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La vida está llena de pequeñas rutinas a las que apenas se les da importancia. Hasta que un día su ausencia las vuelve gigantes. «La ... primera vez que pude llevarme un vaso de agua a la boca y beberlo sin que se me cayera, me dio un vuelco el corazón. El médico que me intervino entró en ese momento en la habitación y me entró una llorera que era incapaz de contener. ¡Y eso que soy un tipo durete!». Lo cuenta el bilbaíno Alberto Olarte, 68 años, que se ha convertido en el primer vasco intervenido de temblor esencial en las dos manos, en la Clínica Universidad de Navarra. Hasta hace muy poco tiempo, ésa era una terapia imposible, que no se practicaba porque podía complicarse. Hoy ni siquiera requiere cirugía. Los ultrasonidos la han convertido en realidad.
El temblor esencial es una de las complicaciones más comunes y también más incapacitantes. Impide atarse los zapatos, abotonarse la camisa, maquillarse, afeitarse o, como en el caso de Alberto Olarte, beber un vaso de agua sin que la mitad se desparrame sobre la camisa de uno. La literatura científica habla de que afecta, en distinto grado, a una de cada seis personas. «A mí, como ocurre a la mayoría de los pacientes, los temblores me comenzaron con 14 ó 15 años, de forma tan tímida que ni piensas que tienes nada».
Su origen es genético, nada tiene que ver con el párkinson ni con el consumo de bebidas alcohólicas. Curiosamente, de hecho, «tomarse un vaso de vino» ayuda a los pacientes a dominar el movimiento incontrolado. «Pero no puedes estar siempre así, sería un desastre», detalla Olarte. El temblor va evolucionando hasta que se convierte en un problema para la vida diaria.
Generalmente, afecta sólo a las manos, pero también puede comprometer la cabeza, la voz y las piernas. «Tomé conciencia en un viaje a Escocia con Maika» Vallejo, su esposa. «Me había pasado con anterioridad y habíamos comenzado a dejar de salir con amigos. Aquella tarde, comiendo en un restaurante, me eché el café encima. 'Cuando volvamos a Bilbao, tenemos que ir al neurólogo'», dijo el hombre a su pareja.
Tradicionalmente, según detalla la directora del Departamento de Neurología de la CUN, María Cruz Rodríguez Oroz, sólo se operaban los casos más rebeldes de temblor esencial. La mayoría de los pacientes eran tratados con diferentes fármacos, que no siempre daban los resultados deseados. Originalmente, en la primera mitad del siglo XX, la cirugía se practicaba a cráneo abierto y consistía en realizar pequeñas lesiones en estructuras profundas del cerebro, con las que el movimiento incontrolado se corregía con mayor o menor éxito. El resultado de las operaciones mejoró con posterioridad con la estimulación craneal profunda, una técnica avanzada. Hoy en día ni siquiera es necesaria la cirugía.
Hace poco más de cinco años, el HIFU, siglas en inglés de ultrasonido focal de alta intensidad, permitió conseguir el mismo efecto sin necesidad de recurrir a la cirugía. La intervención consiste en provocar esa misma lesión en el cerebro con un haz de ultrasonidos guiados por resonancia magnética. El rayo impacta en la misma zona donde tradicionalmente se practicaban las talatomías y los implantes de electrodos.
El paciente ha de colocarse un casco que ayuda al equipo médico a delimitar el punto exacto de intervención. Definido el lugar, el médico dispara varias veces el haz y así se corrige el temblor. En función de las características anatómicas del paciente pueden ser necesarias «7, 9 ó 15 sonicaciones». El proceso se prolonga de dos a cuatro horas, aunque la terapia real se resuelve en 20 segundos. Osakidetza también lo ha incorporado recientemente en su cartera de servicios.
Alberto Olarte fue hace cinco años uno de los primeros pacientes en probar el HIFU para el control del movimiento de su mano derecha. Ahora se ha convertido también en el primer vasco –y uno de los primeros en España– intervenido de las dos extremidades. Las técnicas tradicionales no lo permitían, porque el riesgo de efectos secundarios «aumentaba bastante», según detalla Rodríguez Oroz. Un reciente ensayo clínico internacional demostró que los ultrasonidos sí resultaban seguros para la práctica de intervenciones bilaterales. «La vida me cambió con una mano, pero con las dos, ahora mucho mejor», dice mirándose ámbas. «Mira –bromea–, mi mano derecha tiene ya cinco años, la izquierda acaba de nacer hace un mes. El sufrimiento ha terminado».
Alberto Olarte es jubilado de Osakidetza, pero tiene a gala ser cocinero y, además, «bastante bueno». Después de la primera intervención comenzó a apañarse para el afeitado, «con una de esas maquinillas de triple cuchilla», pero aún tenía problemas para abrocharse la camisa. Atarse los zapatos le obligaba a «hacer trampas», apoyándose contra la pared para controlar el temblor. Si iban a comer o a cenar a un restaurante, su esposa, Maika, hacia como que no pasaba nada para no ponerle más nervioso. Pero siempre estaba atenta, vigilándole de reojo.
Con lo que nunca pudo el temblor esencial fue con su pasión por la cocina. «Llegué a tener las manos llenas de cortes de picar verdura, pero siempre he tenido buena maña. Me arreglaba bien». Alberto prepara «lo que haga falta. Lo mismo un guisado que asados, cordero, unas cocochas, lo que quieras...» Llegó a tener su propio restaurante y le ofrecieron ponerle uno en California.
No aceptó. «Nuestra vida está aquí, en Euskadi». Volvió a Osakidetza y en el Servicio Vasco de Salud se jubiló. «Tenía ya unas ganas locas de operarme de la segunda mano», confiesa. «Y ya está», concluye.
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