El marido de la presunta asesina, lamentando lo sucedido. DE SAN BERNARDO

La guardia civil que asesinó a sus hijas amenazó a su ex con su pistola

Se cree que mató a las niñas el día anterior cuando ya no respondió a las llamadas

cruz morcillo

Viernes, 16 de diciembre 2022, 08:35

«No es solo vivir… es sentirse vivo». Esa es la frase que encabezaba el perfil de Instagram de Paola Buforn Crespo, la guardia civil de 43 años, que ayer se suicidó con su Beretta, su pistola reglamentaria, tras matar a sus hijas (Iris, de ... 9 años y Lara, de 11) en el cuartel de Quintanar del Rey (Cuenca) donde vivía y donde estaba destinada desde 2018. El páramo desangelado, a la entrada del pueblo, en el que están las dependencias oficiales se parece mucho a lo que se trasluce de la última época de esta mujer. A los pocos que la trataban no hay forma de arrancarles una palabra amable. Fría, distante, introvertida… es lo más suave. Otros hablan de una mujer con doble personalidad, «bipolar», afirman algunos, y vengativa.

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Santiago Escribano, de 47 años, su exmarido y padre de sus hijas, ya no pudo contactar con ella ni con las niñas el miércoles por la noche. Llamó e insistió sin recibir respuesta. La casa familiar en la que vive con sus padres está a menos de un kilómetro del cuartel. Ayer, se despertó a la peor pesadilla y se enteró de la peor manera. Acababa de empezar a trabajar en una obra cuando lo llamó un amigo. Le dijo que había visto una noticia: una guardia civil del pueblo había matado a sus hijas. «Ya la ha liado, ya la ha liado», chilló el padre descompuesto mientras pedía que lo acercaran al cuartel. Paola era la única mujer en un puesto de once guardias, un cabo y un sargento, según informa 'Abc'.

A las 7.20 de la mañana, el compañero de Paola alarmado porque ella no se había presentado al servicio, corrió a la vivienda oficial en la que vivía y halló los tres cuerpos. Junto a la agente, su Beretta. No hubo tiempo de llamar a Santiago. La familia se enteró por allegados en cuanto la noticia empezó a correr por el pueblo, de unos 7.000 habitantes, en el que hablan maravillas de los Escribano y pestes de la agente. «Una asocial, una estirada, no le interesaba integrarse en nada», dicen los vecinos de la calle San Marcos en la que está la casa familiar paterna.

Paula, la guardia civil que asesinó a sus dos hijas.

La autopsia determinará la hora de los crímenes, pero todo apunta a que se produjeron la tarde anterior. De las cinco viviendas que hay en el cuartel, solo están habitadas tres y al parecer las otras dos familias no estaban, de ahí que nadie escuchara los disparos. Según fuentes de la familia, las niñas no asistieron al colegio el miércoles aunque el padre lo desconocía. No le extrañó que ella no le cogiera el teléfono porque a veces lo castigaba con el silencio.

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La información oficial refleja una hoja de servicios sin tacha en la que no hay rastro de enfermedad, depresión o cualquier tipo de trastorno. Ninguna baja psicológica. Una separación, como tantas. Sin más. La otra, la información de la piel, la del día a día, revela otra historia. «Mire, cuando se casaron no vino ni su familia a la boda», explica Adela, vecina puerta con puerta de los Escribano y casada con un primo hermano del abuelo de las niñas. «Santiago la dejó porque tenía miedo de que le arruinara la vida. Tuvieron muchas peloteras, pero la más grave fue cuando le puso a él la pistola en el pecho y le dijo que lo iba a matar», cuenta un allegado cercanísimo al padre de las niñas.

«Me dedico a lo que me dedico»

«¿A quién van a creer a ti o a mí si me denuncias? Soy guardia civil y conozco la ley y además me dedico a lo que me dedico». Es el literal que su exmarido le confesó a su familiar. «Lo sabíamos muy pocos porque Santiago pensaba que era peor airearlo. Pero sí se lo dijo a los compañeros de ella y no lo creyeron». Ella, así se refieren a Paola, con tan escaso rastro que ni mencionan su nombre en un pueblo devastado.

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«Me dedico a lo que me dedico», acabó de disuadir a Santiago, exlegionario y buscavidas, que igual trabaja en la construcción que en el campo. Paola, natural de Algeciras, fue militar entre 2003 y 2006 y participó en misiones internacionales por las que fue condecorada. Entonces cambió de rumbo e ingresó en la Guardia Civil. Entre 2006 y 2008 estuvo en la Academia de Baeza y luego en prácticas en Almería. Su hermana melliza, también pertenece al Cuerpo. Está destinada en Ceuta y no comparten ni mucho menos una relación estrecha. Tras jurar el cargo, pasó un año en Torija (Guadalajara). «Llegaba, hacía su trabajo y no quería saber más. Nada de confraternizar ni ayudar a los compañeros ni relacionarse», recuerda uno de los agentes.

En 2009 llega a la provincia de Cuenca, donde estaba desde entonces. Entre 2009 y 2018, su destino fue Motilla del Palancar, lugar de la Compañía de la que depende el puesto de Quintanar del Rey, a 29 kilómetros. Al poco de llegar conoce al que sería su marido y padre de sus hijas, que vive en Quintanar. Aunque Paola estaba destinada en el puesto, en Seguridad Ciudadana, la Guardia Civil asigna agentes para encargarse de violencia de género en lugares apartados y pequeños como ese. Ella era la responsable de recoger las denuncias de mujeres víctimas y del seguimiento de los casos. Y ese argumento profesional, cuentan, que lo utilizaba contra su ex. Tras la separación (estaban a punto de firmar el divorcio, según fuentes del caso), ella se había aislado más y más.

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Iris y Lara, alumnas del colegio Valdemembra, en el que cursaban tercero y sexto de primaria, adoraban pasar tiempo en la casa de los Escribano, con piscina, y otros niños cerca, con su padre y sus abuelos. Paola se fue aislando. Tuvo un novio esporádico, también vecino del pueblo, que una vez más según los testimonios la dejó. «Se dio cuenta de que ella no estaba bien. No duraron nada», cuenta otro primo de la familia. La agente le dio un ultimátum a su ex no hace mucho. «Le dijo que se iba a ir a Algeciras y que se llevaba a las niñas, pese a que tampoco tenía buena relación con su familia», asegura un miembro de los Escribano que no quiere revelar su identidad. «Santiago le dijo que eso era imposible. Las crías tenían aquí su vida y su arraigo. Ella lo volvió a amenazar».

A la pregunta de si esa amenaza llegó al punto de temer por la vida de las niñas nadie es categórico. «Santiago estaba preocupado, pero más porque ella le buscara un lío que por sus hijas. La veía muy desequilibrada. Él asegura que se medicaba pero eso yo no lo puedo afirmar». La familia Escribano susurraba a ratos y hablaba en voz muy alta a otros ayer en un bajo de la casa familiar, al que entraban y salían allegados y amigos con los ojos llorosos. Desconcierto, rabia, dolor… y una frase como un martilleo. «Que se la lleven de aquí. Quintanar no quiere saber nada de esa asesina».

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