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A primera vista, no apetece nada comerse un yarsagumba. Es un hongo, pero tiene forma de gusano. Y no es fruto de la casualidad. Porque se forma cuando el hongo ataca y mata a una oruga. De ahí que en tibetano se conozca como 'yart ... swa gun bu': hierba en verano, insecto en invierno. Aunque la primera reacción ante la idea de llevárselo a la boca pueda ser hacer una mueca de disgusto, lo cierto es que pocos alimentos son más caros. Es más, el yarsagumba se cotiza a un precio muy superior al del oro: el kilo puede llegar a pagarse a 90.000 euros.
La razón principal de que sea tan apreciado hay que buscarla en el vademécum de la medicina tradicional de las sociedades asiáticas, donde el 'ophiocordyceps sinensis' aparece como potente afrodisiaco, efecto que le ha otorgado el sobrenombre de 'viagra del Himalaya'. Esa fama se la debe a la creencia de que los yaks que comen el hongo en las laderas del techo del mundo adquieren un súbito y desmedido apetito sexual, que también disfrutan los seres humanos que lo consumen. Por si fuese poco, el yarsagumba también es considerado una cura efectiva para todo tipo de males: desde la impotencia hasta el cáncer.
El problema es que crece solo en las faldas del Himalaya, en Nepal, India, Bután y el Tíbet, y únicamente en una franja que va de los 3.000 a los 5.000 metros de altitud. Para encontrarlo, hay que recorrer el escarpado terreno muy pegado al suelo y con los ojos bien abiertos, porque el hongo se camufla bien entre la hierba y la hojarasca. También hay que cruzar los dedos para no caer presa del mal de altura, que puede resultar fatal, y para no ser víctima de las avalanchas habituales entre abril y junio, que es cuando se recoge. Además, hay que reunir nada menos que 3.500 yarsagumba para sumar un kilo. Pero la recompensa bien merece el esfuerzo, y cada año miles de habitantes de esta región del sur de Asia se lanzan en su busca.
Lógicamente, cuando algo tan valioso crece en un lugar donde una gran parte de la población vive en la pobreza, el conflicto es inevitable. El yarsagumba es carne de mafias y la chispa que dispara tensiones sociales. No en vano, mientras el hongo se cotiza en Nepal y Bután a unos 20.000 euros el kilo, su precio se duplica cuando cruza las fronteras de China e India y vuelve a multiplicarse por dos –o más– cuando llega al consumidor final. Como de costumbre, quienes menos ganan son los campesinos que lo recolectan y los lugareños que habitan el territorio en el que crece.
Para evitar que toda la riqueza se genere fuera, estos últimos cobran una tasa de unos 15 euros por cada recolector que llega de otros pueblos, algo que también ha provocado violentos disturbios en el distrito nepalés de Dolpo, que concentra la mitad de la producción de yarsagumba de Nepal y al que cada año viajan unas 50.000 personas en busca del afrodisiaco. En 2014, las autoridades trataron de erradicar el cobro de esta tasa que consideraron ilegal y la Policía tuvo que intervenir. El resultado fue trágico: decenas de heridos y dos muertos que, finalmente, convencieron al Gobierno de permitir que los lugareños mantengan este impuesto.
La competencia es enorme, y muy habitual que diferentes grupos de recolectores se enfrenten por las mejores zonas. En 2009, siete hombres fueron asesinados en estas disputas; en 2014, otro fue apuñalado y salvó la vida porque fue evacuado en helicóptero. Heridos más leves se producen cada temporada. Mientras tanto, a miles de kilómetros de donde se recoge el hongo, las fuerzas de seguridad de China y de India detienen a menudo a traficantes que mueven el yarsagumba fuera de los círculos legales.
Pero todo el negocio está ahora amenazado por la sobreexplotación del hongo y por la crisis climática que vive el planeta. El aumento de la temperatura y la reducción de las precipitaciones –un problema para todo el continente, porque del Himalaya nacen los principales ríos que lo surcan– afectan a una cosecha que cada año es más exigua. Los lugareños aseguran que hace una década podían recolectar hasta cien yarsagumba al día, pero que ahora pueden sentirse afortunados si encuentran veinte.
Científicos de la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos corroboran esta sensación con datos: «El hongo es productivo a bajas temperaturas, muy cerca del permafrost –hielo perpetuo–. La sobreexplotación y el calentamiento global pueden tener una seria repercusión en su cosecha y serias implicaciones sociales para toda la región», escriben. Al fin y al cabo, para muchos habitantes del Himalaya, el yarsagumba representa hasta la mitad de sus ingresos anuales.
A palo seco. Después de pasar por un proceso de secado, el yarsagumba se puede comer directamente. Quienes lo han probado aseguran que tiene sabor a seta ligeramente dulce. Para que haga efecto, los curanderos afirman que hay que comer dos o tres unidades, entre 0,3 y 0,7 gramos, cada día. Los efectos, subrayan, se empiezan notar en la tercera jornada.
En infusión. Quienes no tengan muchas ganas de ingerir directamente lo que parece un gusano seco pueden optar por prepararlo en infusión. Antes de beberlo hay que dejarlo reposar en agua caliente –pero sin hervir– durante unos 20 minutos. Para mejorar el gusto, se puede utilizar también en sopa.
En polvo. La última forma de preparar el yarsagumba requiere triturarlo hasta hacer polvo con él, y mezclarlo con leche. A ser posible, de yak. No obstante, también se puede utilizar el polvo como condimento para todo tipo de platos. Hay quien incluso alimenta a patos con el hongo y al cabo de unos días cocina el animal. Los científicos advierten de que sus propiedades no están probadas.
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