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Paula Rosas
Sábado, 6 de abril 2019, 00:15
Alain Robert tenía 11 años cuando un día, al volver del colegio, se dio cuenta de que no se había llevado las llaves de casa. Sus padres estaban aún en el trabajo y el muchacho, en lugar de esperar en el portal o en ... la vivienda de un amigo, decidió que, si no podía entrar por la puerta, lo haría por la ventana. Que su domicilio ocupara la última planta de un edificio de siete alturas no parecía, en principio, un impedimento. Aquel fue el primer edificio que escaló.
«Recuerdo que la portera gritaba como una loca desde abajo, y la bronca de mis padres al regresar a casa. Aunque creo que estaban más molestos por la situación, por que todos los vecinos me hubieran visto trepar, que por el hecho de que hubiera podido caerme», rememora. Han pasado 45 años y, desde entonces, Robert ha coronado la cima de más de un centenar de los edificios más altos del mundo, con sus manos y botas de escalar como única herramienta. La semana pasada trepaba el último de ellos, la torre Engie, en el distrito financiero de París, de 185 metros de altura. Tardó 45 minutos.
La Torre Eiffel, las Petronas de Kuala Lumpur, el Empire State Building de Nueva York, el puente colgante de San Francisco, la Torre Willis en Chicago, la Jin Mao de Shanghái o el Burj Khalifa de Dubái, el único en su larga lista de conquistas que ha acometido con protección. Nada se le ha resistido. En los últimos 25 años, oficinistas de todo el mundo han tenido que frotarse las ojos al ver pasar, estupefactos, a un tipo melenudo por la fachada. «Pensaba que era un limpiacristales», relataba en el 'New York Times' un redactor de la sección gastronómica después de que Robert se encaramara hasta la cima de la sede del mítico rotativo en 2008. «Si la escalada es dura ni les veo, pero si es un poco más fácil me divierte mucho verlos al otro lado», dice Robert. Abajo, miles de personas se concentran con una mezcla de terror, asombro y vértigo. Esperando arriba está, casi siempre, la Policía.
Entre Alain Robert y el vacío solo se interponen la fuerza de sus dedos y su asombrosa capacidad de concentración. Alguien le puso, hace muchos años, el apodo del 'Spiderman francés', un nombre que Robert ha adoptado con naturalidad. A diferencia del héroe de Marvel, sin embargo, el galo no cuenta con redes que puedan ayudarle en caso de necesidad. Cualquier fallo supone, irremediablemente, la muerte. Son muy pocos los escaladores que se lanzan a la disciplina del 'solo integral', aquella en la que el deportista asciende sin cuerdas ni protección alguna y en la que no están permitidos los errores. Y lo que hace Robert, la versión urbana de la escalada de élite, no lo hace nadie más en el mundo. Al menos, no a su nivel.
Alain Robert va a cumplir 57 años en agosto. Mide apenas 1,64 metros y pesa 50 kilos. Es un hombre menudo, una condición física que, en la escalada, se convierte en su mejor aliada. «Cuanto más ligero seas, menos fuerza física necesitas», explica. Sufre vértigo, epilepsia –«aunque los ataques los tengo controlados desde hace muchos años gracias a la medicación»– y una discapacidad física de más del 60% en las manos, consecuencia de una grave caída cuando tenía 19 años que lo dejó cinco días en coma. ¿Qué hace que una persona así arriesgue su vida voluntariamente?
«En la vida, hay gente que vive y gente que sobrevive. Y yo he elegido estar en el club de los que viven», afirma al otro lado del teléfono desde su casa en el sur de Francia. Robert tiene el gusto por esas pequeñas frases-píldora que condensan su pensamiento con un cierto aroma a libro de autoayuda. «Hay gente que vive sus sueños y gente que sueña su vida», dice, por ejemplo, cuando habla de por qué no permite que el miedo le paralice. Pero, aunque son frases posiblemente pronunciadas una y mil veces ante periodistas en los últimos treinta años, de sus palabras se desprende una pulsión sincera, un sentimiento auténtico de rebeldía. «Nuestra sociedad tiene ya muchas normas, hay que hacer las cosas así, no se pueden hacer asá... El espacio de libertad para que la sociedad funcione bien se reduce considerablemente. Pero creo que mucha gente sueña con hacer algo como yo, de forma ilegal, libre, y que les dé igual ir a la cárcel». Él ha sido arrestado más de 150 veces.
Es ese deseo de libertad, el impulso de enfrentarse a su miedo y alcanzar la perfección, el que le lleva cada vez más alto. «Yo no soy una persona muy deportista», lanza, sorprendentemente, Robert. «Desde el principio, lo que me ha interesado en mi carrera ha sido la valentía, el coraje. Para mí, escalar con cuerdas es un deporte como otro cualquiera, puede llegar a ser muy difícil, pero sigue siendo un deporte. Hacerlo sin cuerdas es un ejercicio de valentía. Siempre he dicho que si fuera como un pájaro y tuviera un par de alas, dejaría de escalar, porque ya no me interesaría hacerlo con las alas», confiesa. De niño, el Zorro, Robin Hood y D'Artagnan eran sus héroes. «Lo único que yo quería era ser valiente, y lo que hago hoy se aproxima un poco al sueño de ese niño de 4 años».
