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1
El crimen conmocionó en 1999 a la sociedad vizcaína por la crueldad del acto y la corta edad de la víctima, 4 añitos. Su padre, José Miguel H., de 34 años, se encerraba con el pequeño en el cuarto de baño de su domicilio del barrio bilbaíno de Txurdinaga y le asestaba 25 puñaladas con un cuchillo de cocina de diez centímetros de filo. Su mujer y el niño mayor, de solo cinco, asistían al otro lado de la puerta, impotentes, al crimen. «He matado al crío, ahí lo tienes», espetó el hombre al salir. En tratamiento por esquizofrenia paranoide, fue condenado en 2001 a pasar quince años en un psiquiátrico.
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Este terrorífico caso tiene muchos paralelismos con el del 'pescaíto'. José Bretón, el padre de Ruth y Gabriel, de 6 y 2 años, también fingió en 2011 que los pequeños se habían perdido, mostró su desasosiego -aunque de forma mucho menos teatral que Ana Julia Quezada- y colaboró en la búsqueda. Bretón fue detenido a los diez días ante las numerosas contradicciones en las que incurrió. Tras meses de búsqueda quedó demostrado que los restos óseos hallados en una finca familiar -que en un primer momento habían sido erróneamente considerados de origen animal- eran de los pequeños. La pira funeraria en la que los calcinó era tan potente que obstaculizó su correcta identificación. Cumple 40 años de cárcel. Su móvil fue la venganza contra su mujer, que había decidido divorciarse de él.
3
Como José Bretón, el basauritarra Iñaki Bilbao Aizpurua, de 55 años, también planificó el asesinato a sangre fría de sus hijas, Amets y Sara, de 9 y 7 años, para vengarse de su mujer, que le había denunciado por maltrato. Ocurrió en 2014 en Soto del Barco, Asturias, donde la pareja había residido varios años y había regentado un local de hostelería. Las mató aprovechando las dos horas de visita a las que tenía derecho y que la madre, Bárbara, había recurrido. Pero el juez no le consideró un hombre violento y desestimó la reclamación. Las asesinó a golpes, con una barra de hierro envuelta en papel de regalo. Después se suicidó tirándose por un puente.
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Francisco Miguel y Adrián Leroy, de 6 y 5 años, amanecieron asfixiados en la cama de matrimonio del domicilio familiar de Santomera (Murcia). «¡Me los han matado, me los han matado!», sollozó a la Guardia Civil la madre de las criaturas, Francisca González. Argumentó un hipotético asalto en su domicilio, del que no se había enterado porque los supuestos atacantes le habían rociado con un spray paralizante. Tras el funeral, en el que se mostró desolada junto a su marido y padre de los pequeños, fue detenida: les había ahogado con el cable del cargador del móvil para acusar daño a su marido, que le era infiel. Ya ha salido de prisión tras cumplir 14 años de cárcel.
5
Otra interpretación de padres dolientes digna de premio Goya la que llevaron a cabo los padres de la pequeña Asunta, la niña de 12 años que apareció muerta en un camino forestal de la localidad gallega de Teo en 2013. En el juicio que les condenó a 18 años, quedó probado que ambos urdieron un plan para acabar con la pequeña, adoptada en China cuando era un bebé: la sedaron con tranquilizantes y luego la abandonaron en un camino próximo a un finca familiar. Tras meses de pesquisas policiales y una amplia investigación judicial, sobre el caso sobrevuelan numerosas incógnitas, la principal el móvil. Porque ¿qué pudo llevar a unos padres de familia acomodada y sin trastornos mentales a matar a un hija muy deseada a la que habían dado hasta entonces una vida privilegiada?
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