guarda». Para empezar, las personas que nos trajeron a Bilbao en coche, Iker y César, y Txema, el conductor de la ambulancia -Natalia necesitó al llegar atención médica, tenía una tos fea- que les consiguió dos abrigos. Llegaron con lo puesto ateridas de frío y algunas pocas prendas más en la maleta. «Somos mujeres altas y grandes, no es fácil encontrar aquí ropa para nosotras, pero él nos vio, se fue un momento y volvió con dos abrigos enormes», apuntan. Después, continúan con los agradecimientos, los nombres de «Beatriz y de Jose y de sus dos hijos, la bella familia que nos está haciendo sentir como en casa».
Al contrario de su madre, Lisa comenta que empieza a pensar en no volver a su país y sentir que puede tener una vida aquí. «Entiendo algunas de las cosas que usted pregunta», dice en ucraniano. Eso que lleva pocos días en clases de español.
Oksana, Solomia y Emilia Zubchuk y Tetiana Grabarchuk | De Bucha a Berango
Oksana Zubchuk, abogada, ha pedido a su cuñada Valentina, que vive en Bilbao desde hace más de tres lustros que le consiga un ordenador porque se está planteando la posibilidad de retomar sus casos y recuperar a sus clientes. «Hay que ganar dinero», opina. A Valentina le parece un poco locura, pero piensa como Oksana que ejercer de abogada aquí le resultará prácticamente imposible. Su marido, el hermano de Valentina, es policía y sigue en Bucha, ejerciendo como tal. «Hablo todo lo que puedo con él. Pero cada día es una incertidumbre y, más en su oficio, está muy expuesto y puede ser el último. Los rusos saquearon nuestra casa y se llevaron sus uniformes, para vestirse con ellos y engañar. Vivíamos en el sótano, les oíamos», comenta Oksana con el apoyo traductor de Valentina de camino a la escuela infantil Saratxaga de Berango, a donde su hija mayor, Emilia, acude cada mañana hasta después de la siesta.
Oksana también tiene un bebé de siete meses, la pequeña Solomia, y habla inglés a la perfección. Viven instaladas en casa del arquitecto Fabián Meabe Bernardo. A la semana de llegar ya estaban empadronadas, las cuatro cuentan también ya con su certificado de residencia temporal y tienen un NIE. «Fabián se ha portado muy bien. Solomia se despierta y llora por las noches, esta semana ha tenido algo de fiebre y estaba más quejosa, tenemos algo de miedo de molestar», sostiene Oksana.
Su madre, Tetiana, profesora de Geografía en lo que en España equivaldría a Secundaria y Bachiller, sigue dando clase cada día, vía 'online', a sus alumnos, mejor dicho, a los que consiguen conectarse. Algunos están desperdigados por Europa, pero otros siguen viviendo en Bucha. Las niñas no saben gran cosa. «Emilia pregunta por sus juguetes y a veces llora. ¿Mamá, dónde está mi...? Yo me mantengo sonriente con ellas, sólo cuando no me ven me permito derrumbarme y llorar», dice Oksana.
Vemos salir a Emilia de la guardería, contenta y de la mano de la andereño Nerea. Se funde en un abrazo con su madre. Camina hasta casa sin rechistar, no pide ir aupas. Su tía Valentina le ha traído una mochila nueva, dos peluches de Mickey y Minnie y un cuento. «Los trabajadores del Banco Mediolanium de Bilbao a los que conozco han hecho una colecta de juguetes», explica Valentina.
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