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Daniel Martínez
Santander
Miércoles, 12 de abril 2023, 08:33
A las puertas del camping Somo Parque, el rastro del trágico suceso es todavía más que evidente. En los pocos más de 200 metros de recta en los que se encuentra la entrada al recinto se pueden encontrar las señales, casi cronológicas, del suceso ... que acabó con la vida de Erika Rey de Perea (de 42 años y vecina de Sestao), de su hijo Ethan de 19 años y de otra mujer, María Teresa Ramos, de 68 años y natural de La Rioja. Primero, la zona en la que otra pareja que se salvó por los pelos tirándose a una finca para evitar ser embestidos por el vehículo Ssangyong Power de Jaime A. la primera vez que se salió de la carretera. Después, las maderas arrancadas de los protectores de los contenedores de basura que se llevó por delante antes de tirar abajo una farola.
Más allá, una mancha de pintura naranja que un empleado municipal utilizó para disimular la sangre y la palabra 'niño' escrita a tiza en un punto, a 20 metros del lugar del impacto, donde acabó el cuerpo del joven Ethan sobre la carretera. A continuación, junto a la valla que separa el paseo peatonal del aparcamiento del camping, las siluetas que dibujaron los agentes de la Guardia Civil antes del levantamiento de los cadáveres de las dos mujeres... A cada paso la imaginación reconstruye lo ocurrido a eso de las 19.45 horas del pasado 4 de abril.
Una semana después del accidente que conmocionó a todo el municipio de Ribamontán al Mar, uno de los más graves de los ocurridos en España durante esta Semana Santa, aún quedan trozos de la carrocería del Citroën que resultó siniestro total al ser golpeado por el vehículo que conducía el responsable del triple atropello mortal, que al ser sometido a la prueba de alcoholemia casi triplicó el máximo permitido y dio positivo en cannabis. Y las cuerdas de plástico que completan provisionalmente el guardarraíl que arrancó el todoterreno al 'aterrizar'. Todo eso y más son las marcas físicas. Las que se ven y que en algún momento se borrarán. Puertas adentro del camping, la huella del accidente es aún más profunda y permanecerá para siempre.
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«Se veía venir y nadie tomó medidas», insiste Emilio Valle, propietario del camping, donde Jaime ya tenía prohibida la entrada por sus problemas con la bebida. Recuerda que no hace mucho su mujer le echó del bar, que él salió de allí con el coche cruzando de su carril al contrario y que a los pocos días regresó a pedirle perdón. Eran amigos. De los de quedar para comer y cenar, pero habían dejado de serlo. Emilio pasa en segundos del tono entrecortado cuando recuerda a los fallecidos –confiesa que Erika era casi como una hija– a la rabia por la decisión del juez de dejar al conductor en libertad condicional. «No hay derecho. Esta ley es una puta mierda. Lo ha hecho a conciencia y tenemos que aguantar que diga que ha sido una triste desgracia... No vale decir que lo siento, no vale decir que es una desgracia», prosigue el hostelero, que está convencido de que el hombre buscaba suicidarse: «Él no quería parar. Él se quería matar».
Para el responsable del camping, la prueba es que pese a todos los impactos del todoterreno antes de que se detuviera, no hay sobre la calzada ni una sola frenada. Siguió acelerando durante más de 100 metros tras chocar contra el primer obstáculo –la farola que aún está sin reparar–. «Él siguió acelerando. Yo estaba en el bar y vi el golpe. No quise arrimarme a Jaime, porque si me arrimo... Solo me salió decirle al guardia que le diera dos tiros ahí mismo. Me da igual excederme en lo que digo, porque lo que digo lo piensa todo el pueblo. Es que había pasado hacia Elechas a las doce de la mañana y allí estuvo tomando copas hasta que volvió», rememora antes de volver a lamentar la decisión del juez. «Es una vergüenza».
Emilio, que en segundos fue el primero en llegar a la escena del atropello junto al hijo pequeño de Erika, está convencido de que lo ocurrido la semana pasada será imposible de olvidar. Ya ha marcado la Semana Santa. Él se ha encargado de atender a los muchos medios nacionales que se han interesado por lo ocurrido. Siempre intentando poner el acento en la calidad humana de las víctimas por encima de detalles morbosos. Aunque lamenta que en los cortes de televisión no ha aparecido, les hablaba de la comunidad que habían creado junto a los campistas habituales –las dos familias de las víctimas llevaban dos décadas visitando Ribamontán al Mar– o que a la mujer de 68 años, pese a que no tenían lazos de sangre, Ethan y su hermano la llamaban 'yaya'.
Muchos clientes habituales del camping decidieron no acudir. «Están traumatizados. De los que vienen siempre. No querían porque los críos estaban traumatizados». Otra familia que se despedía después de muchos años en el Somo Parque canceló la fiesta programada. Y los que han permanecido confiesan que «ha sido una semana horrible».
«No levantamos cabeza», narran Miguel y Dolores, con un perfil de clientes muy parecido al de las víctimas, de las que eran amigos. «Yo había salido con ellos a pasear por la mañana. Y por la tarde no salí porque ahora me ha dado por las telenovelas. Estoy viva por cosa del destino...», cuenta ella, que estuvo las primeras horas con el marido y padre de dos de las víctimas: «Yo no oí el golpe, pero ellos sí. El padre le dijo a su hijo que saliera a ver lo que había pasado. Se abrazó a su hermano en la carretera y a su madre ni la vio». Sin palabras para calificar la decisión del juez, prefiere hablar de las víctimas. Su caravana está justo delante de la de María Teresa, de la que recuerda que estaba siempre rodeada de las hijas y las nietas. «¿Esa familia cómo vuelve aquí ahora?». Toma el testigo su marido. Lo hace para hablar del conductor, al que también conocían. «Aquí ha hecho seguros (antes de jubilarse se dedicaba a eso) a todo el mundo. Estaba todo el día borracho. No hay nada nuevo que decir, pero a ver si hablar sirve para que el juez entre en razón», concluye Miguel.
Después de un puente con muchos visitantes en el que el tema de conversación en todos los corrillos ha sido el triple atropello, ayer en Suesa reinaba la tranquilidad. «Nos vamos recuperando un poco», decía Rosa Prieto. Reconocía que aunque es difícil decirlo, porque Jaime es un vecino, se pone en el lugar de la familia y claro que defiende que esté ya en la cárcel. «Quizás me daría igual que estuviera poco tiempo, porque es mayor (73 años), pero ahora tiene que estar en la cárcel, no tumbado tranquilamente en su jardín como ha estado», reclama esta mujer, que también cree que su entorno podría haberlo evitado. Haber puesto remedio, porque es alguien que «lleva toda la vida bebiendo y no es la primera vez que tiene un problema grave con el coche. El arrepentimiento no vale cuando iba cómo iba».
En el caso de Alfonso Ruiz, dueño de un bar de Suesa ya sin actividad que el presunto homicida solía frecuentar, suma al pesar la extrañeza: «Si tomaba alguna pastilla y bebió se pudo quedar dormido, pero creo que porros no, nunca le he visto. Dio positivo en cannabis, eso seguro, pero no me parece a mí que...». Conociéndole, Alfonso cree que el arrepentimiento de Jaime es real. Y tampoco es tan contundente sobre la decisión del juez de dejarle el libertad. «Él sabrá, que para eso es juez. Lo que es seguro es que si le hubiera pasado a mi familia no me gustaría», concluye.
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