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antonio Corbillón
Viernes, 19 de abril 2019, 00:12
En Papúa Nueva Guinea los varones tienen serias dudas sobre sus atributos sexuales. Sus esfuerzos por agrandar sus penes, cargados de complejos e ignorancia, se han convertido en un problema de salud pública nacional. Desde 2018 hasta ahora, más de 500 hombres han sido tratados ... por desfiguraciones y disfunción eréctil en el Hospital General de Port Moresby, el centro médico más importante de la capital del país austral.
Los facultativos advierten de casos en los que los afectados se inyectan sustancias extrañas como aceite de todo tipo (coco, de cocina, para bebés...) y hasta silicona para intentar agrandar el tamaño de su atributo sexual. El resultado son malformaciones que ponen en serio peligro las funciones naturales (y sexuales) del órgano masculino. «He visto cinco casos nuevos cada semana en estos últimos dos años. Pero solo son los que se han presentado para recibir tratamiento. No sabemos cuántos de ellos están ahí fuera», advierte al diario 'The Guardian' Akule Danlop, el único cirujano del hospital capitalino preparado para atender patologías de este tipo. Hay días en que su consulta se satura. «Vi siete hoy», desveló a la prensa el día que lanzó el aviso.
A veces, esas sustancias generan lesiones irreversibles. «La mayor parte de ellos tienen masas anormales y grumosas que crecen sobre el pene y algunas veces involucran al escroto. Un buen número está llegando con úlceras; finalmente se abrieron –explicó el cirujano Danlop–. Algunos tienen dificultad para orinar porque el prepucio está tan inflamado que no se puede contraer». Este médico no da abasto. Admite que ha tenido que operar a unos noventa varones para tratar la hinchazón y los bultos anormales o realizar cirugía reparadora del músculo eréctil. Muchos de esos pacientes sufren problemas de disfunción sexual tras pasar por el quirófano.
Papúa Nueva Guinea es un país con grandes desigualdades sociales en el que conviven un incipiente desarrollo con áreas rurales y tribus muy aisladas, algunas muy lejos de cualquier control o avance sanitario. Aunque los perfiles que manejan los médicos hablan de un problema que afecta a todos los grupos sociales del país. La edad media de los que llegan a la consulta de Danlop oscila entre 18 y 40 años. Pero también ha atendido a chicos de 16 y a mayores de 55. Víctimas de estas prácticas de riesgo con todo tipo de trabajos, incluidas personas con formación universitaria. «Es en toda Papúa Nueva Guinea, no solo en Port Moresby (la capital)», enfatizó el doctor Akule Danlop en un simposio celebrado el pasado año en el que dio las primeras voces de «emergencia nacional».
Su colega y profesor de Salud Reproductiva,Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Papúa Nueva Guinea Glen Mola confirma que el problema está en los que alimentan estas inseguridades para empujar a los hombres a prácticas de riesgo y nocivas. Según sus investigaciones, muchas de las operaciones son realizadas por trabajadores del propio sistema sanitario. «Son enfermeras, sobre todo, creo. Lo están haciendo sin licencia, fuera de su trabajo regular. Para ganar un dinero extra».
Mola da por hecho que la obsesión por tener un sexo más grande no es un problema solo de Papúa Nueva Guinea, pero previene contra unas prácticas médicas que «no hacen lo que se supone que deben hacer y pueden causar daños terribles, incluidas la esterilidad y el fin de la vida sexual de los pacientes».
Danlop, Mola y otros médicos a los que ha llegado esta nueva realidad están recopilando datos de todas estas víctimas masculinas para intentar averiguar por qué tanta inflación de casos. Y también qué parte es achacable al consumo de pornografía digital, un fenómeno en alza en el país. Entre todos cunde la idea de que su joven sociedad necesita «superar una gran cantidad de ignorancia». Por ello, han propuesto a las autoridades que lancen campañas en los medios de comunicación para que aumente la conciencia sobre las prácticas de riesgo.
Este país de Oceanía tiene una política muy represiva respecto a la libertad sexual. Son habituales las detenciones y multas de su Oficina de Censura y Policía para aquellos viajeros que tratan de entrar en el país con material erótico. El pasado mes de enero fueron requisados docenas de artículos llegados desde Hong Kong y Singapur. La ley de Censura de 1989 establece que «todos los productos de mejora del sexo importados en cualquier estado o forma no están permitidos, a menos que un médico residente con quien se pueda contactar verifique la prescripción». Cápsulas, tabletas, vibradores, novedades sexuales o alargadores de pene están proscritos. Leyes así han enviado a los que aspiran a nuevas experiencias sexuales al mercado negro. Con todos sus riesgos.
Medidas normales. Los médicos hablan de tamaño «normal» cuando el pene en flacidez oscila entre 8 y 13 centímetros y en erección, entre 13 y 18 centímetros.
7,5 centímetros o menos en fase de erección se consideran micropenes. Solo en esos casos, los médicos consideran que se pueden realizar diferentes intervenciones para intentar aumentar el tamaño del órgano masculino.
Falsos tratamientos. Los métodos que se ofertan no suelen ofrecer resultados: 1.– No hay evidencia de que las píldoras alargadoras funcionen. 2.– Las bombas de vacío rellenan el pene con sangre venosa en un proceso de succión que causa una erección artificial. 3.– Los estiramientos continuos de pene ('jelquing') apenas ofrecen un mínimo efecto.
Realidades médicas. Una de las más utilizadas es la sección del ligamento suspensorio que sujeta el pene desde el hueso hasta su parte interna. Más que alargar, se saca al miembro de su base abdominal.
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