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En la Universidad de Harvard, una profesora de Derecho reveló hace años que sus estudiantes exigían que les avisara con antelación cuándo tenía pensado tratar temas que podrían ser traumáticos, como los relacionados con violaciones. «Es como si un estudiante de Medicina que quiere especializarse ... en cirugía tiene miedo a angustiarse si ve o toca la sangre. ¿Qué deberían hacer sus instructores?», se quejó la docente.
En la californiana UCLA, un profesor de Educación corrigió durante la clase de gramática a una alumna que había escrito la palabra indígena con mayúscula. Cuando le dijo que se ponía en minúscula, la joven se indignó y le acusó de haberla insultado a ella y a su ideología. Días después, los estudiantes organizaron en el aula una sentada en la que criticaban la hostilidad del campus hacia los alumnos de color.
Hablar de más en una universidad de Estados Unidos no es una buena idea. Una palabra mal dicha puede ser fuente de muchos disgustos y a veces ni siquiera es necesario abrir la boca, como le sucedió a un alumno de la Universidad de Indiana. Fue denunciado por un compañero que le vio leer un libro titulado 'Notre Dame contra el Klan', en cuya portada figuraba una manifestación del Ku Klux Klan. La publicación narraba la historia de los enfrentamientos que tuvieron lugar en 1924 entre los estudiantes de la Universidad de Notre Dame y miembros de la organización supremacista que querían celebrar un desfile, pero eso dio lo mismo. Las autoridades académicas declararon al lector culpable de acoso racial.
En los últimos años las universidades estadounidenses se han convertido en lugares donde sacar a colación palabras, ideas o temas que pueden causar incomodidad u ofender a alguien es una actividad sumamente peligrosa. El fenómeno, que ha originado intensos debates sobre los límites de la libertad de expresión y el papel de la enseñanza superior entre los jóvenes, ha llevado a muchos profesores a autocensurarse por miedo a ser denunciados por alguno de sus cada vez más susceptibles alumnos.
A la profesora de Derecho de Harvard un estudiante le pidió que ni siquiera utilizara la palabra 'violar' en clase al referirse, por ejemplo, a algún acto que 'viola la ley'. Al parecer, eso podía causar angustia a sus oyentes. En el Columbia College, un enseñante que recomendó la visita a una exposición de arte samurái japonés tuvo que lidiar con la protesta de un alumno que le recordó que su plan era políticamente incorrecto porque podía herir la sensibilidad de los estudiantes de origen chino.
La mordaza que ha silenciado el sistema universitario estadounidense se llama corrección política y está muy ligada al concepto de microagresiones, un término que hace referencia a los breves intercambios verbales o conductuales −intencionales o no− que comunican mensajes negativos o insultantes para minorías marginadas. Estos mensajes pueden ser raciales, de orientación sexual, discapacidad, género o ambiental, y no afectan a todos sus receptores de la misma manera. Unos son más sensibles que otros.
Para poner a los alumnos a salvo de angustias, en Estados Unidos se ha implantado la política de 'trigger warning', que implica que cualquier tipo de material o actividad que se desarrolle en el campus debe incluir advertencias sobre los posibles riesgos para la sensibilidad de los estudiantes. Según sus defensores, estos avisos «no significan que cualquiera que lea un libro o vea una película en particular tendrá una reacción negativa». «Están destinados -puntualizan- a personas que pueden ser particularmente sensibles a ciertos temas en función de sus propias experiencias de vida».
Entre los libros con advertencias figuran 'El gran Gatsby' de Scott Fitzgerald, porque contiene «suicidio, violencia doméstica y violencia explícita», 'La señora Dalloway' de Virginia Woolf, desaconsejada por animar «tendencias suicidas», o 'Las metamorfosis' de Ovidio, que describe una violación. Otros textos apercibidos son 'El guardián entre el centeno', 'Las aventuras de Huckleberry Finn', 'Otelo' y 'Hamlet'.
Para garantizar que nada ni nadie les dañe, muchos estudiantes reivindican la existencia de espacios seguros, que no son sino lugares o entornos donde pueden encontrarse con sus iguales sin miedo a ser objeto de juicios, señalamientos o cualquier confrontación con sus ideas, sentimientos o rasgos de identidad. En estos espacios solo se escucha lo que se quiere oír, la libertad de expresión no existe.
Estas burbujas contra los peligros que llegan del exterior han sido criticadas por quienes recuerdan que las universidades tienen que ser centros donde los alumnos deben quedar expuestos al debate y confrontación de ideas. El ataque más duro contra estos remansos de paz llegó de la mano del profesor de Biología Evolutiva de la Universidad de Oxford Richard Dawkins, quien, harto de tanta delicadeza, lanzó un contundente mensaje a sus alumnos. «La universidad no puede ser un espacio seguro. Quien lo busque que se vaya a casa, abrace a su osito de peluche y se ponga el chupete hasta que se encuentre listo para volver. Los que se ofenden por escuchar opiniones contrarias a las suyas quizá no estén preparados para venir a la universidad».
