

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Es jueves por la mañana y en el exterior de la sede de Euskalmet, en el Parque Tecnológico de Álava, el viento azota como si ... le pagasen por ello. En el interior también, pero de una manera distinta: se convierte en un ejército de flechitas sobre un mapa que apuntan tozudamente en la misma dirección. En realidad, aquí dentro se dan a la vez todas las meteorologías de Euskadi, los soles (que hoy son pocos) y las lluvias (tampoco muchas), y también las de nuestro entorno y las de mañana y pasado, como si hubiésemos abolido el otro tiempo, el cronológico, para centrarnos en lo que nos depara la atmósfera. Con motivo del Día Meteorológico Mundial, que se celebra hoy domingo, hacemos una visita a la agencia, que el próximo junio cumplirá ya 35 años.
Lo primero, cómo no, es hablar del tiempo. Lo hacemos en todas partes, pero aquí tiene más sentido que en ningún otro sitio. ¿Vientecillo, no? «Ayer fue el típico día en el que tuvimos una discusión para ver si íbamos a dar para hoy una alerta naranja o un aviso amarillo. Era una clásica situación amarillo-anaranjada en algunas zonas de la comunidad. Al final es aviso amarillo: los problemas se enfocaban solo en el este de La Llanada y quizá en cumbres donde no vive nadie, y nuestro sistema se basa en los daños», explica el director de Euskalmet, José Antonio Aranda. ¿La racha máxima por ahora? «133 kilómetros por hora en Zaldiaran». La importancia de los sistemas de alerta temprana es el tema de este día mundial, una insistencia que parece especialmente oportuna tras la tragedia de la dana. «Lo más importante es que la gente esté informada, porque la autoprotección es la mejor forma de evitar daños. Nuestro sistema se basa en el impacto esperado: una misma nevada a las cuatro de la mañana de un sábado, apenas sin tráfico, con las quitanieves pasando a 80 kilómetros por hora, no puede tener el mismo nivel de aviso que un lunes a las 8 o las 9, cuando te paraliza un país. Un día de viento es totalmente diferente si el suelo está mojado o seco, porque el número de árboles que caerán varía totalmente», expone Aranda.
En Euskalmet trabajan 32 personas y aquí siempre hay alguien, pendiente de esos retratos del cielo que muestran las pantallas: hay que comprobar que ocurre lo que se ha pronosticado y también pronosticar lo que va a ocurrir. «La predicción meteorológica tiene una incertidumbre: hay un panel de posibilidades y tienes que ver cuál es la más probable, con la que más papeletas tienes para acertar de pleno, pero también hay que contemplar los extremos, por si la situación se acaba escapando hacia alguno de ellos», aclara el director. El corazón de Euskalmet es la Sala de Vigilancia y Predicción, conocida también como 'la pecera', con su emblemático 'videowall', una gran pantalla que permite, siempre que uno tenga el ojo entrenado, comprobar de un vistazo qué tiempo está haciendo y hacia dónde evoluciona.
En grande aparece la imagen de Meteosat, en blanco y negro, que Aranda va descifrando: las masas nubosas («esto son nieblas, porque no se mueven»), la nieve en el pico riojano de San Lorenzo... «En la dana, se veía perfectamente un sistema convectivo de mesoescala, una tormenta muy organizada y potente. Las inundaciones del 83 también lo fueron». Otros mapas presentan los valores de los 150 puntos de control de la red de Euskalmet, y Aranda detecta rápidamente lo anómalo: «Ahora mismo solo está lloviendo en la zona de Campezo. Lleva un montón de días así, es una de las poquísimas veces en las que Campezo es donde más llueve». Y a la derecha está el escaneo de la atmósfera que hace el radar Kapildui, pieza esencial del sistema. En otra pantalla aparece, hoy, la lista de registros máximos de viento, ordenados por colores: es un conjunto amarillo y naranja, los colores del día, con un solo valor rojo, en Ilarduia. Y una de las paredes de la pecera está decorada con dibujos infantiles de tema meteorológico, unos con dulces arcoíris y otros con violentas tempestades de rayos.
Euskadi, con comarcas muy diferenciadas, resulta muy entretenido para un meteorólogo, en el mismo sentido que muchos conductores prefieren las carreteras llenas de curvas: «Es muy complicado para nosotros: por la topografía compleja, porque vivimos entre dos cadenas montañosas, porque tenemos el mar y al otro lado ese pequeño continente que es la Península Ibérica, porque nos afecta el Mediterráneo... Tenemos climas en los que llueven 2.500 litros por metro cuadrado en un año y otros donde no se pasa de 500, y están a 70 kilómetros el uno del otro», comenta el responsable, que está en Euskalmet desde el principio o, mejor dicho, desde antes del principio: el desastre de 1983 creó conciencia de las carencias en materia meteorológica y, cinco años después, Aranda se encargó de evaluar las necesidades. «En el 83 no se sabía ni dónde estaba lloviendo, ni cuánto, ni el caudal que llevaban los ríos, ni si iba a llover más. Fue simplemente sufrirlo», repasa. La tecnología ha revolucionado la disciplina. «Bastante hacían los meteorólogos de antes, tenían un mérito impresionante. ¡Miles de cuentas hechas a bolígrafo! Hoy tenemos datos de todas las estaciones cada diez minutos, de algunas al minuto, y satélites, radares, perfiladores, boyas...».
- De aquella época viene el cliché de que nunca aciertan...
- Cuando yo entré a trabajar, nos solían decir que no dábamos ni una, pero ya hace mucho que no se lo oigo a nadie. Ahora nos dicen que a ver cuándo cambiamos el tiempo.
- ¿Se imagina que se pudiese?
- No podrías encontrar a dos personas que quisieran el mismo tiempo.
- Si ya con el aire acondicionado hay peleas -interviene Santiago Gaztelumendi, director de Estrategia y Coordinación-, ¿qué pasaría si tuviésemos un termostato general?
Una de las tareas del personal de Euskalmet es controlar el buen funcionamiento de la propia red, con sus sufridos sensores expuestos a vientos, lluvias y olas. A finales del año pasado, el Consejo de Gobierno dio luz verde a la inversión de cinco millones de euros, con miras a actualizar los sistemas de medición: radares, boyas, sensores de precipitación... «Nuestro radar lleva veinte años en funcionamiento, veinticuatro horas al día... Lo tenemos entre palmitas y gracias a eso está durando. Hablamos de aparatos caros, de dos o tres millones. La boya océano-meteorológica sufre mucho, lleva una caña impresionante. Las cosas de tierra duran más, las de mar se desgastan: he visto argollas que se quedaban en un hilito», repasa prioridades Aranda. Los meteorólogos vascos siempre han estado atentos al Cantábrico, pero ahora todavía más.
- ¿Notan cómo está cambiando el clima?
- Clarísimamente, y es un gran problema para la humanidad. Este año hemos tenido el mar más caliente de toda la historia. Ha sido el invierno con menos hielo en el hemisferio norte. La subida de nivel del mar es evidente: el año pasado, tuvimos cuatro situaciones excepcionales de marea alta, algo que hasta hace unos años ni siquiera teníamos en cuenta.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El enigma de las plantas de tequila en la 'Catedral del vino' de Cigales
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.