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Juan Abando Amechazurra, jefe de estación de Urduliz, tenía anotados los boletines de los trenes especiales que salían desde Plentzia. En otras ocasiones solían ser más frecuentes, pero aquel 9 de agosto de 1970 eran cada media hora, porque no era tanto el gentío ... desplazado a la playa. Cuando había un tren en camino, en su despacho se encendía automáticamente, en forma de círculo, una lucecita roja con una flecha que indicaba la dirección del convoy. Al mismo tiempo, en la estación se iluminaban dos semáforos rojos.
¿Cómo dio entonces el boletín firmado que indicaba a los maquinistas que podían salir hacia Plentzia? Porque estos probablemente tuvieron que ver las dos luces rojas, pero la orden suprema y última era lo que decía el boletín que el jefe de estación les entregaba. Lo que pasó es que Juan Abando, de 45 años, falló, se equivocó. Y aunque se dio inmediatamente cuenta de la catástrofe que se avecinaba y corrió como un descosido treinta metros para accionar la palanca que permitía cortar la corriente eléctrica, los nervios le impidieron lograrlo. Tampoco hubiera servido, ya que ese tren bajaba por inercia. Todo ocurrió tan rápido... A las siete y veinticinco salía el de Plentzia; a y 28 el de Urduliz. La distancia entre las dos estaciones, unos 3,8 kilómetros.
Se supo que Abando llevaba días haciendo turnos dobles de 16 horas para cubrir la baja por enfermedad del encargado-ayudante de la estación, que se incorporaba al día siguiente a su puesto. Ese domingo estaba trabajando desde las cinco de la mañana y su jornada finalizaba a las once de la noche. Él solo, y en verano, con las estaciones llenas de bañistas, atendía la taquilla, el tráfico de trenes, el levantamiento de las barreras y el cambio de agujas. Una locura. Fue detenido por imprudencia temeraria y pasó meses en la cárcel de Basauri, la mayor parte del tiempo en la enfermería. Cuando salió, visitó algunos hospitales donde todavía quedaban heridos. Murió tres años después, un mes de agosto. Se lo llevaron la pena y el disgusto. «Jamás olvidaré el accidente», decía a todos.
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