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ANTONIO PANIAGUA
Sábado, 7 de diciembre 2019, 00:58
Eran buenos y malos tiempos, la edad del terrorismo de ETA y de las elecciones libres; la esperanza por la eclosión multipartidista y el miedo al búnker. Los españoles se embriagaban con los vientos de la libertad mientras la ley seca de la recesión y ... la crisis del petróleo arruinaba los bolsillos de los ciudadanos. Los años setenta eran muy distintos a los actuales, aunque también muy parecidos. Entonces, en cualquier coche que se preciara de serlo debía haber un cojín con la funda de ganchillo, una labor recuperada en el siglo XXI por los hípsters. Los objetos cotidianos de entonces son hoy fetiches de la moda 'vintage'. Ahí están las bolsas deportivas de los Juegos de Múnich 72, los zapatos de plataforma y los discos de vinilo.
La generación del 'baby-boom' tomaba antibióticos a mansalva, sufría estoicamente las bofetadas de los profesores, se iniciaba en la lectura con el Capitán Trueno y Mortadelo y Filemón y se atiborraba con las películas de arte y ensayo cuando su bigote empezaba a despuntar. Aquellos chicos tenían la pobre alcurnia que confiere el Bic Naranja, el boli que escribe fino, y el Bic Cristal, que sigue escribiendo normal. Era una juventud aguerrida, pues escuchar a Boney M forja el carácter.
En las sobremesas, Gracita Morales hacía pitar los oídos de los telespectadores. Para bien de la industria automovilística, cualquier español aprendía a conducir con el 600, evolución de la tartana, aunque no mucho. Por entonces los carnés para ponerse al volante casi se regalaban, de ahí que Perlita de Huelva, madrina de los camioneros y devota de san Cristóbal, acudiera al rescate con su canción 'Amigo conductor', en la actualidad imprescindible en cualquier karaoke. Sí, el tema es del 68, pero siguió sonando en la década siguiente. La cantinela de 'No corras mucho, papá', complemento ideal de aquel friso de fotos de la descendencia que se pegaba al salpicadero del utilitario, es imperecedera.
Todo esto viene a cuento porque al escritor, cantante, músico y comunicador Oché Cortés le ha dado por recordar con mucho humor esos eurovisivos años con el libro 'Cuando éramos horteras' (Plaza y Janés), obra que abunda en la crónica sentimental de los 70.
Cuidada edición. Cubierta de 'Cuando éramos horteras', una crónica sentimental de los años 70 profusamente ilustrada.
En la España de entonces, había comunistas en todas partes. Dabas una patada a una piedra y ¿quién aparecía?... El comunista Fernando Sánchez Dragó, toda una rara avis ibérica que se define como un anacoreta. Si él lo dice será verdad, aunque flojea en eso de vivir en silencio.
Aún no había 'runners', pero se corría delante de los grises, deporte minoritario en comparación con el despelote. Llegaron las libertades y al personal le dio por ponerse en cueros, incitados por las portadas de 'Papillón', 'Lib' e 'Interviú', entre otras revistas. «No sé por qué, pero a los españoles, cuando tienen una alegría, les da por correr desnudos por la calle. Joder, ¿pero por qué os quitáis los pantalones y la camiseta? Porque es un arranque de libertad donde te sobra todo», dice Cortés.
El erotismo poblaba los sueños lúbricos de las dos Españas. La actriz Jennifer O'Neill estrenaba 'El verano del 42' (1971), película en la que daba vida a Dorothy, una espléndida mujer casada de la que se enamoraba un adolescente en una isla de Nueva Inglaterra. «Nosotros, que habíamos soñado con Carmen Sevilla cuando cantaba aquello de 'Familia Philips, familia feliz', no nos lo podíamos creer».
En el mismo quiosco donde se exhibían las publicaciones eróticas, se vendían revistas de información general como 'Cambio 16' y otras especializadas del estilo de 'Ser padres', en cuyas páginas, a decir de Oché Cortés, salían «unos niños tan rubios y preciosos que parecían hechos en Ikea», tan lejos de los morenos especímenes autóctonos.
