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El ser humano cuenta con medios de transporte cada vez más rápidos, que le permiten viajar al otro extremo del planeta en cuestión de horas. Pero hay otros seres que se benefician particularmente de ese mundo interconectado: se trata, claro, de los virus, que ... pueden cumplir con más eficiencia que nunca su misión biológica de propagarse al máximo, sobre todo cuando llegan a ciudades densamente habitadas y con un porcentaje elevado de población débil y desprotegida. Los protocolos ante una posible pandemia han ido mejorando a base de sucesivos sustos, pero todavía queda mucho trabajo pendiente: «Es un área en la que no estamos haciendo grandes progresos. El mundo necesita prepararse para las pandemias con la misma seriedad que se prepara para la guerra», avisó hace algunos meses Bill Gates.
Las alertas por infecciones respiratorias del último cuarto de siglo no han tenido nada que ver con la mortalidad acongojante de la llamada gripe española de 1918, con sus cuarenta millones de fallecidos, ni tampoco con el millón de personas que sucumbieron ante la gripe asiática de 1957 o ante la gripe de Hong Kong de 1968. Pero, cada vez que se detecta una nueva amenaza, como ahora con el coronavirus chino, el ser humano experimenta el temor de encontrarse por fin ante el enemigo definitivo.
La primera crisis grave de estos 25 años empezó de manera tremendamente discreta, en 1997: Lam Hoi-ka, un niño de 3 años de Hong Kong, ingresó en el hospital con dolor de garganta y de tripa y falleció al cabo de una semana. Fue la primera víctima del brote de gripe aviar provocado por el virus A(H5N1), la evidencia de que esta variedad «había saltado la barrera entre especies y amenazaba a los humanos», según lo plantea la Organización Mundial de la Salud. Aquel brote mató a seis personas y parecía controlado, pero el H5N1 (los virus de la gripe pueden ser de tipo A, B o C y se denominan según sus subtipos de hemaglutinina y neuraminidasa) reapareció en China en 2003 y acabó extendiéndose por todo el mundo. Entre 2003 y 2017 mató a 450 personas, sobre todo en el sureste asiático, aunque las aterradoras previsiones iniciales de los especialistas manejaban la posibilidad de decenas de millones de muertos. De cualquier modo, la gripe aviar se ha convertido en una preocupación constante, con otra variante, la A(H7N9), que ha provocado cientos de fallecidos en China desde el primer caso detectado en humanos, que data de 2013.
También en el país asiático se registraron los primeros afectados por el síndrome respiratorio agudo grave (más conocido por sus siglas en inglés, SARS), una neumonía atípica provocada por un coronavirus que se declaró en noviembre de 2002 en la provincia de Cantón. Los primeros meses de la epidemia estuvieron marcados por el hermetismo de las autoridades chinas, que incluso comunicaron un número de casos inferior al real, pero en marzo de 2003 la OMS acabó emitiendo una alerta global. El origen de la infección se rastreó hasta la carne de civeta, un mamífero arborícola consumido en China, y el contagio entre humanos propició una rápida extensión por todo el planeta. La epidemia, que duró nueve meses, superó los 8.400 contagiados, provocó más de 812 muertos en una treintena de países y dejó una notoria huella en la economía china. Su lado positivo fue que, según los expertos de la OMS, supuso un punto de inflexión en la manera en que la Administración de Beijing gestionaba este tipo de crisis. Desde 2004 no se ha informado de ningún nuevo caso de SARS.
La pandemia más reciente fue la de la gripe A, en 2009. Se trata de una denominación confusa, porque en realidad podría referirse a todas las gripes provocadas por virus de tipo A, pero sirvió para descartar bautismos populares como gripe mexicana (por el país donde se inició) o gripe porcina (por su origen en los cerdos). La infección comenzó en el estado de Veracruz, aunque fueron científicos estadounidenses quienes dieron la voz de alarma: se trataba de una mutación del virus A(H1N1) que afectaba especialmente a los jóvenes sanos. De hecho, entre los mayores de 60 años había personas con anticuerpos que las protegían de esta variante, seguramente por la exposición a una versión anterior del H1N1.
En junio de 2009 se declaró la situación de pandemia, que se prolongó hasta agosto de 2010, con un cómputo final de 19.000 fallecidos. La tremenda diferencia con las estimaciones más pesimistas, que hablaban de 150 millones de muertos, hizo caer un aluvión de críticas sobre la OMS por su supuesto alarmismo, pero los estudios posteriores han puntualizado que ese saldo solo incluye los casos confirmados en laboratorio, de manera que quedan sin contabilizar las cuantiosas bajas registradas en África y el sureste asiático. Los expertos suelen manejar ahora una cifra de unos 284.000 fallecidos, aunque algunos la elevan por encima del medio millón.
«El mundo fue afortunado: resultó ser incluso más suave que algunas epidemias estacionales -ha valorado la organización internacional-, pero los investigadores siempre están vigilando, porque el próximo brote podría ser mucho peor».
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