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El Correo
Martes, 2 de mayo 2023
Guillermo Castillo era el alma de un restaurante singular, único en su especie. Un templo para los amantes del buen comer cuyo nombre corría de boca en boca de los seguidores de Gargantúa y Pantagruel y cuyo menú era susurrado como un canto a la ... lascivia de la carne.... emplatada. Uno oía «morcilla, chorizo, pimientos rellenos, carne guisada, manitas de cerdo, caparrones, patatas con chorizo, sopa de ajo y chuletillas (solo eso, porque el menú es más largo)» y ya sabía de qué y de dónde se estaba hablando.
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Porque el menú no era algo escrito. En Bodega Guillermo el que entraba era para comer lo que había, sin melindres y con hambre, con raciones kilómetricas, decoración austera presidida por su gran chimenea y manteles blancos (antes eran de cuadros) y vino de la casa sin etiquetas. Todo bueno, todo casero, todo abundante.
Programas de televisión acudían a la casa de Cuzcurrita casi tan deslumbrados por la abundancia y diversidad de sus raciones como por su precio o por la singular simpatía de su dueño que, como escribía hace ya unos años nuestro recordado Eduardo Gómez, «lo mismo te canta una jota entre plato y plato que te da un cariñoso pescozón si no te has acabado los caparrones».
Bodega Guillermo era la casa de Guillermo y ahí se comía a su estilo, con los platos llegando sin parar hasta provocar la 'muerte por gula'. Y entonces llegaban las bandejas de pasteles. Y las botellas de licor. Sin contemplaciones, aunque algunos saliesen estupefactos con críticas a la decoración, a la falta de etiqueta o con cualquier otra melindrosa excusa muy alejada de lo que significa Guillermo, que no es otra cosa que comer.
Hace unos años, en el periódico El Mundo se afanaron en realizar un duelo entre las dos españas gastronómicas. Salvador Sostres se encargaba de la defensa de la cocina sofisticada y de laboratorio, mientras que el recientemente desaparecido Fernando Sánchez Dragó se erigía en paladín de la cocina de siempre, la disfrutona, la de llegar a la mesa con hambre, con las neuronas apagadas y el apetito disparado. Sostres eligió en aquel lejano 2011 el 'DiverXO' de Dabiz Muñoz para ejemplificar lo que defendía. Y ahí llevó a Dragó.
Y Dragó respondió y eligió entre los miles de restaurantes, figones, casas de comida, bares y demás locales de buen yantar a Bodega Guillermo, donde entonces se empacharon con lo que se empachaba todo el mundo. Y salieron felices.Porque esa era (y es) la democracia que Guillermo impuso en su casa. Mucho para todos, pero para todos igual. Ni ricos ni pobres, solo amantes de la comida. ¡Qué triste pérdida para todos ellos, que quedan viudos de un padrino único en el arte del buen comer y del buen recibir!
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