Pello Salaburu |Exrector UPV/EHU
«Lo que está ocurriendo allí es un ataque a la libertad en nombre de la libertad, es algo incomprensible. Están apareciendo fenómenos como Trump y la extrema derecha, pero el trabajo de eliminar el debate en la universidad lo están haciendo otros, la izquierda», enfatiza el lingüista y exrector de la Universidad del País Vasco Pello Salaburu. A diferencia de lo que ha ocurrido en otras épocas, la mordaza no la han puesto los sectores más conservadores, sino los herederos de los movimientos estudiantiles que en los años 60 luchaban por abrir espacio a nuevas ideas.
En mayo del 68 se acuñó el lema 'prohibido prohibir', una frase que, según el catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga, Pedro José Chamizo, trae consigo una paradoja. «Nos negamos a que nos prohíban cualquier cosa, pero como queremos prohibir lo que no nos gusta y no podemos hacerlo explícitamente, tenemos que recurrir al eufemismo, que enlaza con la corrección política».
Ya no se prohíbe fumar sino que se dan las gracias por no hacerlo o se crean lugares libres de humo. Los eufemismos han inundado todos los aspectos de nuestra vida, incluidas las universidades españolas, donde hay que ir con mucho cuidado para no decir inconveniencias. Y eso es algo de lo que los profesores son cada vez más conscientes. «Sí que hay autocensura a la hora de hablar en las aulas», admite Chamizo, que ya se ha enfrentado a las nuevas barreras del lenguaje. «Un año se me encaró una alumna de 18 años porque en clase la traté de señorita. Me dijo que ella era una señora».
Pedro J. Chamizo | Universidad de Málaga
El catedrático malagueño, que ha ejercido como docente en tres universidades estadounidenses, recuerda que, cada vez que se reunían en su despacho con una alumna, los profesores dejaban abierta la puerta para evitar problemas. «Esto se ha generalizado en España», afirma. A su juicio, en nuestro país la ola de corrección «ya está implantada, incluso institucionalmente», en forma de guías de estilo para un uso igualitario del lenguaje. «Se dice hasta cómo hay que fotografiar a las mujeres», añade.
Son guías que, como explica una de ellas, pretenden «concienciar a la comunidad universitaria a utilizar un lenguaje no sexista, que como transmisor de conceptos y actitudes sociales, debe ser objeto de un adecuado uso que nos permita avanzar hacia la igualdad real entre hombres y mujeres». El objetivo es loable pero en ocasiones se topa con ciertas dificultades, como la que encontró en una universidad una profesora de la asignatura Literatura y Género cuando varias alumnas le entregaron trabajos redactados con un lenguaje inclusivo impecable, plagado de los/las, ellos/ellas, autoras/autores... Cuando trató de corregir los escritos, la enseñante llamó a las estudiantes y les dijo: «Os he dicho que me tenéis que hacer un trabajo, no un panfleto».
Héctor Fouce | Complutense de Madrid
Lo que aún no se ha implantado en la enseñanza superior española es el papel de los estudiantes como guardianes de lo políticamente correcto. En su cruzada contra las microagresiones y por la corrección, los alumnos americanos, y también los británicos, instan a las universidades a cancelar conferencias y actividades polémicas, como un debate sobre el aborto que debía haberse celebrado en Oxford. Uno de los conferenciantes era un hombre, lo que llevó a un sindicato estudiantil a reclamar que no se celebrara el acto porque «los alumnos asistentes podrían sentirse ofendidos al encontrarse con una persona sin útero entre los panelistas».
En Reino Unido la confederación sindical de alumnos National Union of Students sostiene que no deben admitirse en los campus ideas, clases y conferencias susceptibles de provocar que algún alumno pueda sentirse incómodo. Entre las víctimas de este planteamiento destacan conocidos representantes de la izquierda más militante como la veterana feminista australiana Germaine Greer, el defensor de los derechos de los homosexuales y causas pacifistas Peter Tatchlell o la iraní y activista en favor de los derechos humanos en Irán Maryam Namazie.
«Aquí los movimientos estudiantiles pintan mucho menos que en Estados Unidos», responde Héctor Fouce cuando se le pregunta por la situación en España. Para este profesor de Semiótica de la Complutense de Madrid, la corrección política no ha irrumpido con fuerza en las aulas, aunque reconoce que se están operando ciertos cambios. «Cada vez hay más gente diferente y hay que tener más cuidado con ciertas expresiones porque no tienes ni idea del tipo de alumno que tienes enfrente».
Juan Manuel Blanco | Universidad de Valencia
La fiebre no parece haber llegado hasta nosotros con toda su virulencia pero no se descarta que lo haga dentro de unos años. «Siempre se empieza poco a poco y cuando ves que se cancelan conferencias, que se anulan conciertos de raperos o que se condena a tuiteros, te das cuenta de hacia dónde va el contexto. A la gente le cuesta discutir racionalmente, parece que lo que ahora da visibilidad es el agravio», señala Fouce.
