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¿Y si ocurriera de verdad? Puestos a soñar, podría ser que los responsables políticos de todo el mundo que mañana se reunirán en Nueva York no solo lleguen a un acuerdo o alcancen compromisos, sino que por una vez cumplan lo pactado y allá ... por 2030 las emisiones de gases de invernadero se hayan reducido drásticamente. Sería un éxito de la diplomacia, un avance para la humanidad, un respiro para el planeta, aunque es posible que acabe siendo un espejismo. Ya ocurrió en París.
Esta vez puede ser diferente. El salón de la Asamblea General de las Naciones Unidas acogerá mañana la cumbre sobre acción climática, convocada por António Guterres. Será el último acto tras un fin de semana en el que gobiernos, sector privado, sociedad civil, autoridades locales y otras organizaciones internacionales han tratado de buscar soluciones en áreas como la transición energética e industrial, la fiscalidad verde, la financiación ecológica, las soluciones basadas en la naturaleza, la acción climática de regiones y ciudades y el aumento de la resiliencia y adaptación a los impactos medioambientales.
A diferencia de otros encuentros similares, el secretario general de la ONU pretende que los gobernantes no solo aporten palabras o compromisos sino que presenten «planes concretos y realistas para mejorar sus contribuciones a nivel nacional para 2020 según la directriz de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 45% en los próximos diez años». Si se siguiera este camino, en 2050 se debería alcanzar la neutralidad del carbono, lo que significa que la cantidad de CO2 expulsada a la atmósfera sea igual a la capturada.
Pero está lo de París. En 2015 los líderes de 193 países firmaron en la capital francesa un acuerdo por el que se comprometían a hacer lo posible para que el incremento de la temperatura no supere los dos grados centígrados respecto a los niveles preindustriales y, en la medida de lo posible, dejarlo por debajo de 1,5 grados. Fue un gran paso, sin duda, pero solo uno.
Según Naciones Unidas, este acuerdo es «un marco normativo visionario, viable y puntero». Sin embargo, la misma organización reconoce que «no tiene sentido en sí mismo si no se acompaña de una acción ambiciosa», lo que es una manera elegante de admitir que las palabras tienen una fuerte tendencia a quedarse en el papel. Como para confirmarlo, el pasado miércoles la ONU advirtió de que, con los actuales planes, las emisiones serán en 2030 un 10,7% mayores respecto a los datos de 2016. Este porcentaje implica que el planeta alcanzará los 3 grados de calentamiento global.
António Guterres quiere que los países actualicen al alza sus planes de recorte de emisiones. No será el único que lo intente. La cumbre ha venido precedida por manifestaciones en todo el mundo para reclamar soluciones a esta crisis y tendrá como colofón una huelga mundial por el clima convocada para el próximo viernes. El rostro más visible de estas protestas es Greta Thunberg, la adolescente sueca que inició el movimiento climático juvenil, y que será una de las participantes en la cumbre.
«Las movilizaciones ciudadanas son imprescindibles porque se están metiendo en la agenda política», afirma la responsable de la campaña de Cambio Climático de Greenpeace, Tatiana Nuño, que aguarda «expectante» el resultado del encuentro, aunque con una cierta reserva. «El llamamiento de la ONU es muy oportuno porque los actuales compromisos son insuficientes, pero vamos a ver qué es lo que dicen los gobiernos y cuáles son sus planes concretos para limitar el incremento de la temperatura».
Tatiana Nuño, Greenpeace
M. Arias Maldonado, Universidad de Málaga
Que hay que reducir las emisiones es un objetivo con el que todos están de acuerdo. El problema es cómo se avanza hacia un nuevo sistema productivo en un contexto en el que, a juicio del profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga Manuel Arias Maldonado, «predomina el discurso de que con la descarbonización los países desarrollados deberíamos vivir peor». Ante esta coyuntura, recalca el autor del libro 'Antropoceno. La política en la era humana', una sola pregunta basta para frenar los ímpetus ecologistas de los gobernantes: «¿Estamos dispuestos a renunciar al aire acondicionado o a la conducción?». Porque una cosa son las buenas causas y otra ponerse al frente de ellas para que se cumplan, como pudo comprobar el presidente de Francia, Emmanuel Macron, cuando aplicó el impuesto sobre el carbono para reducir las emisiones contaminantes a la atmósfera. El aumento del precio de los carburantes provocado por esta tasa causó el levantamiento social de los chalecos amarillos.
