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Corría 2001 cuando el mundo asistía con estupor e impotencia a la destrucción con cargas de dinamita de los Budas de Bamiyán, unas colosales estatuas que fueron talladas en roca en el siglo VI, en territorio afgano, y voladas en el XXI por los talibanes. ... Aquel acto salvaje conmocionó al planeta y sentó un precedente para los actos de vandalismo que los combatientes del grupo autodenominado Estado Islámico comenzarían a perpetrar a partir de 2014. Desde entonces, el EI se ha empleado con celo en reducir a escombros mezquitas, santuarios y otras valiosas reminiscencias históricas y culturales de Irak y Siria, algunas de ellas levantadas en la antigua ciudad de Palmira. Ahora, apenas echado a rodar 2020, es el propio presidente de los Estados Unidos, el responsable político de la mayor potencia de Occidente, quien se apunta a replicar contra Irán idéntica forma de barbarie.
Más de medio centenar de vestigios arquitectónicos o arqueológicos ha colocado Donald Trump en su diana, según el propio mandatario ha afirmado a través de un 'tuit'. «Si Irán ataca a cualquier estadounidense o cualquier patrimonio estadounidense, tenemos en el punto de mira 52 sitios -tantos como rehenes retuvo esa república islámica en la embajada estadounidense de ese país durante 444 días entre 1979 y 1980-, algunos de ellos de gran importancia para la cultura iraní», escribía en su cuenta oficial en la noche del sábado. Lo hacía apenas un día después de que el enfrentamiento entre Washington y Teherán alcanzara un punto crítico tras matar un misil estadounidense en un «ataque selectivo» al general iraní Qasem Soleimani, considerado un héroe militar en su país y un personaje clave en Oriente Medio. Tras su asesinato, el ayatolá Alí Jamenéi, líder supremo de la república islámica, prometió una «venganza severa contra los criminales». Amenaza a la que Trump respondió con la advertencia de que cualquier tipo de represalia sería respondida «más rápido y fuerte de lo que jamás han sido atacados» y con la advertencia explícita de que destruiría su fabuloso legado histórico. Un legado que seguramente desconoce, sin reparar en que, con título oficial o sin él, constituye parte de su patrimonio y del de toda la humanidad. Ahora que los iraníes acaba de bombardear dos bases estadounidenses, ¿cumplirá el presidente de EE UU con sus amenazas?
La antigua Persia, uno de los grandes imperios de la antigüedad con tres veces la extensión de España y el doble de su población, cuenta, según la UNESCO, con nada menos que 24 bienes registrados como Patrimonio de la Humanidad. Hogar de una de las primeras civilizaciones del mundo, la de los aqueménidas, que data de hace 5.000 años, no hay visitante que no quede hechizado al contemplar sus ejemplos de arquitectura religiosa, donde se muestran el dominio de la geometría, del diseño abstracto y de una ingeniería preindustrial inigualable. Aunque su actividad turística es aún incipiente, en los últimos años ha registrado un crecimiento espectacular. Cerca de 7,8 millones de visitantes la recorrieron en el último año del calendario iraní -finalizó el 20 de marzo de 2019-, lo que supone nada menos que un 52,5% más en comparación con el ejercicio anterior.
«Es un país apasionante de una riqueza cultural, espiritual y humana incomparables. Desde 1991 hemos llevado a miles de personas allí y para la mayoría acaba siendo el viaje más cautivador que han hecho jamás. Los persas son tremendamente cariñosos. Te invitan a sus casas, a tomar un helado si pasas a su lado y ellos están disfrutando de uno, te acompañan a donde sea... Además, es un país muy seguro. Todos los turistas regresan felices», cuenta a este periódico Mohamed Ezzeddine, director general de Byblos Tours, una agencia especializada en grandes viajes. Con oficinas operativas en el País Vasco, México y Sudamérica, fue la primera touroperadora que recibió la autorización de las autoridades de Irán para efectuar incursiones comerciales tras la revolución del ayatolá Jomeini contra el Sha y la posterior guerra con Irak. «Es el único país del mundo que eleva a la altura de santos a sus físicos, matemáticos, médicos, poetas, astrólogos... La gente va a rezar ante sus tumbas. Es un pueblo diferente a todos los pueblos de Oriente Medio, un sueño de país», ensalza el empresario, de origen libanés y afincado en Bilbao.
