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Si hay una sustancia que tenga mala prensa, a pesar de que la ingerimos todos los días, ese es el colesterol. Ese que prometen bajar tantas dietas estrella, píldoras y complementos alimenticios. A ustedes no sé, pero a mi me suben los niveles todos los ... años, y eso que en mi dieta no entra el chuletón ni en Navidad. Pero, ¿es el colesterol tan malo como parece?
El colesterol al que todo el mundo teme procede de nuestra dieta, cuando cometemos excesos con las carnes rojas o el fiambre típicos de las festividades. Se deposita en las paredes de los vasos sanguíneos y dificultar la circulación, causando trombos y ataques al corazón. Esta es la historia del colesterol que todo el mundo conoce.
Sin embargo, el público suele desconocer que nuestro cuerpo utiliza el colesterol de manera constante. Nuestro hígado, ese que también sufre tanto con los excesos etílicos de las festividades, es el encargado tanto de producir el colesterol que necesitamos como eliminar el exceso. El colesterol circula por nuestra sangre con el resto de nutrientes, pero, como es un tipo de grasa y no es soluble en la sangre, viaja por el torrente asociado a proteínas. Las proteínas HDL («colesterol bueno») son las que transportan el colesterol al hígado para su eliminación. Las proteínas LDL («colesterol malo») transportan el colesterol del hígado a los tejidos, y son las que cuando hay exceso de colesterol terminan depositándose en los vasos sanguíneos.
Es decir, ya venga de la dieta o del hígado, el colesterol es uno y único, y como el anillo de cierto señor de Mordor, y puede servir para el bien (funciones corporales) o el mal (trombos). La diferencia está en la cantidad y en cómo nuestro cuerpo es capaz de gestionar el exceso.
Entre las funciones del colesterol, una de las más importantes es que es uno de los componentes fundamentales de nuestro cerebro. Cualquiera que haya visto sesitos de cordero en una carnicería sabe que tienen una textura grasienta: eso es porque el cerebro contiene grandes cantidades de grasa, lo que incluye altas cantidades de colesterol. El colesterol es parte de la membrana de todas las células, a las que aporta flexibilidad. En el cerebro lo podemos encontrar en grandes cantidades formando parte del aislamiento lipídico de las prolongaciones de las neuronas, que funciona como el recubrimiento plástico de los cables y permite la rápida conducción del impulso eléctrico en el cerebro.
Lo que hace aún más interesante al colesterol no son solamente sus labores estructurales. Es lo que en biología llamamos una sustancia «pleiotrópica» (del griego «pleion», más, y «tropos», cambio), que quiere decir que tiene muchas funciones. La naturaleza es así de sabia y economiza recursos, utilizando cada molécula para varias funciones.
El colesterol es el precursor de las hormonas sexuales (estrógeno y testosterona), así como de la hormona del estrés (cortisol), que también se producen localmente en el cerebro. Otro de sus derivados, la DHEA (dehidroepiandrosterona), ha sido propuesto como agente anti-envejecimiento, aunque esto no debe servir como excusa para incrementar la ingesta de embutidos y carnes rojas.
¿Nos queda algo más que aprender del colesterol? Mucho. Por ejemplo, investigaciones recientes han identificado su relación con la enfermedad de Alzheimer a través de una proteína cerebral que se asocia al colesterol, la apolipoproteína E. La mayor parte de nosotros tenemos genes que codifican para la versión E3, pero algunas personas tienen genes para la versión E4, como ha descubierto recientemente el actor Chris Hemsworth. Las personas con ApoE4 tienen más riesgo de sufrir Alzheimer, aunque aún no sabemos exactamente cuál es la relación entre el colesterol, esta proteína, y que se desencadene la enfermedad.
Quizá la distinción entre colesterol «bueno» y «malo» sea excesivamente simplista. Nos ayuda a explicarle al público cómo interpretar sus análisis de sangre, pero nos aleja de la complejidad biológica y de todo lo que aún nos queda por investigar sobre esta poderosa molécula.
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