La pandemia arrasó las residencias, el entorno donde convivían las personas más frágiles. EFE

«Recuerdo lo de la residencia como una película de terror»

Jueves, 13 de febrero 2025, 13:39

En los geriátricos vascos fallecieron más de 600 personas en los primeros tres meses; en año y medio la cifra subió a 1.125. Y ... se cuentan por miles quienes, por la soledad y el miedo, sufrieron daños cognitivos. Las familias recuerdan aquellos momentos con angustia: «No se valoraron bien las necesidades emocionales de quienes estaban en residencias, se alargó el aislamiento sin tener en cuenta sus consecuencias». Y sospechan que si viniese otra pandemia el desastre se repetiría. Txaro Marquínez ha pasado un cáncer, con su 'quimio', con su cirugía, con su 'radio'. «Pues más duro que todo eso fue el proceso que sufrimos en la residencia de mi ama durante el covid. Lo recuerdo como una película de terror». Su ama se llama Antonina y superó la pandemia. Pero en aquellos meses de soledad y miedo algo hizo click en su cabeza. «No tenía ningún tipo de deterioro cognitivo cuando empezó todo, en marzo, y cuando volvimos a verla, en junio, ya notamos que se olvidaba de cosas, que tenía menos movilidad también». Ahora, a sus 99 años, «más que vivir, existe. En sus mundos».

Publicidad

La pandemia que lo arrasó todo arrasó con más fuerza aún las residencias como entornos de convivencia de personas frágiles. El virus, según los datos oficiales del Gobierno vasco, acabó en año y medio con la vida de 1.125 personas mayores en estas instituciones en Euskadi. El gran golpe llegó en la primera ola, entre marzo y junio de 2020, con 606 fallecimientos que tuvieron como causa directa el coronavirus; en la segunda ola, de julio de 2020 a febrero de 2021, se cifraron 447 muertes; y en el periodo post vacunación, de marzo de 2021 a septiembre de ese año, hubo 72 más.

Traslado de un cadáver de una residencia alavesa. Rafa Gutiérrez

«El primer choque me llegó el 9 de marzo, con las restricciones para visitas», recuerda Marquínez, que forma parte de la asociación alavesa de familiares Zaintza. Aquí, en Álava, todo comenzó antes porque fue donde se detectaron los primeros casos. «Luego todo fue de mal en peor. La sociedad no estaba preparada, las administraciones tampoco, y las residencias menos aún».

No se tomó bien Antonina el aislamiento. «Creía que no queríamos ir a verla. Cuando empezaron las videollamadas a tres bandas pensaba que el resto de la familia estábamos juntos porque nos veía en la pantalla». Y al llegar el momento «en el que las encerraron en las habitaciones estaba enfadadísima, no quería hablar». La pena fue a más cuando empezó a ver a gente en la calle y su familia seguía sin acercarse a la residencia. «No entendía nada».

Publicidad

«Cuando pudimos volver a hacer visitas, en junio, ya notamos que se olvidaba de cosas. La veíamos con una separación de dos metros, con una mesa de por medio. Imagínate entenderte así con una persona de esa edad que te pregunta por qué no te acercas. Lo mismo con mi suegra, que tenía alzhéimer. Nos mirábamos y llorábamos».

«Mi vida, la de mi familia y la de mis compañeras se paró», recuerda la directora de una residencia

Txaro entiende que «todo eso se hizo para protegerles», pero considera que, en primer lugar, el sistema no estaba preparado para una situación así por falta de personal y de protocolos que permitiesen «zonificar», separar casos diferentes. Además, «no se valoraron bien las necesidades emocionales de quienes estaban en las residencias».

Publicidad

Iraide Urriz, miembro de Babestu, la asociación de familiares en Bizkaia, cree que las cosas no han mejorado. Que si algo así volviese a ocurrir «sucedería el mismo desastre». A ella el covid le arrebató a su madre, Virginia, el 2 de mayo de 2020. Antes «lo pasamos muy mal porque estábamos encerrados en casa y no sabíamos qué pasaba en las residencias». Aún se inflama cuando recuerda que «Bizkaia era el único territorio que no daba los datos» sobre fallecimientos, lo que les invitaba a pensar lo peor. «Sentíamos que nos estaban ocultando información».