En abril, en cuanto pase el invierno -«allí es bastante duro»-, enviará al primer grupo nacional de turistas del año. Ninguno de ellos regresará sin sumergirse en Persépolis, la joya de la corona arqueológica de Irán, un complejo monumental del siglo VI a. C. que fue diseñado con una gran terraza elevada, grandes escaleras, palacios y templos de mármol para impresionar. Saqueada en numerosas ocasiones -el primer expoliador fue Alejandro Magno-, conserva aún bajorrelieves de toros, leones, criaturas míticas y personajes del imperio multicultural aqueménida.
También recalarán en la mezquita Shah Cheragh, erigida en la ciudad de Shiraz. Su nombre, que se traduce como 'Rey de la luz', anticipa el festival casi cósmico de colores que ofrecen en su interior los haces del sol al atravesar los intrincados diseños geométricos e impactar en los mosaicos espejados. Sobrecoge la belleza de este lugar sagrado de peregrinación para los iraníes. Como también lo hacen la catedral de Vank, cerca de Isfahán, construida por armenios que huían de las guerras otomanas en el siglo XVII; la sofisticación de los largos puentes cubiertos de ese enclave, proezas de ingeniería alzados durante el siglo XVII; o la ciudadela de Bam, el edificio de adobe más grande del mundo. Levantado en el siglo VI a. C., constituye más una ciudad en la cima de una colina que una sola estructura, distribuida en 180.000 metros cuadrados, con una fortaleza central rodeada de calles, casas y bazares, todo cercado por paredes de siete metros de altura. Semidestruido tras un terremoto en 2003, Bam se encuentra en proceso de reconstrucción desde entonces.
Ezzeddine, que visita Irán dos veces al año, no quiere ni puede imaginar un Irán, un mundo, sin semejante amalgama de belleza e historia. «Nunca pensé que un país tan supuestamente democrático y libre como los Estados Unidos amenazaría con algo así y se pondría a la altura de los talibanes y de los combatientes del EI. ¿Qué diferencia hay entre uno y los otros?», se pregunta. A su juicio, «esto revela que la guerra que libra Trump contra Oriente Medio no solo es a causa del petróleo. También busca destruir otras civilizaciones, borrarlas del mapa. Confío en que si sigue adelante con su amenaza el mundo no le dejará llevarla a cabo», apunta el 'touroperador'.
Con un mandatario tan impredecible y temerario, la respuesta es incierta. Apenas horas después de que Trump lanzara a las redes sociales su controvertido 'tuit', la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) recordaba que tanto Estados Unidos como Irán firmaron convenios internacionales en los que se comprometen a no dañar el patrimonio cultural y natural del resto de países signatarios, incluso en casos de conflicto armado. Las convenciones internacionales suscritas en Ginebra y en La Haya prohíben de forma taxativa colocar lugares históricos en la diana. Además, en 2017, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó por unanimidad una resolución que condena la destrucción de sitios patrimoniales. Por su parte, la ONG Amnistía Internacional se apresuraba a recalcar que «todo ataque contra el patrimonio cultural de Irán constituiría un crímen de guerra».
Hasta el Pentágono ha buscado distanciarse de Trump asegurando que Estados Unidos «seguirá las leyes del conflicto armado». Lo hacía en vano, pues inmediatamente el presidente se apresuró a reafirmarse en sus amenazas. En una charla con periodistas a bordo del 'Air Force One', Trump defendió ayer su promesa de atacar emplazamientos culturales iraníes si Teherán responde con violencia al asesinato del general Suleimani. «Se les permite matar a nuestra gente; torturarla y mutilarla; usar bombas en la carretera y hacer estallar a los nuestros, ¿y no se nos permite tocar sus lugares culturales? No funciona de esa manera», apostilló, despejando cualquier duda sobre la posibilidad de que su amenaza fuera fruto de una tarde tediosa de enero.
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