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Kiko Durán es un enfermero veterano. Cuando se comenzó a oír hablar del covid llevaba ya más de 20 años trabajando en Osakidetza, muchos de ellos en la UCI. Una trayectoria en la que había aprendido a convivir con la enfermedad y con la muerte. Pero nada similar, ni de lejos, a lo que le tocó vivir hace cinco años y que le ha marcado a nivel personal y profesional. Su historia es la de tantos otros sanitarios que lucharon en primera línea contra la mayor crisis sanitaria del último siglo. En 2020 Kiko estaba destinado en la unidad de Medicina Interna de larga estancia del hospital Donostia, en el edificio Amara. No es un centro cualquiera. Está a la vanguardia internacional en el tratamiento de enfermedades infecciosas y es desde 2015 uno de los siete hospitales españoles designados para acoger y tratar a enfermos de ébola. Cuando en diciembre y enero se comenzó a hablar del nuevo virus aparecido en China que provocaba unas neumonías brutales el centro tenía ya un protocolo de contingencia para pandemias.
El pabellón Amara fue el elegido para acoger a los primeros pacientes ingresados por covid. Para ello vaciaron la cuarta planta, con 50 camas, y llevaron a aquellos enfermos a otras zonas del hospital para tenerlo todo listo por lo que pudiera pasar. «A principios de marzo nos avisaron de que llegaba el primer paciente. Todo fue un poco caótico. Les dimos muchos ánimos a las enfermeras de ese turno. Recuerdo que ingresó en la habitación número 1. Los días siguientes la planta se empezó a llenar. Luego lo hizo la tercera, después la segunda, la primera... No dábamos abasto».
Todo el pabellón era de pacientes covid, un virus del que «en aquel momento desconocíamos todo». Los protocolos cambiaban a diario. Los sanitarios se vieron obligados a adaptarse e improvisar. «Pusimos toallas con lejía junto a las puertas de las habitaciones para desinfectar las suelas del calzado porque hasta más tarde no se supo que el virus se transmitía por la respiración. También colocamos en el suelo cinta roja para separar las zonas sucias de las limpias en la planta», repasa.
Con el paso de los días llegaron las muertes. «Fue muy duro. morían muchos pacientes. Se nos iba más de uno por turno y los familiares no podían entrar para estar con ellos. Se lo teníamos que contar por teléfono», relata. En la razón de ser de la enfermería está el cuidar y acompañar a los enfermos. 2020 no fue una excepción. «Éramos unos desconocidos para ellos e íbamos tapados con el EPI y la mascarilla, pero les cogíamos de la mano para que los pacientes no estuviesen solos en el momento de la muerte».
Las frases
Enfermero
«Cogíamos de la mano a los pacientes para que no estuviesen solos en el momento de la muerte»
Médico de Urgencias
«Muchos pacientes venían en muy malas condiciones y con unas neumonías bilaterales horribles»
Aquella experiencia les pasó factura. «Nos afectó psicológicamente. Por nuestra profesión estamos acostumbrados a tratar con la vida y la muerte, pero no con tantos fallecimientos y todos los pacientes con los mismos síntomas», rememora.
Durán tiene grabada a fuego la «sensación de soledad» cuando iba al hospital en coche. «No había nadie en la calle, en la carretera, en la playa por la que siempre pasaba de camino al trabajo... Una vez me puse a llorar mientras conducía. Mi mente me decía que me iba a meter en la boca del lobo y que me diese la vuelta», confiesa. No le hizo caso.
Las Urgencias se convirtieron en la puerta de entrada de los más de 5.000 pacientes que ingresaron en los hospitales de Osakidetza por covid en aquella ola inicial. En esta unidad del hospital de Basurto trabajaba como médico –lo sigue haciendo– Txus Merino. De aquellos primeros momentos de la pandemia recuerda la «psicosis» generalizada cada vez que aparecía un paciente con fiebre. Después llegó la etapa del «miedo». «La gente dejó de venir a Urgencias. Era una sensación muy rara». Fue como la tensa calma que precede a la tormenta.
