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EL CORREO
Sábado, 8 de junio 2024, 07:09
«Enhorabuena por tu valentía», coinciden muchos de los mensajes que Marisol Zamora (1969) ha recibido tras denunciar los abusos sexuales que sufrió durante «cuatro o cinco años» por parte de Patxi Ezkiaga, reconocido escritor, religioso y profesor del colegio La Salle de San ... Sebastián. Ella, en cambio, no se considera «una valiente. Aquello pasó cuando yo tenía entre 8 y 13 años, y aprendí a vivir con ello. Pero era algo latente dentro de mí y llegó el momento en el que necesitaba sacarlo». Hace «ocho o nueve meses» se lo contó a su marido, unos días después a su hija y ahora que lo ha hecho público, «he recibido mucho más de lo que pretendía». De entrada, otras tres mujeres delataron a este lasaliano fallecido hace casi seis años, aunque solo esta semana Marisol ha sabido de 12 casos más. Pero, «lo que no podía imaginar -confiesa- es que el Ayuntamiento de Legorreta le fuera a retirar su estatua y el título de hijo predilecto. Han reaccionado rápido, y solo puedo decirles gracias».
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Marisol aprecia «todo el apoyo» recibido. Ahora sabe que había red cuando se lanzó al vacío con todo el «vértigo» del mundo a contar cómo el religioso abusó de ella cuando visitaba a sus padres o la llamaba al despacho. Ella no fue alumna de La Salle, pero Ezkiaga, al que antiguos alumnos recuerdan como «alguien con un aura diferente, joven, moderno, daba clases de inglés, introdujo el euskera, creó un club de montaña...», era amigo de su familia. Recuerda la tarde que Ezkiaga llegó cargado de diapositivas tras una salida al monte. En el visionado, a oscuras, el cura le sentó a horcajadas sobre una de sus piernas «y me empezó a tocar». Con una mano en el mando del proyector, y con la otra en mí. «Para mis padres era un buen hombre y no se imaginaban lo que pasaba. ¿Quién iba a sospechar de un fraile?».
«Llamaba para que fuera a ayudarle a corregir exámenes o con cualquier otra excusa un sábado por la mañana». La Salle estaba cerca y entonces era un colegio masculino donde estudiaban sus dos hermanos. Una vez dentro, el mismo protocolo: acércate, siéntate... «Te metía mano, se restregaba». En otra ocasión, con «10 ú 11 años» Ezkiaga llevó a los tres hermanos de fin de semana al monte. «En la tienda de campaña, se puso entre mis hermanos y yo». Trató de protegerse, pero sintió a su espalda su contacto y su alteración.
Los ataques acabaron el día que Marisol cumplió 13 años. «Me llamó al despacho para darme un regalo». De nuevo sentada sobre sus piernas, se revolvió y «muerta de miedo», le lanzó un órdago. «Le dije que era la última vez, que dejaba de hacerlo o se lo contaría a todo el mundo. Me respondió que no había hecho nada». No volvió hasta que en 1995 entró allí a trabajar siete años. Le evitaba, pero a veces se cruzaba con su pesadilla infantil. «Si no había más remedio, nos saludábamos».
Han pasado 42 años de silencio y muchas entradas en internet para googlear 'Félix Ezkiaga'. «Buscaba alguna denuncia. Creía que no podía ser yo sola, pero no me atrevía a ser la primera». Aquellas búsquedas solo le generaban «rabia» porque «todo lo que leía era bueno: que si un gran poeta, premio Euskaltzaindia, hijo predilecto de Legorreta... Y sí, fue muchas cosas buenas, pero también tuvo un lado muy oscuro». Cuando el defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, presentó un informe sobre abusos en el seno de la iglesia, y dijo que «era solo la punta del iceberg», Marisol se atrevió a verbalizar lo ocurrido por primera vez a su marido y a su hija. Y le envió una carta.
En vísperas de salir su historia a la luz, se lo contó a sus hermanos, familia política y en el trabajo. «Más que contarlo, lo vomité todo. Una compañera me preguntó que por qué lo hacía. Y le dije que necesitaba soltarlo, que si ayudo a una sola víctima a contarlo habrá valido la pena y que quiero que se sepa que ese buen hombre, y me da pena por su hermano y su sobrino, también fue un malnacido».
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