Pilar tenía 68 años cuando pidió morir. Esta vizcaína convivía con una enfermedad rara desde la adolescencia. El año pasado decidió que su vida ya no era digna y solicitó que le aplicasen la eutanasia. En verano sufrió un ictus que le provocó una hemiplejia, ... lo que, además de dificultarle el habla y la ingesta de alimentos, provocó que aumentase muchísimo su nivel de dependencia. Su familia decidió internarla en una residencia de Gipuzkoa, pero lo único que ella deseaba era ponerle fin a ese enorme sufrimiento que padecía desde los 15 años. Falleció el 8 de febrero.
«Al principio la sensación fue de susto y miedo», coinciden Mikel Baza y Soraya Pérez, médico de familia y psicóloga respectivamente. «Pero al final es un proceso que está envuelto en mucha belleza». Es la frase que resume las impresiones de estos dos profesionales que han participado en la eutanasia. «El tema nos asusta porque no estamos acostumbrados y es algo nuevo, pero la petición iba muy en serio», explica la psicóloga. «Nos costó mucho saber dónde teníamos que contactar, quién nos tenía que asesorar, cómo dirigirnos, cómo teníamos que actuar...», añade.
Después de varios meses y de tocar más de una puerta desde la residencia dieron con un médico que decide ayudarla a morir. «Lo acepté sin dudarlo por el compromiso y la compasión de una persona que está sufriendo y no encuentra a nadie que le dé una respuesta. Los sanitarios tenemos que entender que esto es parte de nuestro trabajo. Forma parte de nuestra profesión atender, intentar aliviar y tratar el sufrimiento cuando se pueda y el paciente así lo quiera», asegura el facultativo.
Comenzó entonces un proceso paralelo entre el sanitario y la psicóloga de la residencia que se alargó durante varios meses. «La tarea es aproximarse lo máximo posible a esta persona. La mejor forma es escucharla, comprenderla, atender y entender cuál es su historia y el motivo de su sufrimiento. También ofrecerle alternativas para ello. Le habían propuesto cuidados paliativos, pero para ella no encajaba en su forma de ver las cosas», resume Baza.
Pérez, por su parte, se centró en «gestionar sus sentimientos, esa pérdida del sentido de su vida, esa ansiedad que a ella no le dejaba vivir porque lo pasaba muy mal. Esos meses fueron bastante agónicos, tanto para ella como para mí, que no tenía todavía una respuesta que ofrecerle», rememora.
Ambos se enfrentaban a una situación que jamás habían vivido anteriormente. «Acompañar a cualquier persona con sufrimiento no es fácil y te surgen dudas. ¿La habré valorado bien? ¿Habré leído bien sus palabras? Porque esto no se trata solo del diagnóstico de su enfermedad. Es que al lado hay una mujer con esclerósis múltiple que tiene unas ganas de vivir enormes...», ejemplifica el facultativo.
«La vida le debía a Pilar morir dignamente porque no le había dado mucho más», dice Pérez, la psicóloga
Dudas de las hermanas
Aunque Pilar finalmente falleció a comienzos de febrero, después de haber recibido el visto bueno por parte de la Comisión de Garantía, Pérez reconoce que, por plazos, la prestación se le habría podido aplicar antes de las navidades. Pero a Pilar le quedaba aún un capítulo previo por cerrar: el familiar. «Ella tenía la decisión tomada desde hacía tiempo porque conocía su enfermedad y sabía que iba a llegar un momento en que iba a haber una pérdida de capacidades importante. Sabía hasta dónde no quería llegar. Pero nos pidió tiempo y paró el proceso para tratar de convencer a la familia», admite la psicóloga.
«Nosotros respetamos en todo momento sus tiempos», añade, porque en un principio sus hermanas «intentaban retrasar el proceso con la intención de ver si la idea se disolvía. Era lo único que le hacía dudar a Pilar». Una llamada terminó por resolverlo todo. «Era su hermana para decirme que lo habían visto claro y que decidían apoyarla hasta el final», subraya.
El 9 de febrero llegó el día, una fecha que bien recuerda Mikel Baza. «La noche anterior estaba nervioso. Creo que lo estábamos todos los que participamos porque era la primera vez y siempre quieres que salga bien. Es un escenario que te puedes imaginar, pero cuando toca afrontarlo hay que estar ahí y yo lo hice con mucha tranquilidad y paz», sostiene.
Pérez comparte esta opinión. «Había mucho miedo porque este tema asusta y en las residencias, por ejemplo, no estamos debidamente formados. Pero Pilar necesitaba que se le reconociese el sufrimiento que llevaba teniendo desde los 15 años. La vida le debía morir dignamente porque no le había dado mucho más».
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