![«Cuando los encontramos tiritaban y lloraban. Estaban muy agradecidos»](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202009/23/media/cortadas/guardia-civil1-k4gG-U120253863919pZF-1248x770@El%20Correo.jpg)
![«Cuando los encontramos tiritaban y lloraban. Estaban muy agradecidos»](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202009/23/media/cortadas/guardia-civil1-k4gG-U120253863919pZF-1248x770@El%20Correo.jpg)
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Marga y Carlos, una pareja de Basauri aficionada a la montaña, pensaban disfrutar de una espléndida jornada al aire libre el pasado domingo subiendo al Espigüete, uno de los montes míticos de Palencia y también de los más peligrosos. Pero su aventura se convirtió ... en una auténtica pesadilla. El sargento Enrique Ferrero Rodríguez, responsable del Greim de la Guardia Civil en Sabero (León) acudió en su búsqueda. Él y un compañero les encontraron en plena madrugada. «Estaban tiritando y medio llorando, pero muy agradecidos. Lo habían pasado muy mal», recuerda. Ha sido uno de esos «dos o tres» rescates difíciles que les tocan al año en una zona con una «orografía complicada y mal señalizados».
«Pensamos en abandonar, nos la estábamos jugando, pero no podíamos dejarles pasar la noche allí sin abrigo y sin agua. Se convierte también en una cuestión de orgullo, en un reto», admite una vez pasado el trago.
Según el especialista en montaña, el error de los dos montañeros vizcaínos fue lanzarse a la aventura sin una ruta, aunque no es cuestión de «reproches ni de enfadarse, no sirve de nada». «No tenían cobertura y empezaron a subir sin un track. Los hitos se caen con el deshielo, ya no sirven para señalar el camino en estos gigantes de piedra». La pareja llegó al municipio palentino de Vidrieros. Dejó el coche en el parking de Pino Llano. «Iniciaron la actividad pronto, pero sin ruta, por donde mejor veían, por una pedrera muy vertical y luego por otra. Llegaron hasta los 2.200 metros (la cima está situada a 2.450). De repente, se desató una tormenta y «pierdes las referencias, ya no sabían si andaban hacia el norte o hacia el sur. Se encontraron a las cuatro de la tarde mojados y perdidos, con viento y frío, y fue cuando nos llamaron», recuerda el sargento, que envió a la zona a una patrulla de montaña.
La pareja no sabía dónde se encontraba. Se habían quedado también sin batería. «Lo que hicieron bien fue mandarnos las coordenadas GPS». Los dos agentes ascendieron hasta la cima por la cara norte, la más habitual, pero no les vieron -ellos se encontraban en la noreste- y empezaron a bajar por la arista este. «Les oyeron a lo lejos y entablaron contacto con ellos». A las diez de la noche el sargento y un compañero se equiparon y se lanzaron «por donde no sube nadie, salvo en invierno con piolets y crampones por la nieve, una vía más escarpada y también más directa». Tuvieron que «trepar y rapelar 30 metros y no llevábamos anclajes». Pusieron en riesgo su vida. Les encontraron a las tres y media de la madrugada. El termómetro marcaba cinco grados. «Llevábamos una 'tiendina' pequeña naranja para dos personas y dentro les echamos un gel (etanol), que lo prendes y se forma una llama que dura una hora. Es como una hoguera portátil, que suelen utilizar los espeleólogos para calentarse en las cuevas. Yo le dejé mis guantes a la mujer, y un buff. Les dimos agua y barritas para que entraran en calor».
Al cabo de un rato «surgió el debate». «Mi compañero era partidario de hacer cima y bajar por la vía más segura, pero más larga y sin un lugar para hacer un vivac en mitad del camino». Finalmente, optaron por bajar por donde habían subido. «A las dos horas estaban reventados, ya no podían andar más. Las terrazas estaban húmedas porque llovía y había riesgo de resbalar y despeñarse. Decidimos hacer noche allí, de cinco a siete de la mañana». Sólo había una tienda, por lo que los dos guardias «nos sentamos a su lado a esperar. Yo llevaba un 'plumillas'. No estás del todo confortable pero piensas que en diez horas vas a estar en casa». Cuando amaneció, retomaron el descenso y para las nueve llegaron al punto donde habían dejado el vehículo, junto al refugio de Mazobres. En diez minutos con un todoterreno les llevaron a su coche. Los dos montañeros vizcaínos regresaron a casa sanos y salvos.
Los montañeros más experimentados elevan la leyenda negra del Espigüete a veinte fallecidos en los últimos años. Entre ellos, cinco vizcaínos que se han dejado la vida en el ascenso a la cima palentina desde la década de los 80. El accidente más trágico se produjo en 1991, cuando tres montañeros de Algorta murieron víctimas de una avalancha. Cuatro años antes, en 1987, un bilbaíno falleció al precipitarse por una pared de hielo. El último siniestro mortal se produjo en 2006, cuando un ertzaina de Santurtzi con experiencia en ochomiles se despeñó 450 metros en el vacío. Es en invierno cuando esta montaña muestra su rostro más duro. La cara norte se cubre de hielo y nieve, y sus laderas, en auténticas trampas.
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