En cuestión de días la unidad se llenó de pacientes con problemas respiratorios. «Muchos llegaban en malas situaciones. Las placas de tórax mostraban en algunos casos unas neumonías bilaterales horribles», relata.
El trabajo era muy pesado. Había tandas de seis horas con el EPI puesto. «No transpiraba y sudábamos muchísimo». Además, el material sanitario era limitado. Y no solo el de protección –«nos daban una FFP3 a la semana»–, también los productos reactivos. Así que se optó por realizar una PCR solo a los pacientes que iban a ser ingresados.
Algo generalizado entre los sanitarios que combatieron a aquella primera ola fue el miedo a contagiarse y a llevar el virus a casa. Durante un tiempo Merino mantuvo la distancia y durmió en otra habitación para evitar infectar a su mujer y su hija pequeña. Quienes pudieron, optaron por irse a vivir solos.
Las áreas de críticos de Osakidetza, donde se atendía a los pacientes más graves, nunca habían vivido algo parecido a aquellas primeras semanas del covid. «No paraban de llegar pacientes. Abríamos una nueva unidad y la llenábamos en un día. Adaptamos la URPA, los gimnasios de adultos y el infantil, las zonas de fisioterapia... Las camas que colocábamos se ocupaban en pocas horas. Hubo pacientes a los que les intubamos directamente en la Urgencia o en el ascensor. Algunos enfermos se ponían azules a causa de la insuficiencia respiratoria. Se ahogaban, pero no eran muy conscientes de lo que les sucedía. A muchos los pusimos boca abajo para favorecer la ventilación», recuerda Alberto Martínez. El ahora consejero de Salud era entonces jefe de servicio de la unidad de Anestesia y Reanimación de Cruces, un hospital que acogió hasta «170 pacientes intubados a la vez» en el momento más crítico de la pandemia.
Martínez llegó a temer que se agotasen los recursos sanitarios para atender a tantos enfermos críticos. Habían hecho uso de los respiradores de los quirófanos y de medio centenar de equipos de ventilación mecánica que habían sido sustituidos en el hospital a principios de año, pero que aún permanecían almacenados. «No veíamos el fin. Durante unos 15 o 20 días no dábamos abasto. Pero de repente, gracias al confinamiento, empezaron a llegar menos pacientes», relata.
Aquel esfuerzo, en condiciones muy difíciles, la tensión, la incertidumbre y el número tan alto de muertes, pasaron factura a los sanitarios. Osakidetza creó equipos de atención psicológica para sus profesionales en aquellas semanas. Estíbaliz Muñoz y Amaia Barroeta, enfermeras especializadas en salud mental, formaron parte de la unidad abierta en Galdakao. «Asistíamos tanto a los compañeros que necesitaban apoyo emocional como a las familias, que no podían entrar al hospital. Ingresaban a sus seres queridos y no sabían qué iba a ser de ellos. A veces hacíamos de canal para informarles del estado de su familiar», explican.
Las frases
Enfermeras de Salud Mental
«No es agradable volver a hablar de esos días. En el centro había ansiedad, temor e inseguridad»
Entonces jefe de Reanimación
«Abríamos una nueva unidad y se llenaba en un día, llegamos a intubar a pacientes en el ascensor»
Aquellas semanas se vivió en el centro una «mezcla de ansiedad, temor e inseguridad». Una de sus compañeras, Encarni, fue la primera enfermera fallecida por covid en España. Para Estíbaliz y Amaia «no es agradable volver a hablar» de esos días. Los profesionales soportaron altas cargas de trabajo, con pacientes aislados «a los que no podían acercarse». Eso les afectó. 98 sanitarios de Galdakao fueron atendidos por este equipo durante la primera ola. La mayoría trabajaban en la UCI y en las Urgencias.
A muchos la pandemia les dejó una herida profunda. A aquel equipo de enfermería del edificio Amara en el que trabajaba Kiko Durán se lo llevó también el covid. Varios de sus integrantes se marcharon «a trabajar a otros sitios para intentar olvidar». Para él era «muy duro pasar a diario por lugares en los que vivimos tantas emociones». Ahora trabaja en el PAC de Zarautz. «Necesitaba un cambio». Allí ha podido comenzar de nuevo.
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