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Uno de los grandes obstáculos con los que se enfrentan los médicos en la lucha contra el párkinson -y el alzhéimer- es que difícilmente pueden acceder a los cerebros enfermos de los pacientes, especialmente en los momentos iniciales de la enfermedad, cuando los síntomas son ... muy leves o se confunden con los de otras patologías. Cuando se diagnostica, se han perdido ya el 60% de las neuronas que producen dopamina en la sustancia negra, el área cerebral más afectada por este mal. Esto, junto a su complejidad intrínseca -intervienen la edad, factores genéticos, ambientales…- hace que no exista una curación pese a que se trata de una enfermedad descrita hace más de un siglo.
Una forma sencilla de acceder al cerebro de los pacientes sin intervenciones quirúrgicas ni complicadas pruebas médicas es a través de la retina. ¿Pero qué relación tiene la retina con el párkinson? «A primera vista puede parecer sorprendente, pero la retina es neural, es una elongación -alargamiento- del cerebro. De esta forma, podemos investigar este estudiando esta parte del ojo», explica Ane Murueta-Goyena, especialista del centro de Neurociencias de la UPV/EHU. Varios estudios anteriores -en Cruces llevan diez años investigándolo- habían descubierto que los pacientes con esta enfermedad tienen un grosor de la retina -en concreto, una parte de esta llamada región parafoveal- muy inferior al de las personas sanas, «pero lo hacían en un momento puntual. Nosotros hemos hecho un estudio longitudinal, es decir, hemos cogido al mismo paciente y lo hemos visto a lo largo del tiempo para ver los cambios que ocurren en la retina. No solamente en un momento dado, sino su evolución durante cinco años. Además, las conclusiones se han replicado en el Reino Unido».
Esas conclusiones son que no todos estos enfermos tienen el mismo ritmo de adelgazamiento y que cuando este se produce de forma más acelerada, la enfermedad todavía no está en una fase muy avanzada. Y al contrario. «Aquellos que parecen tener un menor ritmo de adelgazamiento, que se parecen más a los pacientes control, realmente son los que ya tienen una neurodegeneración marcada en la retina y son los que tienen ya deterioro cognitivo. En los que hay un aumento de la degeneración son los que aparentemente están más sanos o en fases más tempranas».
Murueta-Goyena ha utilizado una técnica habitual en las revisiones oftalmológicas -la tomografía de coherencia óptica-, no invasiva y disponible en cualquier hospital, lo que facilitaría su aceptación como método para seguir la degeneración cognitiva de estos enfermos. «Bastaría con ajustar la resolución, ya que es una pequeña parte de la retina y los cambios son muy sutiles. Hay que ir a buscarlos». Aunque esta enfermedad es conocida sobre todo por los temblores y la rigidez, también provoca problemas de memoria y falta de atención que «afectan mucho más a la vida diaria muchas veces que los síntomas motores que sí tienen tratamiento y se pueden atenuar». Son estos los que investigan a través del ojo. En Euskadi hay unas 8.000 personas con párkinson y se diagnostican 400 nuevos casos cada año.
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