El profesor de Economía de la Universidad de Valencia Juan Manuel Blanco cree que «la universidad española está contaminada por el virus de la corrección política», pero ve difícil que llegue a los extremos de los países anglosajones. «Aquí la capacidad de influencia del alumno es mucho menor y los profesores son funcionarios, lo que de alguna manera les protege», explica. Estas dos barreras han frenado el avance de la hipersensibilidad en los campus, pero no lo han detenido.
En las aulas españolas el origen de los estudiantes es cada vez más diverso y, además, ha aumentado el número de hijos únicos que han crecido protegidos en casa y cuyos padres hacen cola para matricularles. A las nuevas generaciones de alumnos «les cuesta mucho asumir que tienen que esforzarse para sacar adelante sus estudios», afirma Fouce. Tienen la piel muy fina, son delicados, demasiado susceptibles, no están acostumbrados a que les lleven la contraria. Son jóvenes, añade Blanco, que están recibiendo «el mensaje de que tienen muchos derechos y pocos deberes».
Con este caldo de cultivo hay que pensárselo dos veces antes de abrir la boca. Héctor Fouce no tiene la sensación de «estar vigilado» por sus propios alumnos, pero reconoce que es necesario «andarse con más cuidado» para no herir sentimientos. Juan Manuel Blanco, por el contrario, sostiene que en las universidades españolas «es como si estuviesen vigilando. Dices algo y te miran raro pero no sabes por qué, así que no vuelves a decirlo».
El virus de la corrección se propaga, solo que de otra manera. En Estados Unidos la amenaza es explícita, se la ve venir, lo que no ocurre en España. «Aquí es más sutil, es una presión ambiental que está llevando a mucha gente a autocensurarse, a no expresar opiniones que puedan traer problemas», asegura Blanco. En muchas ocasiones la mordaza se la ponen los propios docentes sin ser conscientes de ello. Corren así el peligro de acabar interiorizando que lo normal es callarse por si acaso. Cuando algún día esos profesores pregunten por la libertad de expresión ni siquiera se darán cuenta de que ellos mismos han contribuido a enterrarla. La lápida, eso sí, será aséptica, sin ninguna palabra o grabado que pueda agraviar a las minorías. Será exquisitamente correcta, silenciosa como una tumba.
Periódicos prohibidos El sindicato de estudiantes de la City University of London votó en 2016 a favor de prohibir en su campus los periódicos 'The Sun', 'Daily Mail' y 'Express' por haber publicado en sus páginas «reportajes contra los migrantes, artículos islamófobos y sexistas» y por haber utilizado «como chivo expiatorio a las clases obreras».
La horma de su zapato Una asociación de alumnos asiático-americanos montó una instalación con ejemplos concretos de microagresiones para crear conciencia sobre el problema. Otros estudiantes del mismo origen protestaron porque sentían que la exhibición en sí misma era una microagresión. La instalación fue retirada y su organizador tuvo que disculparse
Platos de imitación En el Oberlin College, en Ohio, los alumnos se rebelaron contra la comida asiática que se ofrecía en el campus. Aseguraban que no era lo suficientemente auténtica, lo que suponía una apropiación cultural y una falta de sensibilidad. La universidad pidió perdón por la ejecución «culturalmente insensible» de los menús.
Demasiado sensibles Los estudiantes de la Universidad de Warnick, en Inglaterra, intentaron prohibir una conferencia de la iraní y activista en favor de los derechos humanos Maryam Namazie por «incitar al odio». Alegaban que era «demasiado incendiaria para ser escuchada» y su mensaje podía ofender a los alumnos musulmanes.
Contra la feminista La Universidad de Cardiff, en Gales, canceló una conferencia de la veterana feminista australiana Germaine Greer después de que cerca de 3.000 estudiantes exigieran la anulación de la charla porque la activista había declarado al hablar de los transexuales que «un hombre castrado no se comporta como una mujer».
Disfraces polémicos En 2015 la Universidad de Yale pidió a los alumnos que no usaran disfraces ofensivos para las minorías en Halloween. Una profesora que defendió el derecho a decidir de los alumnos fue criticada por los propios estudiantes y acusada de racista. Ella y su marido, también profesor, tuvieron que dimitir.
Sin sentido del humor En 2014 el comediante Chris Rock anunció que no actuaría más en universidades porque son «demasiado conservadoras» y «su principal preocupación es no ofender nunca a nadie». Otro actor, Jerry Seinfeld, ha criticado la «hipersensibilidad de los estudiantes» y su falta absoluta de sentido del humor.
Lenguaje correcto La Universidad de New Hampshire creó una guía de lenguaje en la que proponía decir 'persona que carece de las ventajas que otros tienen' en lugar de pobre, 'persona de riqueza material', para referirse a un rico o 'persona de tamaño' en vez de gordo. También vetaba las palabras 'maternidad' y 'paternidad'.
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