Pero, ¿dónde acaba el valor y empieza la imprudencia? «Llevo haciendo esto unos cincuenta años. Si fuera imprudente haría mucho tiempo que estaría muerto –asegura, rotundo–. Siento miedo, como todo el mundo. Pero mi cerebro funciona como el cuentarrevoluciones de un Ferrari. La zona roja está en las 8.000 revoluciones por minuto, mientras que en la de un coche normal comienza en las 4.500. Esto me permite hacer cosas extraordinarias, cosas que para la mayoría de la gente son inalcanzables».
En las escaladas no hay lugar para el miedo. Robert entrena a diario y estudia sus objetivos. Vigilar el clima es fundamental. Aunque en ocasiones lo imprevisible de la meteorología ha llegado a jugarle malas pasadas, como cuando, a falta de 20 plantas para coronar la Torre Sears de Chicago (hoy conocida como Willis), una repentina niebla recubrió el edificio de humedad, convirtiéndolo en «una pista de hielo vertical». Algo parecido le dejó atrapado a la altura de la planta 40 en el One Canda Square de Londres. Tuvieron que rescatarlo con la grúa de los limpiacristales.
Robert supo que quería ser escalador desde muy pequeño. Incluso desde antes del incidente de las llaves y la portera. Con 8 años, una película le marcó para siempre. 'La neige en deuil', titulada en España como 'La montaña siniestra', la historia de dos hermanos, guías de alta montaña, que escalan el Mont Blanc para buscar supervivientes de un accidente de avión. Fue como una epifanía para el pequeño Alain. «Ya entonces supe que quería dedicar mi vida a la escalada».
Empezó en el macizo de Vercors y en las montañas de Ardèche, donde fue abandonando, poco a poco, las cuerdas. Sus hazañas, como la conquista en solo integral de la vía conocida como 'La nuit du lézard' (la noche del lagarto), de una dificultad extrema, aún despiertan la admiración de los más grandes escaladores. Alex Honnold, posiblemente el más célebre del momento por su ascenso de El Capitán, en el parque de Yosemite, en 2017 –proeza que recogió el documental 'Free solo', ganador de un Óscar este año–, ha declarado en numerosas ocasiones su respeto y admiración por lo que Robert alcanzó hace 30 años. «Alex va a participar en un documental sobre mí que va a salir este año», revela, orgulloso, el francés.
En 1994, sin embargo, una llamada cambió su perspectiva. «Un fabricante suizo de relojes me propuso escalar rascacielos en lugar de montañas para un documental que estaban preparando. Estuvimos en Nueva York, Chicago, Huston y Dallas, y entonces me di cuenta de que ahí había un potencial fabuloso». Traer la montaña a la ciudad le permitió, además, convertir la escalada en un espectáculo. «Pasas de cantar solo en el campo, eso es para mí la montaña, un lugar tranquilo, a cantar en un estadio con 50.000 espectadores. Cuando escalo me expreso de forma diferente, me convierto en un 'showman'». Robert aprovecha la atención internacional que reciben sus escaladas para defender causas solidarias, como la lucha contra el cambio climático. La semana pasada en París fue la renovación de la catedral de Notre Dame, para la que hacen falta 150 millones de euros.
Su esposa y sus hijos han aprendido a vivir con el miedo constante de que la última escalada sea, realmente, la última. «Vivo mi pasión y, además, vivo de mi pasión. Con los patrocinios pago las facturas, el coche o los colegios», relata. Sus espónsores se hacen cargo también de las multas, que no son pocas, y de los abogados. Escalar edificios es ilegal en muchos países. «La última grande que me pusieron fue el pasado noviembre en Londres, 6.000 libras», desvela.
Pero los arrestos, sostiene, no le incomodan demasiado. «De hecho, me gustan. Nuestra sociedad nos jode, estamos rodeados todo el día por reglas... los policías que me detienen están haciendo su trabajo, no lo hacen porque yo no les guste, sino porque están obligados a hacerlo. Normalmente, me tratan bien». En su última ascensión en Filipinas, el pasado mes de enero, pasó su detención en una sala de conferencias, agasajado por los agentes, que hasta permitieron que sus amigos le llevaran champán para celebrar el éxito de la expedición. Cuando consiguió coronar las torres Petronas, en Malasia, tras dos intentos fallidos, pasó dos noche en comisaría, pero a la salida le estaba esperando un Mercedes para llevarlo al palacio real y presentarlo ante el rey.
Robert prepara ya nuevos proyectos en Alemania y en Argentina. La jubilación está, por el momento, lejos. «Dejar de escalar sería para mí un poco como la muerte». El escalador reflexiona y añade: «Aunque puede que sea escalar lo que me haga morir, ya veremos».
Personal. Nace el 7 de agosto de 1962 en Digoin, en la región francesa de Borgoña. Está casado y tiene dos hijos. Desde hace años vive en Bali, Indonesia, adonde se mudó por amor.
Inspiración. Empieza a escalar con los Scouts, pero su pasión se enciende gracias a una película que ve con 8 años, 'La montaña siniestra'. Cuando tenía 11, se olvida las llaves de casa y escala hasta el séptimo piso para entrar en la vivienda.
Accidente. En 1982 sufre una grave caída que le deja cinco días en coma. Una vez recuperado, los médicos le aseguran que no podrá volver a escalar. Se equivocaron.
Hitos. Realiza algunas de las vías de escalada más difíciles del mundo en 'solo integral' –sin cuerdas ni protección– y en 1994 se pasa a la escalada urbana, donde es el rey.
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