Los líderes políticos no tienen problemas para firmar cualquier compromiso que se les permita presentarse como defensores del medio ambiente, pero se lo pensarán dos veces antes de dar más pasos. «En los estados no hay auténtica voluntad de luchar contra las emisiones porque tienen que encontrar la manera de hacerlo sin provocar el descontento de la población», sostiene Arias Maldonado. «Hay que ir hacia una economía que emita mucho menos pero sin que la población se sacrifique. La transición ecológica no puede ser a costa de las clases medias, y de esto va la cumbre de la ONU», puntualiza Antonio Gallardo, catedrático de Ecología en la Universidad Pablo de Olavide.
En un mundo que sufre «la pérdida de ecosistemas, los efectos de la contaminación, la sobreexplotación de especies y la sobreexplotación minera», la prioridad en la defensa del planeta es «asegurar las emisiones a cero». Esta es una idea con la que, según Tatiana Nuño, están de acuerdo «hasta las grandes empresas del carbón y del petróleo», que «no dudan de que debemos ir hacia un modelo renovable, lo que va a suponer un cambio importantísimo». De hecho, y ante el cambio inevitable, ya han comenzado a tomar posiciones para mantener sus cotas de poder.
«Las tecnologías emergentes y la necesidad de un nuevo modelo económico están forzando un cambio industrial», dice David Vieites, director del departamento de Biogeografía y Cambio Global del CSIC e investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Muchas compañías se han puesto manos a la obra, pero no porque hayan tenido una conversión repentina sino porque no les queda más remedio. «Las grandes empresas han empezado a invertir poco a poco en nuevas tecnologías porque saben que les va a pillar el toro, lo que pasa es que estiran el chicle todo lo que pueden».
Los cambios se producen cuando este chicle amenaza con romperse, de ahí la importancia que Vieites le da a la presión social. «La industria automovilística se resiste a la transformación pero cuando las grandes ciudades restringen el tráfico a los coches más contaminantes comienzan a producir motores híbridos, que es algo que ya tenían desde hace tiempo».
Antonio Gallardo, Univ. Pablo de Olavide
David Vieites, CSIC
Esa presión es la que, para la responsable del programa de Cambio Climático de WWF España, Mar Asunción, debería «neutralizar el 'lobby' de las empresas que no están interesadas en hacer una transición rápida» hacia un nuevo modelo que, más que amenazas, ofrece oportunidades. «Se abre un campo enorme en cuestiones de eficiencia, energías renovables y adaptación al cambio climático. Se crearán nuevos negocios que ofrecerán más perspectivas de empleo», pronostica.
Claro está que antes hay que cumplir con los compromisos, y en este sentido Arias Maldonado no cree que la cumbre de Nueva York vaya a tener «demasiada relevancia». Él es consciente de que en este tipo de eventos «se plantean grandes metas políticas a sabiendas de que la realidad las deja disminuidas». Lo que sí le parece interesante es el contexto en el que los grandes líderes políticos se van a ver las caras. «La sucesión de fenómenos meteorológicos extremos ha modificado la opinión de los ciudadanos, lo que se traduce en una mayor aceptación de las políticas ambientales. Este cambio cultural es la condición previa para un cambio real».
Las grandes manifestaciones y las huelgas de jóvenes tienen como contrapunto la realidad de países donde millones de personas votan a políticos como Donald Trump y Jair Bolsonaro, que no destacan precisamente por su amor a las flores silvestres. La presión social no parece hacer mella en ambos dirigentes, cuyos países -junto a Japón y Arabia Saudita- han sido vetados por la ONU por llegar a la cumbre sin los deberes hechos. Es como si hubiera dos mundos diferentes.
Mar Asunción, WWF
Fernando Valladares CSIC
«Estamos viendo los riesgos de la polarización. El cambio climático cada vez se ve más como parte de la agenda de la socialdemocracia, cuando no tendría que ser así», explica Arias Maldonado. Fernando Valladares, investigador de medio ambiente del CSIC, también lamenta «la politización» de un problema al que «se ha identificado con una ideología». Como ejemplo de ello recuerda el veto de Vox a una declaración del Senado en apoyo a los afectados por el incendio de Gran Canaria porque mencionaba el cambio climático. «Dicen que el término tiene raíces ideológicas pero no se trata de una materia opinable».
Valladares cree que cumbres como las de la ONU y movilizaciones como las de estos días son positivas pero teme que no sean suficientes. «Los cambios legales y sociales van muy despacio y nos estamos quedando sin tiempo», advierte. «Los científicos -añade- sabemos que esto va mal y llevamos treinta años diciéndolo, tenemos que salir de nuestra burbuja para explicar que hay que acelerar el ritmo». El investigador admite que no sabe muy bien «qué mensaje hay que transmitir exactamente para que algún día se pueda decir que en 2020 el ser humano se dio cuenta» y cambió el futuro. «No estamos hablando de que va a hacer más calor sino de que va a morir mucha gente, ¿cómo se comunica esto a la sociedad?», se pregunta.
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