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AIENDE S. JIMÉNEZ
Domingo, 26 de mayo 2019, 08:23
En los últimos días Tanya, la esposa de Pablo Ibar, ha vivido una auténtica montaña rusa de emociones. El preso de origen guipuzcoano –sobrino del mítico boxeador 'Urtain– se enfrentaba una vez más al veredicto del jurado, quien tras declararle de nuevo culpable de cometer ... tres asesinatos en 1994, tenía en sus manos condenarle a la pena capital o bien optar por la cadena perpetua. Vida o muerte. Dentro de Tanya, el sentimiento de esperanza libraba una dura batalla contra el miedo al peor de los resultados. «Nadie puede hacerse una idea de lo duro que resulta el proceso de tener a un ser querido en el corredor de la muerte», dice. Ella lo sabe bien. Pablo Ibar ha pasado 16 de los 24 años que lleva en prisión condenado a la pena capital.
A pesar del alivio por el veredicto, su batalla continúa. La cadena perpetua permitirá a Tanya y a sus dos hijos tener un mayor contacto con Ibar, pero la familia ya ha anunciado que presentará un primer recurso que acusará al juez de parcialidad. Durante la entrevista hay varios momentos en los que le es imposible contener las lágrimas. «Si no fuera por el apoyo que recibimos no habríamos llegado hasta donde estamos hoy. Nos han ayudado a tener esperanza. Solo puedo dar las gracias, porque a la sociedad vasca y española les debo la vida».
– Lo primero, ¿Cómo se encuentra, cómo ha pasado estos últimos días?
– Han sido unos días muy duros, de muchas emociones, pero el veredicto nos ha dado más esperanza y por lo menos nos hace creer que hay una posibilidad para Pablo más allá de la pena de muerte. Obviamente no es el resultado que queremos, porque lo que nos gustaría es no tener que estar en esta situación, pero es un alivio que no haya sido condenado a muerte de nuevo.
– ¿Qué sintió cuando escuchó el veredicto?
– Lo cierto es que fue todo muy confuso. Cuando el juez empezó a leerlo pensaba que le estaban condenando a muerte, y yo no podía reaccionar. Solo pensaba, ¿cómo estas personas pueden desear la muerte de Pablo? Fue muy duro, una auténtica agonía. Pero cuando me dijeron, 'No Tania, han dejado que viva', no era capaz de asumirlo, estaba muy confundida. Tuve que pedirles que me lo explicaran de nuevo y despacio, que me dijeran claramente si había sido vida o muerte. Fue una tortura.
– ¿Tenía miedo a lo peor?
– En el fondo de mi corazón sentía que al menos uno de los miembros del jurado iba a tener compasión con Pablo. Además sabíamos que había una persona que se había arrepentido de haberle declarado culpable, y me aferraba a esa opción. Porque no es lo mismo decir que alguien es culpable de un delito, que condenarle a muerte por ello. No obstante, el argumento final de la fiscalía fue muy duro. Es muy triste cuando oyes a la gente hablar de asesinato y que enseñen las fotos de las víctimas a sus familias para que estas se destrocen y se vengan abajo. La fiscalía jugó muy sucio. Tenía esperanza, pero el miedo siempre está ahí. Porque también pensaba que en enero iban a declararle inocente por todas las pruebas que se presentaron, pero aunque todo indicaba que iba a salir bien, parece que las cosas nunca están de nuestro lado.
– ¿Ha podido hablar con Pablo?
– Sí, he hablado con él. Y me dijo que deseaba más este resultado por mí y por el resto de la familia que por él mismo. Es triste que lleve tanto tiempo en la cárcel, pero dice que ya ha aprendido a vivir esa vida. Lo que no quería por un segundo es que su familia, sus hijos, tuvieran que sufrir su ejecución. La gente no puede imaginar la magnitud de lo que supone la pena capital, lo duro que resulta el proceso de tener a un ser querido en el corredor de la muerte. Tengo una amiga cuyo marido fue ejecutado. Estuve a su lado cuando le ejecutaron, y no puedo si quiera explicar con palabras cómo es despedirse de alguien al que sabes que van a matar, que van a tumbar sobre una camilla para matarle. Fue muy traumático. Recuerdo que al día siguiente visité a Pablo en la cárcel y le confesé que no me creía capaz de sobrevivir si nos viésemos en la misma situación (llora). Estos últimos días he vuelto a revivir todo eso y he pensado continuamente en cómo iba a poder afrontar esa situación y cómo lo iban a hacer mis hijos.
– ¿Cómo están ellos? ¿Entienden lo que le está ocurriendo a su padre?
– Los niños son pequeños, tienen 12 y 8 años, y todo esto es muy duro para ellos, porque no conocen a Pablo fuera de la cárcel. Hemos hablado con ellos, pero no han acudido al juicio porque ni yo ni Pablo queríamos involucrarles en el proceso ni ponerles en la situación de tener que testificar, como el resto de la familia. Llevan tres años sin ver a su padre, solo le han visto por la televisión y lloran, porque le aman muchísimo, aunque la gente no pueda entenderlo. Cuando el día del veredicto llegué a casa, era muy difícil explicarles lo que había ocurrido. Porque ellos decían, '¿Ganamos? ¿Entonces viene a casa?', y no sabía cómo hacerles entender que lo que había ocurrido era bueno porque ya no estará en la misma prisión.
– ¿Cómo van a cambiar las condiciones de Pablo a partir de ahora? ¿Podrán tener más contacto?
– Ahora tiene que pasar por un proceso de evaluación en el que se determinará su nuevo destino. Esto puede durar meses, y en ese tiempo no podemos tener ningún tipo de contacto con él, por lo que va a ser un periodo difícil. Una vez pase a prisión, podremos tener contacto, porque existen muchas diferencias respecto al corredor de la muerte. En los 16 años que ha estado Pablo en esa situación nunca hemos podido hablar por teléfono, y ahora podremos hacerlo durante media hora. Además puede escribirnos emails, podemos hacer videollamadas y podremos visitarle todos los fines de semana, lo que permitirá que tenga una mayor conexión con los niños.
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