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IVÁN GELIBTER
Sábado, 26 de enero 2019
Las calles de El Palo amanecieron esta mañana en el más profundo de los silencios. Tras una noche de calma tensa llegó la mala noticia. La aparición del cadáver de Julen había provocado en Las Protegidas un llanto conjunto de dolor tras dos ... semanas de lucha y esperanza. Unas horas más tarde, justo cuando al sol asomaba en el barrio más oriental de la ciudad de Málaga, dos señoras -sin hablarse entre ellas- barrían la puerta de sus casas en una escena propia de la idiosincrasia paleña. n el Llano, a escasos 100 metros de la casa de José y Vicky, los padres de Julen, varias docenas de velas colocadas en forma de corazón agotaban los últimos centímetros de cera. El Palo estaba exhausto en sus casas, dándose un respiro entre la tensión, el desenlace, y el dolor y la emoción por una historia que siempre rondará en la memoria de quién lo ha vivido de primera mano.
Justo al límite del arroyo, donde dicen las leyes no escritas que acaban las lindes este barrio con solera, se levanta el cementerio municipal. A las 8.30 de la mañana solo los padres del pequeño y un reducido grupo de familiares aguardaban ya en el interior del tanatorio. Frente a ellos y con una valla instalada por la Policía Local comienzan a instalarse las cámaras de televisión. Poco a poco empiezan a llegar curiosos. Lo hacen a pie, en bicicleta y en coche. Éstos últimos no pueden evitar descender la velocidad de sus vehículos para mirar lo que está pasando. Algunos, incluso, se santiguan mientras sus rostros se oscurecen. Por las aceras se nota rápidamente que no es un horario para jóvenes. Una pareja de ancianos se queda parada junto a los periodistas. «Qué terrible», se dicen uno al otro. «Al menos ya se ha acabado el sufrimiento de la espera. Ahora viene el duelo».
La media mañana aterriza en El Palo sin que uno se dé cuenta. Los 10 grados del amanecer ya es un recuerdo lejano eclipsado por la sutil quemazón del sol del invierno. Un camión de tamaño mediano para junto a la puerta del cementerio. Ante su llegada, una mujer con los ojos rojos de haber llorado sale a su encuentro. Es la responsable de la floristería, que recibe docenas de flores para incluirlas en una oferta que difícilmente superará la demanda. A medida que sube el sol el barrio se despereza y comienza a asumir la realidad. Grupos de personas de todas las edades camina con la mirada perdida en la misma dirección. El silencio de la calle donde reposaba el triciclo de Julen se rompe con los sollozos que salen a través de las ventanas de una de las casas. Justo debajo de ella descansa sobre una silla un dibujo de un niño pequeño que reza: «Julen, estamos contigo».
El Palo es un barrio de pasiones, en todos los sentidos; en los buenos y en los malos. El luto forma parte de los rostros, pero también de las conversaciones. En una cafetería cercana a las 4 Esquinas el camarero charla con una clienta habitual. «Todos tenemos fecha de caducidad», afirma él con un lenguaje tan duro como bienintencionado. «A algunos les llega a antes que a otros, qué se le va a hacer». Unos minutos más tarde la Asociación de Vecinos de El Palo convoca una concentración en la plaza en la que se unen estas cuatro aristas. Apenas unos metros más allá está el templo de la felicidad; un Pimpi Florida cuya alegría resuena lejana -muy lejana- en esos momentos. El alcalde, Francisco de la Torre, encabeza una reunión de centenares de personas con representación de todos los partidos.
El dolor está patente en sus caras. Son rostros de derrota; de la constatación de que la esperanza con la que todos han vivido estas días en pos de un milagro se ha desvanecido. Pero cuando acaban las palabras y los dos minutos de silencio, un hilo de paz recorre los corrillos. «Al menos hemos estado todos juntos. En El Palo y fuera del barrio. Y así seguiremos, porque Julen y su familia se lo merece», defiende una vecina mientras cruza la calle de camino a su casa. Es el turno de hacer la comida. Hoy se almuerza pronto porque luego hay que volver al cementerio.
Pero el trágico desenlace no sólo ha golpeado a los vecinos del pequeño. Los habitantes de Totalán están consternados por la muerte de Julen, y ahora recuerdan al pequeño como «uno más del pueblo». Esta localidad malagueña amanecía este sábado con la noticia del fallecimiento de Julen después de trece días de labores de rescate, unos hechos que han marcado al pueblo, en el que hoy se siente la tristeza y el silencio de El Palo.
El Ayuntamiento ha convocado un minuto de silencio al que han asistido más de medio centenar de vecinos, como Antonia Montañés, que ha reconocido a Efe que el caso de Julen le ha dolido especialmente porque también perdió un hijo y eso «es una cosa que nunca se olvida mientras una viva». Montañés ha destacado que en el pueblo están «todos sin ánimo, como una depresión», y como ella ya conoce lo que eso supone se figura cómo «están los padres», y ha añadido que ha rezado «a todos los santos para ver si salía, a ver si estaba vivo, pero no nos han escuchado».
«Espero que los padres tengan consuelo como hemos tenido todos», ha destacado emocionada esta vecina, que ha asegurado que el trabajo realizado por los voluntarios, bomberos y cuerpos de seguridad «ha sido muy grande, hay que valorarlo mucho». Tras el minuto de silencio un grupo de mujeres del pueblo ha soltado al aire desde un mirador de Totalán una decena de globos blancos en recuerdo del pequeño Julen y de su familia que está recibiendo incontables condolencias desde las instituciones, políticos, artistas y ciudadanos anónimos.
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