a. s. gonzález
Domingo, 26 de junio 2022, 16:51
Paul Wouter falleció en agosto de 2020 en Marbella. Su cuerpo fue incinerado, como el de tantas otras víctimas del covid en un año en el que el virus se cobró 75.000 vidas. Con una salvedad. Su muerte era mentira, una burda farsa para ... eludir el peso de la justicia. El prófugo ha sido localizado y detenido en Budapest, en donde se escondía bajo la identidad de Guillermo Díaz Flores, con pasaporte mexicano.
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Paul Wouter, en realidad, nunca existió. Bajo ese nombre actuaba Sérgio Roberto de Carvalho, exmilitar nacido en 1958 en Surinam, antigua colonia holandesa del norte de Brasil, y uno de los principales narcos del mundo. España descubrió su verdadera identidad tiempo después de que su abogado entregara a la Audiencia de Pontevedra, donde tenía pendiente una causa, un falso certificado de defunción sellado en Marbella.
En 2018, mientras seguía un tratamiento de adelgazamiento en la popular clínica Buchinger, fue arrestado. Las autoridades habían desmantelado una operación para introducir, a bordo del remolcador Titán III, un alijo de 1.800 kilos de cocaína en Rías Baixas que se saldó con una veintena de detenidos. Consiguió salir en libertad bajo fianza, y fijó su residencia en la Costa del Sol, donde continuaría operando.
Entonces, estalló la pandemia y, según revela ABC, su letrado comenzó a presentar certificados de enfermedad, entre ellos uno por covid grave, hasta que a finales de agosto el corazón le falló, según la documentación falsificada por un médico.
Tras él no solo estaba la justicia española. España, Bélgica, EE.UU y Brasil han reclamado su extradición por distintos delitos. Se le atribuye la introducción de 50 toneladas de droga en Europa.
La Policía española ya sospechaba que su muerte había sido ficticia porque, poco después de su óbito, fue detectado en Portugal, en el marco de una operación de blanqueo. En realidad, fueron las autoridades brasileñas las que advirtieron de que el sospechoso vivía.
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Después, se le perdió el rastro y ha sido una investigación periodística la que ha permitido dar con su paradero y, finalmente, apresarlo. Al Mayor Carvalho, expulsado del ejército brasileño tras ser descubierto con un alijo de droga, lo arrestaron mientras desayunaba apaciblemente en su hotel, ajeno al giro de acontecimientos que aguardaba.
El trabajo del periodista portugués Víctor Marqués, inmerso en la creación de una obra literaria sobre el personaje y la capilaridad y magnitud de sus negocios -se le conoce como el Escobar brasileño-, posibilitó su detención. El reportero averiguó que el guardaespaldas del capo, Arthur Salie, tenía en Hungría una empresa a su nombre.
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Junto a otro colega, localizó al hombre de confianza del narcotraficante y descubrieron que ambos se alojaban juntos en un hotel de la capital. Sus nombres no coincidían, pero sí sus rostros. La mañana del arresto, el esbirro del narcotraficante se levantó de la mesa del desayuno, quizás para volver a su habitación, pero no llegó.
Los agentes le esperaban. Fue arrestado. Unos minutos después, Carvalho correría la misma suerte. No le dio tiempo a acabar su café, tampoco a librarse de las esposas, que le devolvieron oficiamente a la vida, aunque en realidad nunca la hubiera abandonado.
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