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José E. Cabrero
Viernes, 14 de abril 2023, 13:39
500 días después, lo primero que Beatriz vio fue una cámara de televisión. Beatriz salió con una sonrisa enorme, como si acabara de dar a luz. Un parto que empezó con 48 y termina con 50 años, del 21 de noviembre de 2021 a hoy, 14 de abril de 2023. «¿Quien ha pagado las cervezas del viernes?», bromeó, nada más salir. Las lágrimas, hundidas en lo más profundo de las cuencas de sus ojos, brotaron poco a poco tras unas oscurísimas gafas de sol, como dos pozos rotos, con un abrazo largo y sin prisa, desprovisto de arneses y cuerdas. Un abrazo libre.
La cueva, a 70 metros de profundidad, está en una finca privada de Los Gualchos, un pequeño municipio de la costa granadina. La expectación, a las nueve en punto, era absoluta. El equipo de la productora que convertirá la historia en un documental, familiares y amigos, periodistas. Todos se removían nerviosos en un extraño silencio que se rompió precisamente con su voz. La voz de Beatriz, a lo lejos, escalando por la entrada -la salida- de la cueva. La deportista de élite charlaba animadamente con los miembros del Grupo de Actividades Espeleológicas de Motril, como si le acabara de suceder algo muy gracioso. A las 9.08 horas, Beatriz regresó a la vida. Acababa de batir el récord de aislamiento.
Tras un reconocimiento médico rápido, Flamini marchó a la sala de conferencias del Centro de Desarrollo Turístico de Motril. «La vida en directo», bromeaba un periodista -la sala estaba a rebosar-, citando la película 'El show de Truman'. A las 11.17 horas, Beatriz entró en la sala rodeada por una nube de cámaras y un aplauso emocionante. «Viene de cumplir un reto importante y, para protegerla, nos pide que nos pongamos mascarilla», advierte Paco Hoyos, Presidente de la Federación Andaluza de Espeleología. Ella, desde el atril, une sus palmas en una posición orante y cruza su mirada lentamente con los presentes. Después de todo, hacía mucho tiempo que no la miraban así. Bueno, que no la miraban.
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Antes de tomar la palabra, David Reyes, el espeleólogo de Motril que ha sido su contacto invisible durante todo este tiempo, su ángel de la guarda, habla del reto: «Ha estado sola, sin contacto, sin luz natural, sin referencias de tiempo, a 70 metros bajo tierra. Es una persona única, con una pasión desbordante. El mundo debería conocerla». Ella, mirando a cámara, acepta el reto de darse a conocer. Respira hondo. «No esperaba tanta gente...», empieza Beatriz. «Esperaba salir de la cueva e ir a la ducha», continúa. «Esperaba...». La deportista se queda en silencio, sin palabras, asintiendo sin decir nada, a punto de echarse a llorar pero sin perder la sonrisa. La sala la levanta con otro aplauso.
¿Cómo es vivir 500 días en una cueva?, le preguntan. «No lo sé -responde-. Sigo anclada en el 21 de noviembre de 2021. Al veros con mascarilla, para mí sigue siendo covid. Dejé de contar días, perdí la percepción temporal». La clave para afrontar un reto, asegura Flamini, es la coherencia. «Coherencia para que lo que pienses, sientes y dices estén unidos. Ha habido momentos difíciles. Pero también muy bonitos. Tan bonitos como este -mueve las manos por la sala-. Como este momento». Pero, ¿cómo se mide el tiempo cuando vives en una cueva oscura sin referencias? ¿Cómo sabía cuando era el momento de sacar los residuos y acercarse al punto de encuentro? «Cada cinco cacas, intercambio -ríe-. No había otra forma de medir el tiempo. Si tengo sed, bebo. Si tengo hambre, como. Si tengo sueño, duermo. Si no puedo dormir, leo».
Un tanto descolocada todavía, Beatriz contó lo mal que lo pasó con una invasión de moscas, por ejemplo, y cómo ha aprovechado para «escribir, leer, dibujar, estar y disfrutar». «Porque estoy donde quiero estar», se repetía una y otra vez. Aunque ella perdió la noción del tiempo, en 500 días ha echado de menos «a todo el mundo», dice, «incluso a mí misma». «Es cierto que necesitas un abrazo, un contacto, ¡unos huevos fritos con patatas! -ríe- Pero te concentras en vivir el momento».
En estos 500 días, Beatriz ha procurado no hablar en alto, excepto cuando grababa vídeos para el futuro documental. «He respetado el silencio de la cueva. Aunque de vez en cuando soltaba un alarido, cuando se me caía algo y lo perdía para siempre. ¡Nooo!», exclama, teatralmente. En cualquier caso, nunca pulsó el botón del pánico. «No pensé en abandonar, de hecho no quería salir», dice, provocando un revuelo en la sala. «No me ha pasado nada de lo que dicen que podía pasar, excepto las alucinaciones auditivas. Esto ha sido un entrenamiento para lo que está por venir».
Cuando este viernes, el día 500, el equipo de espeleólogos llegó a su vera, dentro de la cueva, Beatriz estaba dormida. David Reyes la despertó y le dijo que ya, que lo había conseguido. Al salir, al ver la luz del día, Beatriz no sintió nada especial. Nada raro. «No he sentido nada porque para mí hace un rato que he entrado. No tengo la sensación de echar en falta nada. No, nada de nada». De hecho, bromea -o no- con la idea de que sería capaz de volver a hacerlo.
Flamini se despide con un sincero elogio para el grupo de espeleólogos de Motril y admite que ellos, lo que han hecho desde fuera, son «la gran lección» que se lleva. «No he podido caer en mejor sitio», terminó. Una hora después, en la sala de prensa sigue surgiendo dudas y preguntas. Reina en el ambiente la sensación de que no lo ha contado todo, de que nos estamos perdiendo algo, de que toda esta aventura es difícil de entender. El libro que ha escrito allí dentro y el documental que se ha grabado, probablemente, rellenen ese profundo y todavía incomprensible hueco.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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