El 30 de julio de 1976 se decretó la amnistía para los presos políticos y condenados por delitos de opinión. Carrillo se paseaba clandestinamente con peluca y al año siguiente se legalizaba el PCE. Veinte años después, el Ministerio del Interior le devolvía a Carrillo el apósito capilar más célebre de la historia reciente, obra del peluquero de Picasso.
Mientras los partidos políticos afloraban como hongos -no de los que dicen que tomaban John Lennon y George Harrison- , unos pocos se manifestaban en 1977 en las Ramblas de Barcelona para reivindicar los derechos de gais y lesbianas.
La muchachada setentera escuchaba los discos de sus hermanos mayores y los casetes circulaban de mano en mano. Pese a que hoy todos se definen como rockeros pata negra, no nos engañemos, quien de verdad arrollaban eran Karina y Nino Bravo, sobrio en su vestimenta frente al horterismo rampante. Pantalones blancos o de color crema de pata de elefante, gafas enormes, camisas entalladas, cuellos larguísimos y chorreras en el pecho. Así vestían los músicos de las orquestas y los solistas de 'Gente joven'. Entre unos y otros inocularon el virus de la horterada a todo quisqui.
«Fueron unos años muy horteras, pero sin duda los ha habido peores. En los setenta era un modo de vida. Las demás generaciones, cuando no han convertido lo hortera en 'vintage', lo han hecho tendencia, cosa que no es original», afirma Cortés, quien sin ser un coleccionista, guarda como oro en paño un cartucho de ocho pistas de una grabación de los tiempos de 'Jesucristo Superstar'. Camilo Sesto pertenecía a esa camada prolífica de los cantantes valencianos típica de los setenta, a la que corresponden el ya mencionado Nino Bravo, Juan Camacho y Juan Bau. Años después nació un hijo tardío de aquella hornada, Francisco.
La generación setentera, la de la bailaora en la tele sobre un pañito bordado, está hecha al desamor. Por algo se ha criado con las canciones de Aute. Las madres de entonces leían 'Garbo' y fotonovelas en las peluquerías y se hacían moños que eran auténticas esculturas. Así lo cuenta Oché Cortés, que ha vivido cosas inimaginables, como cantar 'El baúl de los recuerdos' con Karina en una herriko taberna. La clientela le dio la réplica con un 'uuuh' como un rugido.
Pese a que los setenta se identifican con los aires de fiesta, latía la consigna soterrada del 'no destaques'. «No podías asomar mucho la cabeza porque lógicamente nos la iban a cortar. Y luego, cuando tienes quince años, te das cuenta de que cuando muere Franco, el 20 de noviembre de 1975, millones de personas lo lloraron al tiempo que había millones de silencios. Nosotros nos encontramos con dos días sin clases».
Poco después de que se cumpla el 50 aniversario de Led Zeppelin, resulta que son muchos los que ahora alardean de ser seguidores irreductibles de aquellos monstruos del rock, lo cual tiene más de mentira que de verdad. Para el autor de 'Cuando éramos horteras', las chicas se desvivían con los italianos Sandro Giacobbe y Umberto Tozzi, y si no suspiraban por ellos, lo hacían con guaperas de toda clase, ya fuera Bosé, Miguel Gallardo o Pablo Abraira.
«El único grupo que tuvo verdadero empuje fue Deep Purple. 'Smoke on the Water' es uno de los temas fundamentales de la Transición. Cualquier tuno, cualquiera que tuviera una guitarra o bandurria en la mano, podía tocar los trastes y las cuerdas para que sonara el riff. Y si no lo hacías con la guitarra lo imitabas con la boca», sentencia.
Si se pudiera dar atrás con la moviola, los programas de discos dedicados demostrarían que no sólo éramos horteras, sino que además lo éramos con ganas. Menos mal que la basca iba de «buen rollo».
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