Personal de una residencia de Erandio sacan la basura con sistemas de protección improvisados. Manu Cecilio

Como vía de contacto con la realidad funcionaban los grupos de wasap. «Así nos comunicábamos las familias, nos enterábamos que la madre de no sé quién tenía covid, preguntábamos en qué planta estaba, siempre pensando en cuándo me va a tocar a mí. Siempre con ese miedo». Y con la pena de saber que sus seres queridos estaban ahí, encerrados en sus habitaciones, «totalmente aislados. Y las trabajadoras que les llevaban la comida iban como astronautas, tapadas de arriba a abajo. ¿Te imaginas cómo se tiene que sentir una persona en esas condiciones?».

Publicidad

'A Rianxeira'

Al final cayó enferma la compañera de habitación de Virginia. «A ama también le dio fiebre, pero le hicieron cuatro PCR y los cuatro dieron negativo». Ya ingresada en el hospital de Santa Marina, llegó el positivo. «Cuando estaba allí iba yo a darle de comer. No había ni mascarillas y conseguí una de las finitas que me dieron en el ambulatorio de Deusto; estaba en lista de espera para una FFP2». Al llegar de vuelta a casa «en cuanto entraba la ropa iba directa a la lavadora y yo a la ducha, no quería contagiar a mi familia». Virginia falleció el 2 de mayo. «Nadie quería eso, pero las residencias no tenían medios, no tenían gente, no sabían qué hacer. Y creo que se alargó el aislamiento más de lo que debería, sin tener en cuenta las consecuencias, porque era lo más fácil».

Desinfección del exterior de la residencia Zadorra en Vitoria, durante el estado de alarma por con covid. Jesús Andrade

Ainara Solar era, y sigue siendo, directora de la residencia Larrabarrena, en Sondika. En la primera semana de la crisis sanitaria «la médica quiso derivar a un residente al que no veía bien y el servicio de ambulancias, totalmente colapsado, realizó el traslado tres días más tarde». El 19 de marzo se supo que ese residente había dado positivo. «Mi vida, la de mi familia y la de mis compañeras de trabajo se paró. Llevé a mis hijas mellizas de cuatro años a casa de mis padres y no volví a verlas en mes y medio».

Publicidad

Llegaron los aislamientos, la activación de protocolos, las llamadas a familiares. «El día 18 de marzo había saltado la terrible noticia de las residencias de Madrid y no quería que nuestras familias pensaran que algo parecido podría estar sucediendo aquí». Se refiere a las informaciones que hablaban de que ya no se estaba atendiendo a ancianos, que fallecían por decenas. Un caso que en Madrid aún tiene recorrido judicial por las denuncias de familiares contra la Administración.

El peso para quienes sufrieron la situación provocada por el covid en la soledad de sus habitaciones, lejos de los suyos, fue demasiado

Cuenta Ainara Solar que fueron «diez semanas seguidas sin descanso», lidiando con una situación desconocida y con las bajas en la plantilla que causaba el mismo virus que amenazaba a los residentes. También recuerda como los vecinos de Sondika tejían mascarillas y las donaban, los grupos de catequesis mandaban dibujos para decorar la residencia, Cáritas escribía cartas, el hotel del pueblo cedió habitaciones para las trabajadoras...

Noticia Patrocinada

Pero el peso para quienes sufrieron esa situación en la soledad de sus habitaciones, lejos de los suyos, fue a menudo demasiado. «Mi madre, María Pazos, se empezó a meter en una burbuja», cuenta la bilbaína Filo García. Es una historia común. «No entendía nada, pero tampoco contaba mucho de lo que pasaba ahí dentro. Solo que había mucho descontrol en la residencia de Barakaldo donde estaba. Que todo el mundo iba corriendo de un sitio a otro». Perdió facultades en ese tiempo. Luego, cuando volvieron las visitas, recuperó cierta alegría. «Cantábamos 'A Rianxeira'», recuerda Filo. «Otra gente que había en la sala se nos unía».

Cinco años del covid

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad